Detecto mucho cansancio y desesperanza hacia las voces que
denuncian la situación social y económica en que nos encontramos. De igual modo
sucede hacia los que proclaman a los cuatros vientos el espíritu positivo como
actitud vital y “el happy-happy”. Esto ya no funciona ni siquiera como efecto
balsámico en el ánimo de la mayoría de las personas.
Ese cansancio y desesperanza
viene de la saturación de oir, ver y esperar cambios significativos, que no
sólo no se producen, sino que, según los datos de que disponemos, se agravan
día a día. El deterioro tiene una visibilidad tan fuerte que no hace falta
decir más al respecto.
Evidentemente, es en las capas
sociales más desfavorecidas de nuestra sociedad donde con más fuerza anida este
malestar. Por cierto, la palabra malestar me parece ya un eufemismo, que no
refleja realmente lo que se siente.
A la par que todo esto pasa en
el plano real, se pretende instaurar un discurso, proveniente del gobierno de
nuestro país y del partido que lo sustenta, señalando que la recesión se está
terminando y que está cambiando el ciclo económico, eso sí, por cautela y no sé
si por “vergüenza torera”, se dice que aún no lo notamos, y que la recuperación
se irá produciendo muy lentamente. En fin, mejor decir aquello de: sin
comentarios.
Pero no pretendo aquí ser uno
más de los que se quejan y denuncian lo que está sucediendo, de eso ya existe
abundante literatura. Lo que trataré es de mostrar, desde mi personal punto de
vista, algunos aspectos de todo esto que me llaman mucho la atención.
He asistido en estos días a
algunas reuniones con personas con una alta responsabilidad política y
empresarial. En ellas he podido detectar un fuerte pesimismo, o tal vez sea más
apropiado llamarlo realismo lúcido, acerca de nuestro presente y nuestro
devenir inmediato. Curioso es que esto se dice en reuniones a puerta cerrada o
en cafés de petit comité. Sin embargo, fuera de estos ámbitos privados
se cambia el discurso, y se señalan cosas bien distintas, por las mismas
personas que antes decían lo contrario.
Pero no es esto sólo lo que me
llama la atención. Lo que más me asombra de todo ello, y así se lo hice ver, es
qué beneficio obtienen de ello, más allá de una visión cortoplacista absurda,
que sin duda redundará en que se vuelva contra todos en el medio y largo plazo.
Por cierto, cuando hablo de medio plazo igual exagero, porque me refiero a un
futuro muy inmediato.
Por otro lado, cuando hablo y
escucho a eso que llamamos ciudadanía, cada vez tengo menos claro si eso existe
aquí, veo desánimo en algunos, en otros una actitud de espera a que los que
mandan resuelvan las cosas, y, en una cada vez más inmensa mayoría, miedo,
agobio y sufrimiento, no ya por lo que se avecina, sino por el presente en que
se encuentran. Cosa que me resulta curiosa, ya que lejos de movilizar a la
acción, les mantiene en una actitud de quietud y parálisis. Sí, ya sé que el
miedo que esto comporta puede ser muy invalidante.
Bien, pues aquí quería llegar.
Lo que percibo tanto en las personas que tienen responsabilidad, tanto política
como empresarial, como en los ciudadanos, que también la tienen, aunque en otra
medida y de otro modo, pero intuyo que eso no lo saben, es que se está en una
especie de estado de negación, y se prefiere fabular y fantasear lo que se
pueda, para no mirar de cara a lo que pasa y nos pasa. Es una especie de
actitud evitativa, en la que unos juegan a no decir lo que saben o intuyen, a
ver si diciendo lo contrario ganamos tiempo al tiempo y todo cambia, y otros a
ver si no haciendo nada la solución llega de fuera de manera mágica.
Mientras tanto, todos sabemos
que la situación empeora, pero vamos a ver si no haciendo, o diciendo que la
cosa mejora, pasa algo.
Todo ello, tanto para lo unos
como para los otros, como para todos nosotros, está movido por una palabra muy
corta, fácil y concreta, se llama miedo.
Si somos
capaces de entender que además de la compleja situación económica, social y
política en que nos encontramos, que genera unos efectos devastadores en
nuestras vidas, sobre todo en las capas sociales más bajas, y que está
provocando una quiebra muy profunda, de la que aún, por cierto, algunos no se
están enterando o no quieren enterarse, entre los que tienen algún tipo de
renta y los que ya no la tienen; como digo, si somos capaces de entender que no
sólo es un tema técnico, sino que existe un tema actitudinal que agrava
exponencialmente el tema técnico, y se llama miedo, y con el que hay que hacer
algo, tanto como con el técnico, seguiremos en la fabulación negadora, y en la
búsqueda de soluciones irreales, cojas, y, por tanto, con un grado de eficacia
tendente a cero.