COSAS QUE PASAN
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5/1/19

Perplejidad y desconcierto (escrito en 1997)

La perplejidad y el desconcierto son características que acompañan el sentir de los seres humanos en este final de siglo. Se pueden aducir múltiples razones que explicarían el por qué de esto. Las distintas disciplinas de las llamadas ciencias sociales aportarían su marco explicativo desde sus distintos puntos de aproximación. Todas conectarían con una parcela de la realidad y sus aportaciones serían plausibles por reveladoras, aunque sus conclusiones difiriesen unas de otras debido a que su objeto de análisis corresponde a un fragmento, a veces muy pequeño, distinto entre ellas, de ese todo que llamamos realidad.

Por aquí empiezan los problemas básicos, constitutivos de nuestro mundo moderno, cuales son la fragmentación de lo real en esferas y áreas, sobre las cuales se aplica una determinada “racionalidad” que es operante sobre las mismas, pero ineficaz en todo punto a la hora de dotar de razones a ese continuum que es lo que configura eso que venimos llamando realidad.

Esta fragmentación y parcelación presentes en el mundo científico, que ha sido y es su modus operandi, inunda otros ámbitos, fuera de la ciencia, y constituye un sistema de pensamiento plenamente hegemónico, que intenta, desde ahí, dotar de sentido y dar valor al conjunto de aspectos que configura nuestro mundo. Obviamente ello se torna en tarea harto imposible, ya que los criterios utilizados para las partes no funcionan con respecto al todo. Se podría decir que es “irreal” pretender que ello sea fructífero, ya que existe una distorsión previa y fundante sobre la percepción de ese Todo acuñado bajo el morfema real-idad.

Pero la perplejidad y el desconcierto, siendo la razón aludida anteriormente una de las principales, sino la principal, también surgen como consecuencia del inicio de fractura de los campos de sentido que hasta ahora han venido otorgando las distintas ramas de las ciencias sociales, haciendo que su grado de operatividad empiece a estar cuestionado. Es decir, el camino seguido ha sido fructífero dentro de unos parámetros sociales, económicos, culturales, etc., pero en estos momentos deviene la obsolescencia al no poder dar respuesta-razón  acerca del mundo en el que estamos inmersos, no sabiendo si quiera la urdimbre que lo constituye en este final de milenio.

Otro elemento importante que está presente en esa perplejidad y desconcierto que siente el ser humano tiene que ver con la complejización de la sociedad actual en la que habita y la falta de respuesta-explicación que se puede dar en estos momentos. Dicha complejización actúa en varios sentidos. Por un lado, el entramado social, su estructura y los elementos que la constituyen, son bien distintos de los que existían hace relativamente poco tiempo. Los modelos interpretativos tradicionales ya no sirven. Esto es debido a que las relaciones micro y macro-sociales han variado. El papel de la comunicación, su desarrollo, es responsable en buena medida de ello. Además, las variables que constituyen el nuevo marco han dinamitado las fórmulas que permitían realizar estudios prospectivos (hoy existen más variables que fórmulas para resolverlas). Esto también es debido al constante cambio que se produce en los distintos campos de la sociedad: lo que hoy sucede en los distintos ámbitos (económico, político, social, laboral, etc.) puede ser muy diferente mañana, lo cual dificulta enormemente el encontrar modelos explicativos ante una realidad tan dinámica y poco previsible.

Pero por debajo y por encima de todo lo que aquí se viene exponiendo, hay un problema que late en el fondo de toda esta cuestión y que tiene que ver con eso que se ha denominado modernidad, y que se ha ido constituyendo sobre un universo de sentido a lo largo de los últimos siglos. El vértice básico sobre el que se ha asentado ha sido sobre la idea de la emancipación del sujeto a través de la herramienta de la Razón. Herramienta que abre las puertas al conocimiento y al control de lo real, y por tanto elimina elementos de incertidumbre en las vidas de los individuos. Esta ha sido la ideología fundante sobre la que se ha asentado no sólo el desarrollo científico sino también el mundo axiológico y experiencial de los seres humanos, al menos en Occidente. Las dificultades empiezan a surgir cuando esta Razón ya no puede explicar la nueva realidad existente, cuando en su nombre la humanidad ha cometido todo tipo de barbaries, y cuando se empieza a vislumbrar que ésta obedece a un tipo de razón, no la única,  que llevada a sus últimas consecuencias se torna en una ideología deshumanizadora y que aplasta a la persona.

La irrupción y desarrollo del mundo moderno se ha constituido bajo la idea de Progreso. Sin duda esto ha sido así en muchos ámbitos: el científico-técnico, la mejora en las condiciones de salud e higiene, el crecimiento en las expectativas de tiempo y calidad de vida, el acceso a mejores y mayores niveles de confort social, el desarrollo de los transportes que ha permitido acortar la distancia entre los pueblos, el reconocimiento del individuo como sujeto de derecho, etc.; al menos esto ha sido válido para gran parte del mundo occidental. Pero, el Progreso a medida que se ha ido conformando como ideología, con la pretensión, como toda ideología, de abarcar la totalidad de los ámbitos sociales, ha generado un proceso de expectativas ilimitado en los seres humanos que ha desnaturalizado la misma idea que lo constituyó y ha alejado/enajenado al individuo de su “ser” y de su “mismidad”.

En este fin de siglo y de milenio el hombre anda tras la búsqueda de “algo” que no sabe lo que es. Esto provoca desazón e incrementa exponencialmente la sensación de inseguridad, presente siempre en alguna medida en el decurso de la vida humana en cualquier época.

Pero, volviendo al tema de la Razón, hay que señalar dos aspectos importantes que han hecho de Ésta una idea desvirtuada en la actualidad.

El primero hace referencia al paso dado en el transcurso de los años de la primacía de la Razón, como instrumento para entender y modificar la realidad, pero operando dentro de ella y, por tanto, manteniéndose en los parámetros de mesura y discreción necesarios para obtener tal fin, al surgimiento del racionalismo que, siendo constituyente y constituido en visión del mundo, en formación de ideologemas, por este carácter que lo define, participa básicamente de un planteamiento idealista, con lo que se aleja de la capacidad para captar y modificar el mundo de lo real.

El segundo aspecto guarda relación con la intermediación cada vez mayor entre sujeto y objeto de elementos simbólicos. La presencia que está adquiriendo en los últimos tiempos el mundo de lo simbólico como forma de aproximación y, por tanto, de relación con lo otro/los otros, proveniente muy fundamentalmente del campo de la comunicación y del discurso generado en el seno de la sociedad de consumo, está provocando una perversión en los procesos cognitivos y valorativos de los individuos con respecto a la realidad en que viven. Dicha perversión hace que los sujetos se muevan, actúen y se relacionen no por el valor y significado que tengan y den a las cosas, sino por el valor simbólico que posean éstas socialmente; es decir, por el valor asignado (valor de cambio) en el juego de representaciones sociales que se ha ido incorporando al imaginario colectivo.

