COSAS QUE PASAN

18/10/13

La lucha del hombre contra el tiempo

La lucha del hombre contra el tiempo, o, por mejor decir, por controlar y hacerse con el tiempo, es tarea de dioses, que deviene en esfuerzo estéril y frustración.
Posiblemente, el paso del tiempo, la conciencia de ser limitado, la aproximación al final, sea algo inexcusable y fundamental en cualquier reflexión del hombre sobre su acontecer en el mundo y la vida, al menos en esta vida. Pero no por ello, por saber que es una batalla con garantía de derrota de antemano, es posible dejarlo de lado o banalizarlo. Al contrario, se trata de conseguir esa lucidez mínima que viene dada desde la aceptación ante lo inevitable, pero también desde la comprensión de un aspecto nuclear, que permite vivir de manera más plena y más auténtica, a partir de asumir las reglas del juego innegociables sobre lo que representa el vivir.
La vida y la muerte son las dos caras de una misma moneda, de tal modo que el valor de cada una de ellas se sustenta en la otra, en una relación estructural de dependencia mutua. El valor que le damos a la vida, a la vida humana, viene dado por su finitud, por la certeza de su carácter efímero. De igual manera, la muerte adquiere su enorme importancia desde el valor que asignamos a la vida.
Ahora bien, ¿es posible abordar este tema sin la angustia asociada que suele implicar?. Responder a ello no es tarea fácil ni breve, ni siquiera sé si resulta factible. Sólo diré al respecto que, para mí, la angustia forma parte del ser del hombre en su vivir. También diré que la angustia nada tiene que ver con la ansiedad para mí. La primera obra al vivir, la segunda emerge ante el evitar el vivir.

14/10/13

Algo sobre el vivir (escrito en 1999)

Vivir es estar y ser en y con la vida, es estar y ser poroso y permeable a lo que ocurre y nos ocurre en nuestra vida, es percibir y comprender lo que la vida nos va deparando con una mirada y una escucha atenta que sea capaz de captar el entramado que soporta lo que se pone de manifiesto, más allá de aquello que vemos con un simple vistazo. Pero, para conseguir todo ello, hay que encontrar la sintonía que armonice nuestro ser con el ser de la vida. La única manera que conozco para poder hacerlo es mediante la obtención del silencio interior. Si no hay silencio no hay posibilidad de descifrar el ruido de la vida. Son los contrastes los que nos permiten captar los significados de las cosas, sus más mínimos matices, que son, a veces, los que encierran las señales más grandes.

El pasado (escrito en junio del 2003)

El pasado se arrastra como un fardo pesado que dificulta el movimiento. Los fantasmas y las realidades se cargan a la espalda y nos doblan el espinazo.
Basta de pasarse la vida sopesando qué es lo correcto y lo incorrecto, qué está bien y qué está mal. La narración siempre es la misma porque somos prisioneros del constante cotejo de lo que hay y de lo que podría haber, de lo hecho y lo omitido, de lo que se tiene y se podría tener; en último término de lo que se es y de lo que se podría ser, o, más exactamente, de lo que se podría haber sido.
Éste es un proceso estéril, que no conduce a ninguna parte. Y es así porque se ha partido de premisas inciertas, como que hay un puzzle por construir, cuando lo que sucede en realidad es que nunca se acaba de configurar, siempre faltan piezas. O tal vez no exista ningún puzzle, tan sólo sea resultado de una visión racionalista de las cosas.
Todo esto deja un poso permanente de falsedad, de inautenticidad, de estar en un doble plano (uno real y otro falso). Pero esto también responde a la necesidad de acudir a las “tablas de la ley sagrada” para verificar el grado de cumplimiento de nuestras vidas con relación a lo que hay que hacer, a lo que se debe hacer, a lo preasignado desde instancias que se nos escapan.
El sentimiento de pérdida es aún más fuerte debido a que sentimos que con lo perdido se nos pierde una parte de nosotros. De nuevo está la historia, nuestro pasado; y más que la historia, la vivencia y nuestro mirar hacia atrás que siempre tiene mucho de fabulación.

En fin.

