COSAS QUE PASAN
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26/10/15

El descreimiento del sistema

Estamos ocupados y preocupados por conseguir salir del atolladero económico, social y político en el que nos encontramos. En ello se centran los análisis, los planes estratégicos de todo tipo y las prácticas ensayadas hasta la fecha. Es lo que se dice, de lo que se habla, y lo que nos mantiene atentos.

Todas las miradas y las acciones giran en torno a conseguir una mejora sustancial en el buen funcionamiento del sistema, a corregir los errores, a modificar las obsolescencias, a implementar políticas de saneamiento, de activación y de reequilibrio, a eliminar prácticas corruptas, etc; en definitiva, a generar una estructura económica (sobre todo económica, la sacro-santa economía), política y social, que engrase la maquinaria y que redunde en el bien común.

Pero apenas se pone de manifiesto, al menos en lo que yo conozco, otro aspecto fundamental que está teniendo cada vez más presencia, y que de momento pasa de soslayo; cual es, el creciente descreimiento del sistema.

Intentaré explicarlo brevemente. Cada vez existen más personas, sobre todo jóvenes, que su cuestionamiento, más allá del buen o mal funcionamiento del modelo socio-económico y político existente, es el de que no se sienten identificados con lo conocido. Para estos jóvenes (y no tan jóvenes), el mundo de vida que se les plantea, incluso en el mejor de los escenarios, no les motiva, no es lo que ellos sienten que quieren. 

Esta postura no se traduce en una reivindicación de carácter revolucionaria, como sucedía en el siglo pasado. No se trata de una demanda política articulada, es algo que aun no se ha constituido en discurso, porque está asentado en el ámbito difuso de su mundo de vida. Por tanto, no hay demanda política, ni económica, ni siquiera social, pero sí existe un rechazo profundo del modelo en el que han vivido. 

Pero el rechazo de lo conocido, manifestado en modo de insatisfacción, no sintiéndose identificados con muchas de sus normas, valores y sistema de creencias, muestra algo muy concreto, aunque nada tangible: el descreimiento del sistema actual.

Tal vez merezca la pena estar algo más atentos a este incipiente proceso anómico de algunos sectores de nuestra sociedad, para que nos ayude a entender más y mejor el mundo en el que vivimos, y buscar soluciones más eficaces, si es que hay que solucionar algo.

24/2/14

Cambios

La perplejidad y el desconcierto van inundando el escenario social y personal. La sensación de vulnerabilidad es un sentimiento que se va haciendo presente en el animus colectivo e individual.

Se detecta una percepción de fragmentación del tradicional mundo de vida. Los significados y la producción de sentido se modifican de forma frenética, de forma que resulta complicado fijarlos.

El presente es difícil atraparlo porque su instantaneidad se volatiliza antes de poder tomar conciencia. El futuro directamente no existe, al menos de momento.

Las estrategias caducan por obsolescencia casi antes de nacer. Surgen nuevas variables a cada paso, de forma que hay más variables que fórmulas para resolverlas.

Los espacios tradicionalmente "sagrados" de cohesión social van perdiendo eficacia simbólica, apareciendo otros nuevos o emergiendo antiguos en desuso.

El dinero es el tótem, aglutina fuerza material y potencia simbólica de manera universal.

Los discursos sociales se han vuelto monotemáticos: todos parten y convergen en el mismo punto.

El cortoplacismo es lo único que vale. Las organizaciones y empresas se enfocan al resultadismo, no importa el medio y largo plazo, cae demasiado lejos. La política, más de lo mismo.

Este es el panorama con el que nos encontramos en estos momentos, al menos es el que predomina en nuestro mundo cercano.

Ahora bien, la pregunta del millón es: ¿qué hacemos o qué podemos hacer nosotros con todo esto?.

Obviamente no tengo soluciones, y menos soluciones globales; pero sí creo que una buena forma de iniciar la salida de este atolladero es hablar, compartir y escuchar, para conocer lo que piensan y sienten nuestros próximos y para que ellos conozcan lo que pensamos y sentimos. ¿Para qué hacer esto? Para poder empezar a construir objetivos comunes.