El problema, por tanto, no está en esa intermediación simbólica, que es un hecho consustancial al ser del hombre, sino que lo que básica y, a veces, únicamente, se percibe no es lo objetal sino la representación simbólica, conformada y legitimada desde el discurso social dominante, de dicho objeto.
En definitiva, este proceso está marcando muy profundamente este extrañamiento que siente hoy día el sujeto ante el mundo en el que vive.

El hombre se siente desazonado pero muchas veces no sabe el por qué, y cuando lo sabe se encuentra impotente para modificar aquello que es causa de su desasosiego. Este sentimiento de impotencia es otra de las características que acompañan al hombre actual. La impotencia opera no desde bases “reales” sino desde todo el entramado que se ha venido señalando anteriormente. El sujeto puede luchar y actuar en el plano de lo real, pero su lucha se convierte en permanente derrota cuando su punto de mira no es la realidad sino el mundo de lo simbólico y, por tanto, el mundo de lo fantasmagórico. Es imposible solucionar/derrotar a algo que carece de sustancia y de consistencia en sí mismo.

Desenmascarar y desentrañar esta situación es sin duda tarea arduo compleja, sobre todo cuando faltan herramientas y modelos desde donde poder hacerlo, o las que hay son incompletas o se han quedado obsoletas, pero es importante conocer como opera en los individuos todo este proceso; es decir, como se percibe y valora desde sus vidas cotidianas esta desorientación en la que se encuentra el hombre actual. 

24/7/14

Algunas consideraciones personales sobre I+D+I (1)

La sociedad que no apueste por la triada investigación-desarrollo-innovación (en adelante I+D+I) está destinada a quedar fuera de juego en el medio y largo plazo.

Esta obviedad parece no serlo tanto a tenor de la poca atención que se le presta. No me refiero, claro, a la declaración de intenciones, que ahí sí que todos dicen apostar por ello, sino a los datos que arroja cualquier indicador que cojamos en estos momentos.

Por cierto, aquí todos los sectores y estamentos de nuestro país andan afectados por la escasísima dedicación que les ocupa invertir en alguna de estas áreas, sea público o privado.

Se argumenta, para compensar la mala conciencia, eso en el mejor de los casos, la mayoría es para mantener y fomentar una imagen, que no hay dinero en estos momentos, que no es el momento, que no hay inversores que apuesten por ello, etc, etc. Y no dudo que parte de razón haya en esgrimir estos argumentos, pero me consta que en bastantes ocasiones están sirviendo de pura coartada para justificar la falta de valor que se le otorga a esta triada. Así vamos fatal, francamente. Es como poner las carretas delante de los bueyes.

¿Por qué me permito ser tan rotundo es semejante afirmación? Porque conozco bastante a fondo el mundo de la investigación, al menos de la investigación social y de mercados, donde llevo trabajando toda mi vida profesional, tanto en el ámbito de la investigación básica como en la aplicada, y sé lo que aporta, y también sé lo que se pierde cuando se deja de apostar, es decir, invertir y apoyar, en este área.

No se puede pensar en diseñar un futuro de mejora colectiva, económica y social, si no está basado en el conocimiento y en la metabolización del mismo; es decir, el desarrollo y la innovación.

En un mundo de cambio vertiginoso, donde el motor está asentado en la tecnología y la comunicación, donde la interconectividad global ya es un hecho incuestionable, es fundamental diseñar un proyecto colectivo que nos meta de lleno como sociedad, si lo prefieren, como país. Pero para diseñarlo es menester tener las líneas sobre las que "construirnos" como sociedad de cara al futuro inmediato, y es básico cambiar nuestra cultura educativa (esa la primera y fundamental), en todos sus niveles (desde la educación básica hasta la universitaria), nuestra cultura laboral y profesional, apostando por la calidad como valor innegociable. Es una tarea de todos, pero, evidentemente, lo es mucho más de aquellos que tienen alguna o mucha responsabilidad sobre ello.

Si no entendemos que es la senda que realmente puede hacernos mejorar en todos los sentidos y a todos los sectores sociales si no le damos el valor y la importancia que tienen, nuestro futuro como sociedad no existe.


1/5/14

No hay relato, de momento

Me invitaron el otro día a una tertulia, para dar una charla sobre el consumo actualmente, su significado y su práctica social. Más allá del contenido de la misma, lo que planteaba, y quiero traer aquí a colación, es que uno de los problemas fundamentales del momento socio-económico, político y cultural en que nos encontramos es que no existe relato.

Trataré de explicarme. Nos encontramos en una situación de cambios formidables e imprevisibles; de modo que toda la arquitectura en la que estábamos asentados se ha ido derrumbado como un castillo de naipes. De igual modo, nuestro mundo de vida se ha visto seriamente afectado por ello. 

Conocemos, o al menos en eso estamos, las causas básicas que han originado esta situación. Vemos, padecemos y experimentamos de qué manera nuestra vida está cambiando, o puede empezar a cambiar para aquellos que aún viven en "el viejo mundo". No se trata aquí de entrar en una descripción exhaustiva de todo lo que el nuevo escenario implica e implicará.

Pero lo que está haciendo que esta situación se prolongue más allá de lo necesario es, en buena medida, que nos encontramos sin relato, ni de presente ni, sobre todo, de futuro. Me refiero a un relato "fundacional" que opere como rito de paso entre dos momentos social y culturalmente diferentes. 

No existe, por el momento, una narración sobre nuestro futuro como sociedad, que sea creíble y genere confianza para el conjunto o la gran mayoría de los individuos. Existe, eso sí, fragmentación y atomización de relatos, muchos de ellos más basados en el deseo que en otra cosa. En paralelo, hay aún una gran cantidad de sujetos e instituciones que siguen en la espera de que todo vuelva a los senderos de antes, o al menos que se le parezcan. Estos últimos, sin duda, son los que más "sufrirán" con su actitud negadora de la realidad.

Por tanto, el mundo de vida que hemos vivido y sobre el que nos hemos socializado ya no es viable ni tiene posibilidad de encaje en el devenir; al menos será así para la gran mayoría de los individuos. 

Esta situación, que obviamente está trayendo mucho sufrimiento y está alimentando el miedo en dosis difícilmente gestionables, se nutre tanto de lo real y concreto de la situación socio-económica, como de la sensación de alta vulnerabilidad que nos genera proyectarnos en el futuro inmediato. Es decir, en lenguaje coloquial una gran parte de los sujetos perciben que el hoy es la descomposición del ayer y el mañana: mejor no pensarlo. 

Estamos digiriendo lo que sucede, intentando metabolizarlo, pero aún no somos capaces de mirar al futuro y proyectarnos en él desde este nuevo escenario.