Algunas consideraciones sobre el miedo

Detecto mucho cansancio y desesperanza hacia las voces que denuncian la situación social y económica en que nos encontramos. De igual modo sucede hacia los que proclaman a los cuatros vientos el espíritu positivo como actitud vital y “el happy-happy”. Esto ya no funciona ni siquiera como efecto balsámico en el ánimo de la mayoría de las personas.
Ese cansancio y desesperanza viene de la saturación de oir, ver y esperar cambios significativos, que no sólo no se producen, sino que, según los datos de que disponemos, se agravan día a día. El deterioro tiene una visibilidad tan fuerte que no hace falta decir más al respecto.
Evidentemente, es en las capas sociales más desfavorecidas de nuestra sociedad donde con más fuerza anida este malestar. Por cierto, la palabra malestar me parece ya un eufemismo, que no refleja realmente lo que se siente.
A la par que todo esto pasa en el plano real, se pretende instaurar un discurso, proveniente del gobierno de nuestro país y del partido que lo sustenta, señalando que la recesión se está terminando y que está cambiando el ciclo económico, eso sí, por cautela y no sé si por “vergüenza torera”, se dice que aún no lo notamos, y que la recuperación se irá produciendo muy lentamente. En fin, mejor decir aquello de: sin comentarios.
Pero no pretendo aquí ser uno más de los que se quejan y denuncian lo que está sucediendo, de eso ya existe abundante literatura. Lo que trataré es de mostrar, desde mi personal punto de vista, algunos aspectos de todo esto que me llaman mucho la atención.
He asistido en estos días a algunas reuniones con personas con una alta responsabilidad política y empresarial. En ellas he podido detectar un fuerte pesimismo, o tal vez sea más apropiado llamarlo realismo lúcido, acerca de nuestro presente y nuestro devenir inmediato. Curioso es que esto se dice en reuniones a puerta cerrada o en cafés de petit comité. Sin embargo, fuera de estos ámbitos privados se cambia el discurso, y se señalan cosas bien distintas, por las mismas personas que antes decían lo contrario.
Pero no es esto sólo lo que me llama la atención. Lo que más me asombra de todo ello, y así se lo hice ver, es qué beneficio obtienen de ello, más allá de una visión cortoplacista absurda, que sin duda redundará en que se vuelva contra todos en el medio y largo plazo. Por cierto, cuando hablo de medio plazo igual exagero, porque me refiero a un futuro muy inmediato.
Por otro lado, cuando hablo y escucho a eso que llamamos ciudadanía, cada vez tengo menos claro si eso existe aquí, veo desánimo en algunos, en otros una actitud de espera a que los que mandan resuelvan las cosas, y, en una cada vez más inmensa mayoría, miedo, agobio y sufrimiento, no ya por lo que se avecina, sino por el presente en que se encuentran. Cosa que me resulta curiosa, ya que lejos de movilizar a la acción, les mantiene en una actitud de quietud y parálisis. Sí, ya sé que el miedo que esto comporta puede ser muy invalidante.
Bien, pues aquí quería llegar. Lo que percibo tanto en las personas que tienen responsabilidad, tanto política como empresarial, como en los ciudadanos, que también la tienen, aunque en otra medida y de otro modo, pero intuyo que eso no lo saben, es que se está en una especie de estado de negación, y se prefiere fabular y fantasear lo que se pueda, para no mirar de cara a lo que pasa y nos pasa. Es una especie de actitud evitativa, en la que unos juegan a no decir lo que saben o intuyen, a ver si diciendo lo contrario ganamos tiempo al tiempo y todo cambia, y otros a ver si no haciendo nada la solución llega de fuera de manera mágica.
Mientras tanto, todos sabemos que la situación empeora, pero vamos a ver si no haciendo, o diciendo que la cosa mejora, pasa algo.
Todo ello, tanto para lo unos como para los otros, como para todos nosotros, está movido por una palabra muy corta, fácil y concreta, se llama miedo.
Si somos capaces de entender que además de la compleja situación económica, social y política en que nos encontramos, que genera unos efectos devastadores en nuestras vidas, sobre todo en las capas sociales más bajas, y que está provocando una quiebra muy profunda, de la que aún, por cierto, algunos no se están enterando o no quieren enterarse, entre los que tienen algún tipo de renta y los que ya no la tienen; como digo, si somos capaces de entender que no sólo es un tema técnico, sino que existe un tema actitudinal que agrava exponencialmente el tema técnico, y se llama miedo, y con el que hay que hacer algo, tanto como con el técnico, seguiremos en la fabulación negadora, y en la búsqueda de soluciones irreales, cojas, y, por tanto, con un grado de eficacia tendente a cero.

7/10/13

¿Puro platonismo?

Se me ocurre que podríamos ponernos de acuerdo todos en una cuestión: qué cosas tenemos en común, y sobre qué cosas estamos básicamente de acuerdo. Cuando hablo de cosas, me refiero a nuestras ideas, percepciones, creencias y posibles soluciones para solucionar no sólo lo mío, sino lo nuestro.
Asimismo, también propongo que desechemos nuestra tendencia a convertir lo que pasa y nos pasa en una película de buenos y malos; al menos, mientras buscamos puntos comunes de encuentro.
Después, podríamos intentar ponerlas todas encima de la mesa, verlas y mirarlas entre todos; y, posteriormente, decidir qué hacemos con ellas.
Pensemos, después, como gestionar y ejecutar algo así, como concretarlo de la forma más adecuada y eficiente.
Tal vez, no lo sé, sea una forma excesivamente utópica, pero eso da igual, ya se verá si lo es, y si sirve para romper la inercia en la que andamos casi todos en estos momentos.
Todo esto me viene a la cabeza cuando miro a mi alrededor, y escucho y leo lo que se dice.
Seguramente se verá como una idea descabellada, tendente a lo imposible, tocada de un platonismo estéril, pero se me ocurre para los que lo vean así que es una buena manera de seguir alimentando lo mío, lo tuyo, sin que valoremos lo nuestro, y, ya puestos a decir, sin que creamos en lo nuestro. Es decir, para seguir retroalimentando "nuestra realidad" actual.