¿Para qué los objetivos comunes? Para generar dinámicas nuevas, que creen espacios de ilusión y de bienestar, que sólo se pueden diseñar y realizar colectivamente.

¿Por qué planteo algo tan aparentemente banal como esto, ante la envergadura del problema? Porque no nos comunicamos ni suficientemente ni de manera eficiente. Ya sé que decir esto en la sociedad interconectada en la que estamos puede parecer absurdo, pero es lo que constato a diario, tanto en el plano personal, como social, como profesional.

Algo está fallando en nuestra comunicación, en este mundo "socialmedia"; de manera, que no estamos pudiendo encontrar caminos compartidos y traducirlos en acción.

En un mundo caracterizado porque el cambio es su seña de identidad, es fundamental crear, entre todos, nuevos caminos que nos permitan recuperar el futuro.

14/10/13

Algunas consideraciones sobre el miedo

Detecto mucho cansancio y desesperanza hacia las voces que denuncian la situación social y económica en que nos encontramos. De igual modo sucede hacia los que proclaman a los cuatros vientos el espíritu positivo como actitud vital y “el happy-happy”. Esto ya no funciona ni siquiera como efecto balsámico en el ánimo de la mayoría de las personas.
Ese cansancio y desesperanza viene de la saturación de oir, ver y esperar cambios significativos, que no sólo no se producen, sino que, según los datos de que disponemos, se agravan día a día. El deterioro tiene una visibilidad tan fuerte que no hace falta decir más al respecto.
Evidentemente, es en las capas sociales más desfavorecidas de nuestra sociedad donde con más fuerza anida este malestar. Por cierto, la palabra malestar me parece ya un eufemismo, que no refleja realmente lo que se siente.
A la par que todo esto pasa en el plano real, se pretende instaurar un discurso, proveniente del gobierno de nuestro país y del partido que lo sustenta, señalando que la recesión se está terminando y que está cambiando el ciclo económico, eso sí, por cautela y no sé si por “vergüenza torera”, se dice que aún no lo notamos, y que la recuperación se irá produciendo muy lentamente. En fin, mejor decir aquello de: sin comentarios.
Pero no pretendo aquí ser uno más de los que se quejan y denuncian lo que está sucediendo, de eso ya existe abundante literatura. Lo que trataré es de mostrar, desde mi personal punto de vista, algunos aspectos de todo esto que me llaman mucho la atención.
He asistido en estos días a algunas reuniones con personas con una alta responsabilidad política y empresarial. En ellas he podido detectar un fuerte pesimismo, o tal vez sea más apropiado llamarlo realismo lúcido, acerca de nuestro presente y nuestro devenir inmediato. Curioso es que esto se dice en reuniones a puerta cerrada o en cafés de petit comité. Sin embargo, fuera de estos ámbitos privados se cambia el discurso, y se señalan cosas bien distintas, por las mismas personas que antes decían lo contrario.
Pero no es esto sólo lo que me llama la atención. Lo que más me asombra de todo ello, y así se lo hice ver, es qué beneficio obtienen de ello, más allá de una visión cortoplacista absurda, que sin duda redundará en que se vuelva contra todos en el medio y largo plazo. Por cierto, cuando hablo de medio plazo igual exagero, porque me refiero a un futuro muy inmediato.
Por otro lado, cuando hablo y escucho a eso que llamamos ciudadanía, cada vez tengo menos claro si eso existe aquí, veo desánimo en algunos, en otros una actitud de espera a que los que mandan resuelvan las cosas, y, en una cada vez más inmensa mayoría, miedo, agobio y sufrimiento, no ya por lo que se avecina, sino por el presente en que se encuentran. Cosa que me resulta curiosa, ya que lejos de movilizar a la acción, les mantiene en una actitud de quietud y parálisis. Sí, ya sé que el miedo que esto comporta puede ser muy invalidante.
Bien, pues aquí quería llegar. Lo que percibo tanto en las personas que tienen responsabilidad, tanto política como empresarial, como en los ciudadanos, que también la tienen, aunque en otra medida y de otro modo, pero intuyo que eso no lo saben, es que se está en una especie de estado de negación, y se prefiere fabular y fantasear lo que se pueda, para no mirar de cara a lo que pasa y nos pasa. Es una especie de actitud evitativa, en la que unos juegan a no decir lo que saben o intuyen, a ver si diciendo lo contrario ganamos tiempo al tiempo y todo cambia, y otros a ver si no haciendo nada la solución llega de fuera de manera mágica.
Mientras tanto, todos sabemos que la situación empeora, pero vamos a ver si no haciendo, o diciendo que la cosa mejora, pasa algo.
Todo ello, tanto para lo unos como para los otros, como para todos nosotros, está movido por una palabra muy corta, fácil y concreta, se llama miedo.
Si somos capaces de entender que además de la compleja situación económica, social y política en que nos encontramos, que genera unos efectos devastadores en nuestras vidas, sobre todo en las capas sociales más bajas, y que está provocando una quiebra muy profunda, de la que aún, por cierto, algunos no se están enterando o no quieren enterarse, entre los que tienen algún tipo de renta y los que ya no la tienen; como digo, si somos capaces de entender que no sólo es un tema técnico, sino que existe un tema actitudinal que agrava exponencialmente el tema técnico, y se llama miedo, y con el que hay que hacer algo, tanto como con el técnico, seguiremos en la fabulación negadora, y en la búsqueda de soluciones irreales, cojas, y, por tanto, con un grado de eficacia tendente a cero.