Esta ausencia de relato es doble: el que ha venido siendo hasta ahora ha caducado, ya no tiene legitimidad social, ni genera cohesión, y el que ha de llegar aún no está. La pérdida de confianza en que se encuentran el ámbito de lo político y la política, la creciente demanda social de relación horizontal y la pérdida de credibilidad de la tradicional gobernanza vertical, las nuevas formas de relación social y personal que están surgiendo a la vez que la sensación de que las habituales/estandarizadas ya no se perciben igual (hay percepción de extrañeza), los nuevos escenarios laborales y profesionales (donde el status y el prestigio ya no están necesariamente asociados a los espacios del poder, el dinero y la situación profesional adscrita); todos estos aspectos y otros más están luchando por consolidarse o desaparecer en este hiato social en el que nos encontramos. 

Desde mi punto de vista, para que emerja un relato aglutinador, cohesionador, que dé sentido y significado a nuestro pensar, sentir y actuar futuro, ha de estar basado en la lucidez, mirando las cosas como son, sin edulcorar ni maquillar. Sólo desde ahí es posible luego actuar de manera eficiente y eficaz. Resulta muy poco rentable fabular sobre lo que sucede, además de ser enajenante personal y socialmente, nos aleja de la búsqueda de caminos transitables para generar el bien común. Porque de eso se trata, y ésta es otra premisa básica para generar un relato de futuro: ha de seguir un cauce de búsqueda de bien (en todos los planos) para el conjunto de los individuos; priorizando, obviamente, a los sectores más desfavorecidos.

Además, ha de estar asentado en un conjunto de ideas-fuerza que nazcan de una nueva mirada personal y colectiva, que aglutine actitudes y esfuerzos comunes, en el que participen el conjunto de los sectores sociales, organismos, instituciones y ciudadanía. Pero, para ello, es fundamental conocer qué queremos hacer, qué podemos hacer y qué estamos dispuestos a hacer colectiva e individualmente. 

Todo esto puede sonar a puro idealismo, y no niego que tenga una gran dosis de ello; es más, va contracorriente de lo que de momento está sucediendo. Pero ante un cambio de paradigma en el que nos encontramos, sólo cabe idear proyectos que sean ilusionantes, que generen esperanza, que cohesionen y sumen socialmente, que se visualicen escenarios posibles para realizarlos, y que todo ello sea consecuencia de la decisión de la inmensa mayoría de los actores sociales. Digo que sólo cabe en el sentido de que pueda constituirse y consolidarse como relato que vertebre al conjunto de la sociedad.

Por cierto, aunque pueda sonar todo esto muy idealista, nuestro mundo moderno reciente se ha apoyado en un relato de características similares, seamos conscientes de ello o no.

El futuro depende en buena medida de la capacidad entre todos para construir un nuevo relato.

17/4/14

Vivimos una sociedad "superyoica"

Asistimos a momentos de confusión y perplejidad. Los parámetros conocidos de interpretación, análisis y acción ya no son operativos. Se dice que estamos en la sociedad del cambio; pero, ¿acaso no ha habido siempre cambios y no ha sido seña de identidad del fluir de los acontecimientos y de la vida?. Es cierto que ahora los cambios son más frecuentes, se dan con mayor rapidez y afectan a aspectos más relevantes para nuestras vidas.

Para intentar controlar todo esto se recurre a la norma y la coerción. Se convierte el escenario social en panoplia de leyes, consejos, argumentarios, a los que obedecer y plegarse para ser "buen ciudadano". Es decir, se infantiliza a los individuos, dándoles "el libro gordo de petete" para cada situación, momento y acción que hayan de acometer, de modo que éstos no tienen más que comportarse, sentir y pensar como dice la norma; en definitiva, ser correctos. Ya se encargará la machaconería normativa de que los sujetos interioricen la norma y la coloquen en su propio aparato intrapsíquico, y si es en el inconsciente, mejor.

Las instituciones, por cierto institución proviene de instinto, andan en la búsqueda de recuperar credibilidad. Las organizaciones en el proceso de reajuste para adaptarse a los nuevos escenarios. Los individuos, mientras, están en proceso de asimilación, elaboración y rediseño de toda la marea que les llega de lo que acontece en el plano social, económico, político, laboral y, ¿por qué no?, también cultural.

La tentación fácil, y hasta la fecha una de las más usadas, es tirar de lo normativo, así nos ahorramos pensar. Además es cómodo, ahorra muchos pasos.

Lo que más me llama la atención de todo esto es que este proceso de "naturalización" de la inflación normativa en nuestras vidas parece que tiende al infinito. Es más, se percibe como la panacea de nuestros males, al menos así lo manifiestan algunos sectores sociales y personas con las que he hablado.

Ante lo cual, me pregunto si estaremos construyendo una sociedad "superyoica", con todo lo que eso implica para nuestro nivel de consciencia y de despliegue de nuestra libertad.

18/3/14

La pregunta sobre el hacer cambia el hacer: algunas ideas sueltas

Nuestro conocer siempre es interpretativo y experiencial.

Cuando buscamos, no encontramos.

Cuando oponemos resistencia, sentimos más presión.

La construcción de sentido es una necesidad humana, a la vez que una fabulación.

Tiene más el que más gasta.

Lo subjetivo lo es porque tiene en cuenta al objeto.

La certeza es lo que nos aleja del conocimiento.

Todo constructo racional se funda en premisas arracionales, aceptadas y originadas desde las emociones.

La vida y el funcionamiento de la vida no se basa en la certeza, se basa en la confianza: el recién nacido no nace en la certeza, nace en la confianza.

Los seres humanos hemos perdido la confianza, y como queremos control queremos certidumbre, y como queremos certidumbre no reflexionamos sobre lo que nos pasa.

La relación entre el observador y lo observado es indisociable, forman un todo: accedemos a lo real desde nosotros mismos.

Solo podemos conocer a través de la metáfora.

Conocer es generar metáforas que nos permiten explicar-nos la realidad metafóricamente.

La realidad siempre es n+1 respecto al modelo.

Somos un mix de herencia genética y aculturación metido en el flujo del tiempo, y algo más.

La pregunta sobre el hacer cambia el hacer.

2/1/14

¿Caminos para el cambio?

En momentos como el actual tendemos a sustituir la lucidez por el apremio, que toda situación vivida como urgente le suele acompañar.

Esta forma de proceder es comprensible y obedece, sin duda, a la sensación de riesgo y vulnerabilidad que acompaña nuestro vivir en los tiempos que corren actualmente.

Cuando leo y escucho la ingente cantidad de propuestas y cosas que "hay que hacer", confieso que tan sólo una minoría de ellas me parece que merezcan ser tenidas en cuenta. La inmensa mayoría las veo como ocurrencias surgidas del "sálvese quien pueda", sin que tengan un valor real en aquello que promulgan tras su puesta en práctica.

