COSAS QUE PASAN

29/5/13

La pelota está también en nuestro tejado.

Hoy ha venido por Málaga Jordi Évole a dar una charla. La respuesta de la gente malagueña ha sido importante, el aforo no ha sido suficiente para acoger a todos los que han ido a escucharle. Había gente joven y menos joven.
Esto me ha confirmado algo que no acabo de entender del todo: hay hambre de ilusión, de discursos distintos, de personas que tengan una visión diferente, de alguien que ponga palabras a lo que una gran mayoría piensa, de salir del tono gris y del empape de eso que hablamos todo el rato.
Si esto sucede, si realmente hay un deseo real de que las cosas se digan de otra manera y, sobre todo, se hagan de otra manera, ¿qué impide que se empiece a hacer?.
Ante esto, se me abren varias posibles respuestas.
La primera es que tal vez no se esté canalizando de manera adecuada la energía que emana un montón de ciudadanos. Las razones sobre esto pueden ser múltiples: no hay un o unos canalizadores adecuados para conducirla, no se está canalizando por el lugar adecuado, se está mirando hacia donde no es, y/o no hay energía suficiente para cambiar el estado actual de las cosas.
Otra posibilidad es que lo querido y deseado no sea realizable; vamos, que la realidad sea más consistente que la fuerza que existe para derribarla. Sobre esto, solo dejaré un apunte personal en el que creo, aunque pueda sonar a pensamiento mágico: casi todo lo que uno imagina puede ser realizado, y el impedimento para hacerlo viene, en la mayoría de las ocasiones, no por la dureza o consistencia de la realidad sino por nuestra “dureza” interna.
Por último, puede deberse a que realmente no se quiera hacer lo que se dice querer. Esto puede tener varias gradaciones: puede quererse desde el plano del pensar, pero no se está dispuesto desde el plano del hacer. Dicho de otro modo, no compensa el esfuerzo y las consecuencias en el actuar a lo que se dice que se quiere conseguir. O, es posible también, que el beneficio de lo pensado se consiga en sí mismo, sin que se sienta la necesidad de hacer. O, incluso, que se piense que con el decir ya basta, y ya vendrán otros que harán.
No pretendo hacer aquí un juego de palabras, todo lo contrario. Pretendo salir de las palabras, encontrar el vector hacia donde apuntan, para ver el resultado concreto que generan en la realidad real.
¿Por qué me hago todas estas preguntas?. Porque creo que hay un “decalage” entre los decires y los haceres. Esa fractura existe, desde mi punto de vista, por tres motivos fundamentales: miedo (al cambio, a abandonar lo conocido), falta de compromiso (con nosotros mismos y con nuestros próximos) y déficit en la forma adecuada de canalizar la energía y transformarla en acción eficiente (dicho déficit se contrarresta con el conocimiento).
Me gustaría hacer un apunte final. Nuestro mundo está cambiando, de momento a peor, al menos para la mayoría de la población; sabemos algo o bastante sobre las causas de por qué se han producido, y quienes las han provocado, sabemos que nuestra capacidad de acción es muy limitada o nula individualmente, sabemos que el poder existe porque constatamos todos los días su forma de imponerse en nuestras vidas cotidianas y la enorme dureza y solidez para combatirlo.
Pero, hecho el diagnóstico, analizado lo que pasa, por qué pasa y quien hace que suceda, las opciones que nos quedan son solo dos: hacer o no hacer. Si no hacemos, sabemos lo que ello implica. Si hacemos, no sabemos lo que implicará, pero sí que sabemos que se generarán dinámicas nuevas, que no podemos aún imaginar.
La pelota está también en nuestro tejado.

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