5/7/13

El discurso político como fabulación

Se está produciendo una quiebra, lenta, pero profunda, en el seno de la sociedad: los que tienen trabajo y los que no lo tienen. Dicha quiebra es aun mayor para los que no perciben ningún tipo de prestación social, y este segmento va en aumento.
Los responsables políticos conocen esta situación. Pero, o prefieren mirar para otro lado a ver qué pasa, o no llegan a comprender la gravedad de lo que esto puede significar. Vamos, que no entienden que están pisando un campo de minas. Se aferran al “estamos haciendo lo que conviene a España”.
Es el discurso de: “aguanten ustedes, que es cuestión de tiempo”. Es decir, sean pacientes (obedientes) y “dejen que nosotros hagamos”.
Pero el tiempo, ese tiempo al que se refieren, ni llega, ni nadie ya cree que vaya a llegar en un tiempo “razonable”, y, además, el medio y largo plazo cae muy lejos, demasiado lejos, para bastantes personas.
Lo que esto produce es obvio: más deterioro, si cabe aun más, de los políticos y la política, y un avance paulatino del proceso de deslegitimidad que los ciudadanos van otorgando a la acción política del Gobierno, que por un proceso osmótico, y no solo osmótico, empapa al resto de la clase política.
Estamos en el uso de la retórica vacía, para seguir manteniendo la ficción de que se está yendo por un camino, el adecuado, que desembocará en la solución del problema. Es decir, ello presupone que hay tal camino, que hay un proyecto verosímil que lo alumbra y dirige, y que hay un final feliz. Esta es la fábula en la que nos encontramos.
Claro, el problema es peliagudo cuando ni se cree la fábula, ni que los políticos que la han generado la creen, ni se cree en ellos. Todo esto deviene en mayor distanciamiento, desconfianza, y hartazgo.
Mantener un relato de este calado que no es creíble es  potencialmente muy peligroso: incrementa la falta de credibilidad del discurso público y crea más distancia de la ciudadanía respecto del ámbito político. Además, fragmenta a la propia ciudadanía.
Ahora bien, ¿por qué aquellos que saben que el relato que se intenta mantener a toda cosa no es verosímil, no lo manifiestan más que en conversaciones privadas?. Creo que por dos razones básicas: miedo y falta de alternativas plausibles.
El miedo impide hablar con claridad, mostrar lo que realmente se sabe y hacia donde apunta el futuro con las premisas actuales.
El no saber qué hacer, el no tener una respuesta de recambio que sea viable, atenaza e impide reconocer que no se sabe cómo parar la hemorragia.
Creo que va llegando el momento de frenar a esta ficción tan dañina y peligrosa. Toda sociedad se cohesiona sobre la construcción de un relato, ahí está todo el desarrollo de la idea y el sentimiento de lo nacional, pero hay relatos que pueden resultar altamente tóxicos y tener efectos no deseables.
Creo que si desmontara esta fabulación, si se empezara a construir una narración más acorde con lo que sucede y con las expectativas que se intuyen, se conseguirían dos cosas: dar a la ciudadanía un estatuto de adulta, que es el que le corresponde en toda sociedad auténticamente democrática, y empezar, de verdad, a pensar y hablar de “nosotros” como sociedad con mayor cohesión, a crear “nostrismo”, desactivando los hiatos entre el mundo de la cosa pública y la sociedad civil.
Pero, generar “nostrismo”, para que realmente funcione y sea operativo, ha de apoyarse en todos, en no dejar a nadie, en no mirar al otro o a los otros como potenciales amenazas para nosotros. Este sentimiento del otro como amenaza es tremendamente patolólogíco: porque es un sentimiento que nace en nosotros desde la pura fabulación y porque daña al otro/otros y a nosotros.
Creo que generando una narración más real, más acorde de lo que pasa y nos pasa, y entendiendo que solo se puede construir “nostrismo” desde el convencimiento de que “este partido o lo ganamos todos o lo perdemos todos” (lo demás es “meter esqueletos en el armario”), sería la manera de  sentar las bases para crear un escenario de puntos de encuentro compartidos sobre el que proyectarse hacia nuestro devenir.
Ahora se trata de ver quien se atreve y mueve ficha. Si esperamos a que sean otros, mala cosa.
Sé que lo que aquí planteo está por inventar como hacerlo, incluso es posible que en nuestra creencia suene como algo utópico, naif incluso; pero pensar así es una forma de evitar y de seguir mirando hacia otro lado, hacia los otros a ver qué hacen