Tengo la sensación, cuando veo lo que está sucediendo, de que la mayoría de las veces actuamos a modo de hormigas a punto de entrar en el hormiguero, pero que ante una amenaza se descarrían, dando palos de ciego y moviéndose de manera descontrolada.

La situación que estamos viviendo se caracteriza por la ausencia de certezas, yo soy el primero que no las tiene. Así como por la sensación de vulnerabilidad creciente que va impregnando nuestras vidas y que va afectando cada vez a mayores capas sociales.

Pero, lo que sí sé es que ese no es el camino para poder afrontar todo esto que tenemos encima de la mesa.

También sé que enlazar con una posición lúcida pasa necesariamente por intentar entender qué está pasando, de qué manera nos afecta, y qué hacer a partir de lo anterior, tanto en el plano personal como en el social. Para ello es básico analizar lo que acontece con un mínimo de desapasionamiento, de manera que las acciones derivadas no sean producto de la urgencia sin más, sino de acciones que realmente vayan a tener un grado de eficiencia real y concreta. 

Sobre el qué está sucediendo, de momento conocemos las consecuencias que está teniendo en el presente, pero ni se sabe con certeza los motivos ni las consecuencias futuras, al menos no he conocido ningún artículo ni investigación rigurosos al respecto que dé explicaciones plausibles y certeras. Por poner solo un ejemplo de esto aún no hay acuerdo sobre si se trata de una crisis del funcionamiento del sistema económico, o si es el sistema económico el que ha dejado de funcionar, o si se trata de algo más complejo y amplio, como es que todo un modelo socio-económico (¿y cultural?)ha entrado en fase terminal. Sobre esta última posibilidad es obvio que no tenemos aún perspectiva histórica para aplicar herramientas de análisis verificables.

Ante esa falta de conocimiento, hemos optado por reaccionar o quedarnos quietos. La reacción siempre va acompañada de premura y precipitación. La posición de no hacer nada puede deberse o al miedo o a una posición personal. En cualquier caso, ninguna de ellas son caminos que puedan ser fecundos, al menos para cambiar el estado de la cuestión.

Pero lo que más me interesa destacar es que esta forma de aproximarnos al problema, llamémoslo así, problema, nos aleja paradójicamente de su posible solución. Porque ante un tema complejo como éste sólo es posible soluciones complejas, y esto implica rigor, análisis, tiempo y desapasionamiento. 

Cuando lo que impera es el miedo, veo mucho miedo a mi alrededor, y lo comprendo perfectamente, como no voy a hacerlo; pero no veo que se sepa entender que por ahí no vamos bien, que al miedo hay que mirarlo de cara porque siempre genera distorsión, entonces me resulta más difícil imaginar que así podamos ganar este partido.

Creo que es indispensable pararse un momento y repensar entre todos qué está pasando, y qué hacemos. Es bueno recordar que al poder le interesa alimentar la falta de análisis, la falta de conocimiento, la falta de acción y el estado sumiso-depresivo de la ciudadanía.

Si no entendemos que los caminos han de ir tanto por lo personal como por lo social y colectivo, que no vale con solucionar lo mío, porque si no le va bien al otro a la larga no me irá bien a mí, si no abandonamos la sensación de miedo, entonces seguro que el partido lo perderemos. 

Es obvio que no tengo soluciones, pero sí estoy convencido que se pueden llegar a tener, y que las podemos conseguir entre todos. Sé que el tiempo para algunos, cada vez para más personas, vale oro. Pero es fundamental para construir soluciones de alcance, que generen cambios reales y éstos se consoliden en tendencias beneficiosas para el bien común. Y todo ello, a pesar de la modernidad líquida de mi querido Bauman.

Sólo añadir algo que me parece fundamental, y algunas veces parece que olvidamos: la forma más eficaz de combatir el miedo es mediante el conocimiento.

19/12/13

Feliz Navidad

Se aproxima la Navidad y entramos en ese tiempo muerto en el que parece que todo se para o el mundo se vuelve distinto.

Esto de los momentos del año, que son "rito de paso", como dicen los antropólogos, que sirven para darnos un respiro o entrar en la ritualización de un "tiempo nuevo", sin duda tienen una función social, con independencia de cual sea el clima social que impere y como ande la Bolsa en esos momentos, o como estén nuestros bolsillos.

Por seguir recordando cosas de la antropología, recordaré que el rito es la actualización del mito. Y, sin duda, la Navidad es un momento, un tiempo social, que se caracteriza por estar cargada de ritos.

Ritos que afectan a nuestros cambios de hábitos en estas fechas: comidas y cenas de trabajo, con amigos, con conocidos que habitualmente no vemos, etc. Propensión a consumir: cosas (en forma de regalos), alimentos (es momento de comer más y comer otros alimentos, siempre que la economía lo permita), afectos (hay que estar con los tuyos, te guste o no), estados de ánimo (alegría o melancolía y tristeza, depende de la situación de cada cual), etc.

Es un período marcado por cierta tendencia al exceso, a sentir que hay que vivir estos días con intensidad, a socializarse por todo lo que no te has socializado durante el resto del año, a vivir a la familia, a los amigos, a los compañeros de trabajo y a los conocidos, de un modo más próximo.

Por supuesto que, además de las prácticas sociales, estos días tienen un significado religioso para los cristianos. Lo de además es una incorrección mía, pues pareciera que es algo subordinado o un efecto colateral; siendo, por el contrario, su sentido religioso el origen y señas de identidad de la Navidad. Aunque es cierto que casi todas las celebraciones y fiestas existentes tienen un motivo sagrado. Es más, aquellas que no lo tienen, si nos fijamos con detenimiento lo que se celebra, es porque se ha impregnado de una cierta sacralidad eso profano que es digno de un tiempo especial.

Y así, ocurre de nuevo que estamos en una nueva Navidad, repitiendo ritos, actualizando mitos, entrando en un nuevo tiempo muerto, "tiempo sacro", tiempo festivo, que sirve, al margen, o además, de su sentido religioso, para cambiar hábitos, romper inercias, reencontrar espacios externos e internos que en la vorágine diaria pueden estar medio fosilizados y, que no falte, la llegada de las promesas para el futuro.

Es curioso esto, porque aunque luego no hagamos nada de lo que nos prometemos hacer, sin duda tiene un cierto efecto catártico, tanto social como personal, y opera como desintoxicación de todos aquellos tóxicos que llevamos incorporados en nuestra vida cotidiana. Es como una cierta forma de sentir que ponemos el contador a cero. Y, claro, aunque luego sigamos con lo de siempre, al menos por un tiempo hemos sentido la ilusión de cambio en nuestras vidas, lo cual ya tiene en sí mismo un cierto efecto balsámico y de desahogo. Vamos, que aporta sensación de ingravidez.

