Hoy ha venido por Málaga Jordi Évole a dar una charla. La
respuesta de la gente malagueña ha sido importante, el aforo no ha sido
suficiente para acoger a todos los que han ido a escucharle. Había gente joven
y menos joven.
Esto me ha confirmado algo que no acabo de entender del
todo: hay hambre de ilusión, de discursos distintos, de personas que tengan una
visión diferente, de alguien que ponga palabras a lo que una gran mayoría
piensa, de salir del tono gris y del empape de eso que hablamos todo el rato.
Si esto sucede, si realmente hay un deseo real de que las
cosas se digan de otra manera y, sobre todo, se hagan de otra manera, ¿qué
impide que se empiece a hacer?.
Ante esto, se me abren varias posibles respuestas.
La primera es que tal vez no se esté canalizando de manera
adecuada la energía que emana un montón de ciudadanos. Las razones sobre esto
pueden ser múltiples: no hay un o unos canalizadores adecuados para conducirla,
no se está canalizando por el lugar adecuado, se está mirando hacia donde no
es, y/o no hay energía suficiente para cambiar el estado actual de las cosas.
Otra posibilidad es que lo querido y deseado no sea
realizable; vamos, que la realidad sea más consistente que la fuerza que existe
para derribarla. Sobre esto, solo dejaré un apunte personal en el que creo,
aunque pueda sonar a pensamiento mágico: casi todo lo que uno imagina puede ser
realizado, y el impedimento para hacerlo viene, en la mayoría de las ocasiones,
no por la dureza o consistencia de la realidad sino por nuestra “dureza”
interna.
Por último, puede deberse a que realmente no se quiera
hacer lo que se dice querer. Esto puede tener varias gradaciones: puede
quererse desde el plano del pensar, pero no se está dispuesto desde el plano
del hacer. Dicho de otro modo, no compensa el esfuerzo y las consecuencias en
el actuar a lo que se dice que se quiere conseguir. O, es posible también, que
el beneficio de lo pensado se consiga en sí mismo, sin que se sienta la
necesidad de hacer. O, incluso, que se piense que con el decir ya basta, y ya
vendrán otros que harán.
No pretendo hacer aquí un juego de palabras, todo lo
contrario. Pretendo salir de las palabras, encontrar el vector hacia donde
apuntan, para ver el resultado concreto que generan en la realidad real.
¿Por qué me hago todas estas preguntas?. Porque creo que
hay un “decalage” entre los decires y los haceres. Esa fractura existe, desde
mi punto de vista, por tres motivos fundamentales: miedo (al cambio, a
abandonar lo conocido), falta de compromiso (con nosotros mismos y con nuestros
próximos) y déficit en la forma adecuada de canalizar la energía y
transformarla en acción eficiente (dicho déficit se contrarresta con el
conocimiento).
Me gustaría hacer un apunte final. Nuestro mundo está
cambiando, de momento a peor, al menos para la mayoría de la población; sabemos
algo o bastante sobre las causas de por qué se han producido, y quienes las han
provocado, sabemos que nuestra capacidad de acción es muy limitada o nula
individualmente, sabemos que el poder existe porque constatamos todos los días
su forma de imponerse en nuestras vidas cotidianas y la enorme dureza y solidez
para combatirlo.
Pero, hecho el diagnóstico, analizado lo que pasa, por qué
pasa y quien hace que suceda, las opciones que nos quedan son solo dos: hacer o
no hacer. Si no hacemos, sabemos lo que ello implica. Si hacemos, no sabemos lo
que implicará, pero sí que sabemos que se generarán dinámicas nuevas, que no
podemos aún imaginar.
La pelota está también en nuestro tejado.
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