21/5/13

Anotaciones sobreimpresión



Abrir la prensa, leer los twuits, escuchar lo que se habla..., todo tiene la misma melodía, el mismo tono: denuncias sobre lo que ha hecho el otro, datos sobre lo mal que nos va y nos va a seguir yendo, opiniones sobre la situación nefasta en que estamos, etc.
Se dirá que es lo natural que suceda esto ante lo que acontece, y no lo niego, claro que es lógico, claro que es necesario protestar, denunciar y rebelarse. Pero, creo que para romper con la inercia que está cogiendo esto de hablar y de escribir “sobre lo mismo”, tal vez sería necesario salir de ese escenario, al menos durante unos minutos.
¿Por qué creo que es necesario hacerlo?. No para mantener una posición alienante o enajenadora de la realidad (palabras que ahora suenan antiguas, cosa curiosa), no para caer en un optimismo ingenuo o bobalizante, no para mantener una actitud negadora. No pretendo nada de eso; al contrario, creo que es fundamental ser lúcido respeto a lo que está pasando e incrementar nuestro grado de consciencia sobre todo ello. Pero, me parece que para poder buscar soluciones y emprender acciones que sirvan, que nos sirvan, es decir, que sean resolutivas realmente, es necesario salir de esta fuerza centrípeta que nos atrapa, al menos por un tiempo, dejar de lado un rato el empacho de hiperrealidad negativa que nos subsume, y mirar las cosas desde otro lado, con unas gafas más de media y larga distancia, incluso dejar de mirar hacia lo que miramos casi todo el tiempo. Se me dirá que eso no es posible para muchas personas que viven bajo la angustia de una situación de empobrecimiento, de indigencia o de máxima vulnerabilidad. Y es cierto que no resulta posible en muchos casos. Pero, de lo que sí estoy persuadido es que para afrontar con lucidez y, por tanto, con eficiencia, nuestro actual mundo de vida, es menester hacerlo con una nueva forma de mirar, y, por tanto, de buscar respuesta en regiones tal vez no exploradas. Yo no tengo idea de cuales pueden ser las soluciones, no sé por donde ha de ir nuestro campo de visión; pero sí creo que ha de venir desde una manera radicalmente diferente de mirar, de preguntarnos, y de actuar.
Por tanto, creo que los caminos que han de trazarse para conseguir dar soluciones han de construirse; mejor dicho, los hemos de construir entre todos, aunque algunos tengan más responsabilidad que otros, pero incluso eso, el nivel de responsabilidad como se distribuye actualmente, es conveniente revisarlo.
Soy consciente de que lo que aquí planteo tiene un punto de irrealidad, de posición quimérica, pero, también estoy persuadido de que es desde un planteamiento de cambio profundo desde donde nos pueden llegar las ideas para diseñar y trazar los caminos que nos conduzcan a una situación mejor para todos.
Sólo dos apuntes para finalizar. El primero es que para que esos cambios empiecen a germinar hemos de dejar de tener una actitud pasiva y de obediencia. Esto puede tener un coste en el corto plazo, sin duda, pero solo puede tener beneficios, en el medio y largo plazo, para todos, sobre todo para los sectores sociales más afectados por esta situación, pero insisto que para todos.
El segundo apunte es que, para afrontar la situación socio-económica es fundamental que modifiquemos nuestro modo tradicional de relacionarnos y de actuar, tanto en el plano micro como en el macro. Si seguimos con la creencia de que las soluciones han de aplicarse solo al ámbito económico, si pensamos que son “los técnicos” los que han de encontrar soluciones, si creemos que se trata de arreglar una avería, si consideramos que se trata de un problema técnico, entonces es que no estamos entendiendo la complejidad del problema, es que estamos mirando donde no es y, además, nuestra mirada está completamente desenfocada.
Creo que hay otro problema fundamental, del que se habla poco o nada, y que incide de manera fundamental en todo lo que se habla y se dice, y es que ni el problema ni la solución están definidas ni consensuadas social y políticamente, de forma que cuando hablamos de ello, lo que hacemos es utilizar los mismos significantes para desplegar significados diferentes. Es decir, cada uno empuja en un sentido y lo hace para llegar a un escenario diferente. Conseguir el máximo acuerdo sobre ello implicaría maximizar las energías y crear motivación.