A mí me gustaría que fuese una Navidad que llegase a todo el mundo, que realmente significase un cambio, para bien, por supuesto, que nos permitiera echar al cubo de la basura todo lo que nos llega de amargura y de sufrimiento, que desechásemos de nuestras vidas y nuestro entorno la desconfianza y fuésemos más próximos con nuestros próximos, pero no desde un sentimiento obligado o impostado, sino desde el convencimiento de que es lo mejor para mí y para el otro, de que mirásemos nuestros miedos con menos miedo, de que rompiésemos clichés y estereotipos que tenemos en nuestro mundo de confort, que hace que sea tan poco confortable en realidad (aunque no lo sepamos). En definitiva, que este período de tránsito, que implica cualquier "tiempo de paso", fuese un momento para iniciar un cambio real en lo personal y en lo social.

Bueno, ya sé que esto pertenece al mundo de los sueños. Pero soñar, al menos soñar, aún es gratis. 
Feliz Navidad. 

9/12/13

Discurso social vs. práctica social

Escuchando y leyendo lo que se dice sobre la situación socio-económica y política que acontece, veo que hemos entrado en un terreno francamente pantanoso.

Me explicaré. Estamos en un proceso de descomposición social vertiginosa, donde cada vez hay más bolsas de pobreza a la vez que hay un núcleo de ciudadanos minoritario que incrementa su riqueza y, lo que es más grave, ahonda su diferencia con respecto a los grupos sociales más desfavorecidos.

Este hecho fragmenta y descohesiona el tejido social, inaugurando un sendero de anomia social.

En paralelo, se genera y fomenta un discurso dominante tendente a eliminar al sujeto(s) causante de esta situación, y se habla de ciclos, de mercado; es decir, de enunciados donde el sujeto de la enunciación no está, no existe o no es posible concretarlo en ningún individuo, grupo o institución

Asimismo, crece un estado de opinión, apuntalado por un grupo de voceros del statu quo (muchos no saben que cumplen esa función), que se empeñan en centrar la solución exclusivamente en cambiar el estado de ánimo de las personas como fórmula demiúrgica para la salvación. De paso, con ello hacen caer la responsabilidad del "statu quo" socio-económico en los individuos que padecen la situación y de la que no son en absoluto responsables.

Además, hay una tendencia muy asentada en la población, que considera que "las cosas se solucionan con el tiempo" o son otros los que han de solucionarlo. Por cierto, que esto último es sin duda sobre todo tarea de otros, de los que tienen más responsabilidad, pero lo que no se percibe, ni se entiende aún del todo, es que a todos nos toca asumir la nueva realidad si queremos salir adelante, y eso pasa inevitablemente por introducir cambios en nosotros.

Unido a todo ello, se dice también que esta crisis es consecuencia de una crisis de valores. Y sin duda lo es,pero no sólo. Además, cualquier crisis también lo es de valores. Pero pareciera que es algo malo cuando se afirma esto, y no tiene por qué ser así. Es más, en concreto en esta situación creo que la crisis de valores ha sido una consecuencia y no la causa, pero ese es un tema que habrá que dejar que el tiempo transcurra para poder analizarlo con mayor perspectiva.

Por último, hay algo que es lo que me parece más preocupante de todo. Cuando se lanzan pronósticos sobre el futuro, o se "detectan síntomas de final de la crisis", me consta que obedece a una pura cosmética, que consiste en coger datos aislados, y forzarlos para que encajen con un deseo que se consolide como un estado de opinión, pero no conozco aún ningún informe realmente riguroso que permita avalar algo así. En ese diseño cosmético se magnifican datos, que ni siquiera se sabe si son coyunturales o estructurales, pero se les señala como inicio de cambio de tendencia.

En definitiva, hay una saturación de "lugares comunes" con la pretensión de elevarlos a categoría de ciencia o de descubrimiento relevante. Estamos aún en el magma de la confusión, propio de todo proceso de transformación social y económica.

Sería muy necesario que centráramos nuestra atención, como ciudadanos, en observar las prácticas sociales que se derivan de los discursos que circulan. Es decir, ver qué grado de correspondencia hay entre los "decires", los "haceres" y las representaciones simbolico-sociales que se configuran. Si se constata que las diferencias entre esos planos existe, incluso que hay divergencias significativas entre ellos, sería tal vez deseable analizar en qué consisten, y que, posteriormente, tras conocerlas tornásemos nuestro mirada personal y colectiva hacia una ética de bienes, superando (e incluyendo) la ética de valores, que tantos problemas y conflictos ha acarreado a la historia de la humanidad.

21/11/13

El cambio y sus consecuencias

Tras los rescoldos de los últimos incendios sociales y económicos ocurridos, nos movemos con inercias antañas para hacer frente a las consecuencias presentes. 

Aún no nos damos cuenta, pues estamos en fase de estrés postraumática, que no valen los criterios, la categorías y las soluciones de antes.

Nos hemos adentrado en un proceso social, económico (y seguramente cultural), del que no sabemos apenas nada. Sólo sabemos dos cosas con certeza: que nuestro mundo no es el de hace poco tiempo, y que la característica que domina esta  nueva situación es que está impregnada por el cambio vertiginoso.

Sobre la primera cuestión apenas podemos decir más que hemos de conocerla mejor, asimilarla y aprender a manejarla.

En relación con la segunda, nuestros métodos y herramientas tradicionales de análisis e interpretación han de cambiar y, además, ser capaces de captar, depurar y procesar los aspectos que son relevantes, desechar los que no lo son, y tener muy presente que las características más importantes que han de tener son: capacidad para generar modelos de análisis e interpretación veraces y rápidos, capacidad para saber autofagocitarse (obsolescencia rápida y ágil) y dar paso a modelos nuevos cuando la situación lo requiera, y tener capacidad predictiva (detectar lo inmediato y lo que puede acontecer en lo postinmediato).

En este escenario, intentar generar modelos a medio y largo plazo de momento resulta difícil imaginarlo, pero sin duda es un reto que habremos de intentar conseguir.

Respecto al plano de la acción, si somos capaces de establecer modelos adecuados que nos permitan entender las claves de las dinámicas nuevas y cambiantes, será la primera piedra para poder manejarnos idóneamente en nuestro hacer para conseguir los objetivos que nos proponemos.

Todo esto que aquí planteo es válido tanto en el plano personal como en el profesional (individuos, organizaciones y empresas). Pero, además, creo que ahora más que nunca, lo profesional y lo personal tienen una vinculación tan estrecha que acaba siendo casi una misma cosa. 

Ni los planteamientos que usábamos en la consultoría y en la investigación social y de mercado son ya válidos, ni la forma con que nos planteábamos y gestionábamos nuestro ámbito privado y personal van a ser ya idénticos.

Los retos individual/personal, social/colectivo, organizativo, político y económico (y está por ver que también cultural) pueden seguir bajo los planteamientos que teníamos hasta hace bien poco.

Saberlo, entenderlo, procesarlo, interiorizarlo y traducirlo en nuevos paradigmas y nuevos modos de acción es de lo que depende nuestro devenir.