3/10/13

El gato cabrón (relato)

Era negro, estaba tuerto, tenía una mirada retadora y tierna. Sus principales actividades eran la meditación y dormir. Tenía un amigo perro, que le acompañaba en sus largas horas sedentarias. Ambos miraban el mundo desde una actitud reflexiva, escéptica, con un punto zen. De vez en cuando se iba de paseo, iba a ver algo más de mundo, con andares felinos, elegantes.
No sabía su nombre, sólo lo conocía por el gato cabrón, era así como lo llamaba su vecina de enfrente, con la que había tenido alguna contienda en otras épocas.
La relación entre esta vecina y el gato cabrón parece ser que, según me contaba ella, había sido tormentosa, broncosa. El motivo era, al menos el motivo aparente, que el gato cabrón hacía incursiones a casa de la vecina y dejaba “sus huellas”, a modo de orines y heces, sobre todo en las macetas de las plantas que tenía plantadas.
La vecina se defendía poniendo todo tipo de impedimentos para que el gato cabrón no consiguiera sus objetivos, pero a veces no daban el fruto deseado, y el felino conseguía trasvasar las barreras que iba encontrando a su paso.
La vecina, incluso, pensó en recurrir a soluciones más expeditivas, pero, posiblemente su humanidad se lo impidió.
En definitiva, era una relación curiosa. El gato cabrón retaba a la vecina con sus defecaciones y micciones, y la vecina se llenaba de irritación, buscando estrategias de defensa. En definitiva, estaban unidos por un vínculo, en el que para cada uno tenía significados e intenciones muy distintas.
Pero, cuando la vecina me empezó a hablar de su historia con el gato cabrón, lo que había sucedido entre ambos, entendí que lo que había entre ellos no era lo que parecía. Los hechos, con el trascurrir de los meses, así lo confirmaron.
(continuará)

1/10/13

Miedo vs. amor


Los seres humanos somos seres contradictorios. Esta afirmación no pretende ser un juicio valorativo, tan solo es una constatación de nuestra forma de funcionar, que se da en la inmensa mayoría de nosotros, yo el primero.
Veamos algunos ejemplos:

·        Queremos conseguir sentirnos felices, pero sin modificar actitudes y acciones que nos amarran a lo que nos hace sentirnos infelices.
·        Deseamos “cosas” de todo tipo, pero no actuamos para intentar conseguirlas, o nos justificamos bajo ideas como que son irrealizables, no son necesarias, son secundarias, o simplemente no tenemos capacidad para conseguirlas.
·        Nos sentimos mal, sabiendo la causa que lo origina, pero, o bien nos quedamos quietos, o actuamos alimentando aún más ese malestar.

Podríamos seguir, pero creo que es suficiente.
Si vemos con un mínimo detenimiento lo que es común a lo mostrado, y que seguiría siendo común a más situaciones que buscáramos, es fácil concluir que el denominador común en todos ellos es el miedo.
El miedo es el motor más potente que anida en los seres humanos, para ser causa, en última instancia, de un sufrimiento gratuito, que nos impide vivir, gozar, disfrutar; en definitiva, hacer vida en nuestro vivir. Tengo que matizar, por si no quedase claro, que existe un miedo instintivo, que es muy necesario, pero no es ése el uso que hago aquí del término.
Existe, por el contrario, otro  ámbito con capacidad para contrarrestar la fuerza de ese miedo, que está dotado de una potencia mayor: el amor.
Quiero aclarar que cuando hablo de amor, no lo circunscribo al amor de pareja, me refiero al amor en su sentido pleno, total.
Pero, ¿qué es para mí el amor? Sintetizándolo mucho, diré que la apertura y conexión plenas hacia el otro/los otros,  desde la confianza. Confianza como actitud básica vital.
¿Cómo enlazar con esa cosa tan fuerte que es el amor? Mediante la consciencia de que no somos algo sólido, duro, hecho de una pieza, sino que somos una oquedad, una abertura conectada inevitablemente, sea para bien o para mal, con los otros y con la vida.
En definitiva, lo que trato de mostrar muy brevemente aquí es que estoy plenamente convencido de que los seres humanos nos situamos en dos polos básicos y fundamentales: el miedo o el amor. Ambos son incompatibles. Ellos son los ejes fundamentales que sustancian nuestro vivir (o malvivir). El miedo paraliza, impide, obstaculiza, destruye, genera sufrimiento. El amor abre, conecta, enlaza, crece, ensancha la consciencia, promueve bienestar y felicidad.
Sólo una última puntualización. Lo que he traído aquí a colación no se trata ni de ideas, ni de ideales, ni de credos o creencias. Es algo que lo concretamos en nuestro vivir de cada día, mediante nuestro actuar en el día a día.