7/11/13

La ideología siempre está

Repaso algunos artículos y vídeos en la red de personas que hablan sobre el cambio, reinventarse, nuevos enfoques y similar.

Algunas cosas me gustan mucho, otras me parecen sensatas, otras me parecen lugares comunes con pretensión de vender algo novedoso, y otras me generan directamente urticaria. Sobre estas últimas me referiré a continuación.

Oigo a un señor hablar de optimismo, del nuevo modelo de liderazgo, de ser proactivos, es decir, de la retórica al uso, ya saben. Y lo que también oigo y sobre todo veo es que hay toda una corriente de pensadores profesionales empeñados en encontrar un lenguaje nuevo para seguir haciendo lo mismo, sin que nada cambie y todo siga igual; eso sí, con la pretensión de que pensemos o fabulemos con que estamos ante un modelo de gestión y de pensamiento organizativo diferente, donde se procura atender a los ámbitos personales para ser más eficientes. Se habla de transparencia, sinceridad, comunicación, etc., como un camino inexcusable para atender a las nuevas necesidades de la empresa y del mercado.

Debo ser muy torpe, pero yo lo que veo es que es un intento de seguir manteniendo todo lo que funciona mal, y cuando digo mal incluyo situaciones como priorizar los resultados por encima de los procesos, desatender el aspecto humano, seguir en modelos verticales, ninguna transparencia, cero sinceridad y comunicación engañosa, y así todo. Eso sí, lo que también veo es que dentro de este nuevo falso paradigma técnico-ideológico, se pretende revestir las cosas de siempre con otros trajes, cambiar el lenguaje, con pretensiones de novedoso y rupturista, incluso eficaz, para que lo de siempre siga siendo, pero con personas más entregadas.

Soy sociólogo, consultor y coach, soy un gran defensor de los procesos de coaching para ayudar a generar cambios en las personas y las organizaciones. Pero me irrita la tomadura de pelo y el querer presentar algunos enfoques como solución para los problemas de las empresas y de las personas, cuando lo único que se plantea es un cambio en la forma de denominar a las cosas, sin cuestionar las cosas en sí.

Eso no es coaching, ni apoyo a las organizaciones ni a las personas, ni apoyo al cambio real. Es un mero maquillaje, tremendamente ideológico, sin nombrarlo, que a la postre resulta a veces el más peligroso, para seguir ahondando en los mismos problemas. Eso sí, con la pretensión de que seamos muy crédulos, y nos pleguemos a la retórica nueva y vacía. 

23/8/13

Ética de bienes vs. ética de valores

Leyendo las noticias de los medios, leyendo lo que se dice en las redes sociales, y viendo lo que acontece en nuestro mundo constato, una vez más, lo poco para lo que sirven las palabras. Y es curioso, porque siempre he sido un defensor de ellas, de su fuerza y capacidad para transformar las cosas, para generar imaginarios nuevos que se transvasen al mundo fáctico. Tal vez en estos momentos sufra un ataque de pesimismo, no sé, o de urgencia, ante lo que pasa en este pequeño universo en el que habitamos.
Pero hay algo que sí me gustaría comentar. Detecto, al menos por lo que oigo y leo, que existe un estado de queja y de reclamo de ética. Eso me parece muy positivo, y lo digo sin ningún tipo de ironía. También percibo que las demandas no son por algo que esté sucediendo ahora, no, es algo que viene sucediendo de muy atrás, y esto ya no sé si quienes nos quejamos somos suficientemente conscientes de ello.
Pues bien, ante esto señalaré dos cosas que creo que son importantes, al menos para mí: la primera es que ese estado de rechazo de la inmoralidad e injusticia me parece que es consecuencia de un desvelamiento de cómo funcionan las cosas, y, además, se produce porque es a nosotros a quien ahora “nos aprieta también el zapato”. Ambas causas están, creo yo, en nuestro posicionamiento actual.
La segunda, creo que es más sutil y compleja, es que dicho posicionamiento en que nos encontramos, de reclamo de mayores niveles de ética y de justicia social, puede tener un efecto paradójico, de manera que no es que no sirva para nada, sino que sirva para todo lo contrario. Me trataré de explicar. Estamos en un  momento fuerte de defensa de valores como justicia, equidad, honestidad, etc. Es decir, estamos en la defensa de aspectos que tienen que ver con la dignidad humana, pero desde una perspectiva ideal. Cuando solo miramos como deben ser las cosas, cuando solo reclamamos valores, perdónenme la incorrección política que esto que digo representa, y no entendemos realmente como funcionan las cosas, y desde ahí, como hacerlas frente para conseguir que funcionen mejor para todos, lo que se produce son dos cosas: estamos en el muro de las lamentaciones, pero como muro, rebota y rebota; y en segundo lugar, nos genera irritación porque nada cambia, lo que incrementa nuestra defensa de “lo que debe ser”, y se puede convertir en un mantra estéril.
¿Cuál es para mí la razón, o las razones de esto? Volveré a ser, con el permiso de los posibles lectores, políticamente muy incorrecto. Vivimos en una sociedad donde los valores juegan un papel demasiado importante, tanto que nos impide a veces manejarnos de manera más eficiente con la realidad. En estos momentos, lo que tenemos todos es un fuerte subidón axiológico, si me permiten la expresión. Pero esto provoca, paradójicamente, que desatendamos una buena ética de bienes. Es decir, lo que planteo es pasar de una ética de valores, que tiene algunos efectos indeseados, al menos como yo lo veo, a una ética de bienes. Aclaro, que no estoy desechando los valores, sólo dimensionándolos dentro de una ética encaminada hacia el bien común.
Para mí, esa ética de bienes está guiada por actitudes y acciones dirigidas a la consecución del mayor grado posible de bienestar (en todos los planos). Y ello implica conocer realmente como funcionamos, cual es la lógica que mueve nuestro mundo, y desde ahí ir poniendo soluciones factibles, concretas y reales que redunden en una sociedad mejor, es decir, un mundo de mejor entendimiento y mejor funcionamiento para todos. Y tener presente que ese es el objetivo fundamental; lo demás, si ayuda a la consecución de ese objetivo bienvenido sea, sino, desechémoslo.
Sólo añadir, que sé que la mayor responsabilidad corresponde a aquellos que la tienen, que tienen más capacidad para actuar, pero estoy convencido que como ciudadanos podemos incrementar nuestro protagonismo en la vida pública y en nuestra sociedad en general. Ello, además, nos hará más ciudadanos y nos dará mucho más protagonismo.
Asimismo, soy consciente de que lo que aquí planteo necesita mucho más recorrido. Pretendo solo enunciarlo y no entrar en aspectos que escapan a este espacio.

13/8/13

Por qué hago coaching

Me dedico al coaching porque estoy plenamente convencido que es una herramienta que ayuda a las personas y las organizaciones a conseguir mejor sus objetivos y a sentirse mejor consigo mismos.
Ahora, que atravesamos momentos complicados, precisamente ahora, veo que es más necesario aún. Esto no lo digo desde la creencia, o desde el intento de autopropaganda, lo digo desde la constatación de que ante una situación como ésta es importante ser capaz de afrontarla, asumiendo sus enormes dificultades, pero sabiendo que solo mediante la acción adecuada, la de cada uno, es como se consiguen mayores garantías de salir adelante.
No soy partidario del “happy-happy” que rodea muchas veces esta profesión, creo que no hay motivos para ello; pero sí sé que cuando uno es capaz de mirar las cosas de un modo distinto, se consigue movilizar energías y activar actitudes que se tornan en acciones anteriormente inimaginadas. ¿Por qué digo que lo sé? Porque he visto muchas personas que ante un insight (toma de conciencia o percepción distinta de las cosas), ha activado todo un repertorio de actitudes y motivaciones, que han devenido en acciones, las cuales han fecundado en la consecución de objetivos que pensaban inalcanzables.
Tampoco soy partidario de pensar que todo es una cuestión de actitud y motivación, sé que es fundamental no solo “lo de dentro”, sino también “lo de fuera”. Por supuesto. Pero es requisito fundamental y previo “lo de dentro” para que enlace con “lo de fuera”. Es decir, es básico trabajar aspectos de uno mismo, de cómo uno se siente con el mundo y consigo mismo, cómo percibe, entiende, valora e interpreta lo que acontece y le acontece (ese diálogo interior que todos tenemos), para poder modificar creencias taponadoras e irreales. Cuando se consigue tener más libertad interior, permite mirar de otro modo, ver las cosas desde otros ángulos, se incrementa la lucidez, y todo ello  facilita el actuar desde una mayor sensación de ligereza.
Vivimos en un momento difícil, confuso, donde la velocidad de los cambios es vertiginosa (la modernidad líquida, que dice Bauman), donde la sensación de vulnerabilidad va incrementándose, donde la percepción de futuro apenas existe, etc. Ante este mundo al que es complicado definir, porque lo que es válido hoy, mañana puede dejar de serlo, la mejor manera de vivirlo y vivirnos es desde el máximo nivel de consciencia y de libertad que seamos capaces de obtener. Por eso hago coaching.

29/5/13

La pelota está también en nuestro tejado.

Hoy ha venido por Málaga Jordi Évole a dar una charla. La respuesta de la gente malagueña ha sido importante, el aforo no ha sido suficiente para acoger a todos los que han ido a escucharle. Había gente joven y menos joven.
Esto me ha confirmado algo que no acabo de entender del todo: hay hambre de ilusión, de discursos distintos, de personas que tengan una visión diferente, de alguien que ponga palabras a lo que una gran mayoría piensa, de salir del tono gris y del empape de eso que hablamos todo el rato.
Si esto sucede, si realmente hay un deseo real de que las cosas se digan de otra manera y, sobre todo, se hagan de otra manera, ¿qué impide que se empiece a hacer?.
Ante esto, se me abren varias posibles respuestas.
La primera es que tal vez no se esté canalizando de manera adecuada la energía que emana un montón de ciudadanos. Las razones sobre esto pueden ser múltiples: no hay un o unos canalizadores adecuados para conducirla, no se está canalizando por el lugar adecuado, se está mirando hacia donde no es, y/o no hay energía suficiente para cambiar el estado actual de las cosas.
Otra posibilidad es que lo querido y deseado no sea realizable; vamos, que la realidad sea más consistente que la fuerza que existe para derribarla. Sobre esto, solo dejaré un apunte personal en el que creo, aunque pueda sonar a pensamiento mágico: casi todo lo que uno imagina puede ser realizado, y el impedimento para hacerlo viene, en la mayoría de las ocasiones, no por la dureza o consistencia de la realidad sino por nuestra “dureza” interna.
Por último, puede deberse a que realmente no se quiera hacer lo que se dice querer. Esto puede tener varias gradaciones: puede quererse desde el plano del pensar, pero no se está dispuesto desde el plano del hacer. Dicho de otro modo, no compensa el esfuerzo y las consecuencias en el actuar a lo que se dice que se quiere conseguir. O, es posible también, que el beneficio de lo pensado se consiga en sí mismo, sin que se sienta la necesidad de hacer. O, incluso, que se piense que con el decir ya basta, y ya vendrán otros que harán.
No pretendo hacer aquí un juego de palabras, todo lo contrario. Pretendo salir de las palabras, encontrar el vector hacia donde apuntan, para ver el resultado concreto que generan en la realidad real.
¿Por qué me hago todas estas preguntas?. Porque creo que hay un “decalage” entre los decires y los haceres. Esa fractura existe, desde mi punto de vista, por tres motivos fundamentales: miedo (al cambio, a abandonar lo conocido), falta de compromiso (con nosotros mismos y con nuestros próximos) y déficit en la forma adecuada de canalizar la energía y transformarla en acción eficiente (dicho déficit se contrarresta con el conocimiento).
Me gustaría hacer un apunte final. Nuestro mundo está cambiando, de momento a peor, al menos para la mayoría de la población; sabemos algo o bastante sobre las causas de por qué se han producido, y quienes las han provocado, sabemos que nuestra capacidad de acción es muy limitada o nula individualmente, sabemos que el poder existe porque constatamos todos los días su forma de imponerse en nuestras vidas cotidianas y la enorme dureza y solidez para combatirlo.
Pero, hecho el diagnóstico, analizado lo que pasa, por qué pasa y quien hace que suceda, las opciones que nos quedan son solo dos: hacer o no hacer. Si no hacemos, sabemos lo que ello implica. Si hacemos, no sabemos lo que implicará, pero sí que sabemos que se generarán dinámicas nuevas, que no podemos aún imaginar.
La pelota está también en nuestro tejado.

21/5/13

Anotaciones sobreimpresión



Abrir la prensa, leer los twuits, escuchar lo que se habla..., todo tiene la misma melodía, el mismo tono: denuncias sobre lo que ha hecho el otro, datos sobre lo mal que nos va y nos va a seguir yendo, opiniones sobre la situación nefasta en que estamos, etc.
Se dirá que es lo natural que suceda esto ante lo que acontece, y no lo niego, claro que es lógico, claro que es necesario protestar, denunciar y rebelarse. Pero, creo que para romper con la inercia que está cogiendo esto de hablar y de escribir “sobre lo mismo”, tal vez sería necesario salir de ese escenario, al menos durante unos minutos.
¿Por qué creo que es necesario hacerlo?. No para mantener una posición alienante o enajenadora de la realidad (palabras que ahora suenan antiguas, cosa curiosa), no para caer en un optimismo ingenuo o bobalizante, no para mantener una actitud negadora. No pretendo nada de eso; al contrario, creo que es fundamental ser lúcido respeto a lo que está pasando e incrementar nuestro grado de consciencia sobre todo ello. Pero, me parece que para poder buscar soluciones y emprender acciones que sirvan, que nos sirvan, es decir, que sean resolutivas realmente, es necesario salir de esta fuerza centrípeta que nos atrapa, al menos por un tiempo, dejar de lado un rato el empacho de hiperrealidad negativa que nos subsume, y mirar las cosas desde otro lado, con unas gafas más de media y larga distancia, incluso dejar de mirar hacia lo que miramos casi todo el tiempo. Se me dirá que eso no es posible para muchas personas que viven bajo la angustia de una situación de empobrecimiento, de indigencia o de máxima vulnerabilidad. Y es cierto que no resulta posible en muchos casos. Pero, de lo que sí estoy persuadido es que para afrontar con lucidez y, por tanto, con eficiencia, nuestro actual mundo de vida, es menester hacerlo con una nueva forma de mirar, y, por tanto, de buscar respuesta en regiones tal vez no exploradas. Yo no tengo idea de cuales pueden ser las soluciones, no sé por donde ha de ir nuestro campo de visión; pero sí creo que ha de venir desde una manera radicalmente diferente de mirar, de preguntarnos, y de actuar.
Por tanto, creo que los caminos que han de trazarse para conseguir dar soluciones han de construirse; mejor dicho, los hemos de construir entre todos, aunque algunos tengan más responsabilidad que otros, pero incluso eso, el nivel de responsabilidad como se distribuye actualmente, es conveniente revisarlo.
Soy consciente de que lo que aquí planteo tiene un punto de irrealidad, de posición quimérica, pero, también estoy persuadido de que es desde un planteamiento de cambio profundo desde donde nos pueden llegar las ideas para diseñar y trazar los caminos que nos conduzcan a una situación mejor para todos.
Sólo dos apuntes para finalizar. El primero es que para que esos cambios empiecen a germinar hemos de dejar de tener una actitud pasiva y de obediencia. Esto puede tener un coste en el corto plazo, sin duda, pero solo puede tener beneficios, en el medio y largo plazo, para todos, sobre todo para los sectores sociales más afectados por esta situación, pero insisto que para todos.
El segundo apunte es que, para afrontar la situación socio-económica es fundamental que modifiquemos nuestro modo tradicional de relacionarnos y de actuar, tanto en el plano micro como en el macro. Si seguimos con la creencia de que las soluciones han de aplicarse solo al ámbito económico, si pensamos que son “los técnicos” los que han de encontrar soluciones, si creemos que se trata de arreglar una avería, si consideramos que se trata de un problema técnico, entonces es que no estamos entendiendo la complejidad del problema, es que estamos mirando donde no es y, además, nuestra mirada está completamente desenfocada.
Creo que hay otro problema fundamental, del que se habla poco o nada, y que incide de manera fundamental en todo lo que se habla y se dice, y es que ni el problema ni la solución están definidas ni consensuadas social y políticamente, de forma que cuando hablamos de ello, lo que hacemos es utilizar los mismos significantes para desplegar significados diferentes. Es decir, cada uno empuja en un sentido y lo hace para llegar a un escenario diferente. Conseguir el máximo acuerdo sobre ello implicaría maximizar las energías y crear motivación.

9/4/13

Sin respuesta


Hay días en que uno se levanta con sensaciones nuevas, no sé si por efecto de la saturación de andar siempre en lo mismo o porque las neuronas se han conectado de otro modo. El caso es que hoy me he levantado con una cierta dosis de perplejidad ante el mundo en el que vivo.
Me explicaré. Viendo las cosas que acontecen y tal y como acontecen, me he preguntado: ¿como es que nos lo montamos tal mal, realmente merece la pena hacer las cosas que hacemos y del modo como las hacemos, qué beneficios sacamos (o sacan) actuando así...?.
Tal vez por deformación profesional, ante estas preguntas sin respuesta, o con una respuesta demasiado obvia, mis neuronas me han llevado inmediatamente a preguntarme los porqués de esto, así como los paraqués. Y, puf, me he encontrado que ni con tres vidas tendría suficiente para encontrar respuestas plausibles y certeras.
El caso es que no sé ni dónde están las causas de todo este desaguisado ni cuales son los beneficios.
Claro que se me podrá decir que mi perplejidad es tan antigua como la propia humanidad, y que por eso llevan miles de años mis antepasados dedicándose a intentar dar explicaciones de por qué nos comportamos como lo hacemos. Y no pretendo aquí enmendar la plana a nadie, ni soy tan narciso ni tengo un bagaje de conocimientos suficiente para pretenderlo. Pero, no puedo dejar de interrogarme ante algo que hoy me ha resultado más asombroso de lo habitual.
Por ejemplo, por qué hemos constituido la competitividad como el valor fundamental casi en todo, en detrimento de la cooperación, que me parece mucho menos conflictiva, más solidaria, incluso más cómoda para el bien llevarnos entre los humanos.
Por ejemplo, por qué es necesario para salir de esta crisis someter a una gran parte de los ciudadanos, y solo a una parte, a una situación de penuria económica y social, para que se consiga el beneficio de todos.
Por ejemplo, por qué para que algo sea más valorado ha de ser necesariamente un bien escaso.
Por ejemplo, por qué para acceder a determinados niveles de bienestar es necesario asociarlo a valores como la lucha y el esfuerzo.
Por ejemplo, por qué necesitamos considerar a los otros como potenciales adversarios para conseguir nosotros determinados objetivos.
Por ejemplo, por qué hay unos pocos que dicen lo que hay que hacer y el resto ha de obedecer, por qué tiene que haber mandadores y mandados.
Por ejemplo, por qué tener éxito se entiende socialmente como llegar a algún sitio que está destinado para unos pocos.
Por ejemplo, por qué para defender mi identidad es necesario que los otros sean los distintos.
Por ejemplo, por qué hay que expoliar al planeta tierra para conseguir mayores niveles de progreso.
Por ejemplo, por qué nos complicamos tanto la vida (o nos la complican).
En fin, estas y otras preguntas han aparecido hoy en mi cabeza. La novedad, la sensación de extrañeza, ha venido fundamentalmente por la percepción de que, más allá de cada uno de los porqués, hay algo global que debemos estar haciendo fatal.
Sé que pueden resultar interrogantes “naif”, y también sé que los expertos me darían respuesta a cada uno de ellos.
No solo se trata de ir resolviendo uno a uno los temas, me parece que se trata, sobre todo, de un cambio de posicionamiento global.
Alguien puede decir, pero qué es eso de un cambio de posicionamiento global y cómo se consigue. Y ese es precisamente para mi el principal problema. Me refiero no a ver qué es y como hacerlo, me estoy refiriendo al hecho de que alguien se haga la pregunta.