9/4/13

Sin respuesta


Hay días en que uno se levanta con sensaciones nuevas, no sé si por efecto de la saturación de andar siempre en lo mismo o porque las neuronas se han conectado de otro modo. El caso es que hoy me he levantado con una cierta dosis de perplejidad ante el mundo en el que vivo.
Me explicaré. Viendo las cosas que acontecen y tal y como acontecen, me he preguntado: ¿como es que nos lo montamos tal mal, realmente merece la pena hacer las cosas que hacemos y del modo como las hacemos, qué beneficios sacamos (o sacan) actuando así...?.
Tal vez por deformación profesional, ante estas preguntas sin respuesta, o con una respuesta demasiado obvia, mis neuronas me han llevado inmediatamente a preguntarme los porqués de esto, así como los paraqués. Y, puf, me he encontrado que ni con tres vidas tendría suficiente para encontrar respuestas plausibles y certeras.
El caso es que no sé ni dónde están las causas de todo este desaguisado ni cuales son los beneficios.
Claro que se me podrá decir que mi perplejidad es tan antigua como la propia humanidad, y que por eso llevan miles de años mis antepasados dedicándose a intentar dar explicaciones de por qué nos comportamos como lo hacemos. Y no pretendo aquí enmendar la plana a nadie, ni soy tan narciso ni tengo un bagaje de conocimientos suficiente para pretenderlo. Pero, no puedo dejar de interrogarme ante algo que hoy me ha resultado más asombroso de lo habitual.
Por ejemplo, por qué hemos constituido la competitividad como el valor fundamental casi en todo, en detrimento de la cooperación, que me parece mucho menos conflictiva, más solidaria, incluso más cómoda para el bien llevarnos entre los humanos.
Por ejemplo, por qué es necesario para salir de esta crisis someter a una gran parte de los ciudadanos, y solo a una parte, a una situación de penuria económica y social, para que se consiga el beneficio de todos.
Por ejemplo, por qué para que algo sea más valorado ha de ser necesariamente un bien escaso.
Por ejemplo, por qué para acceder a determinados niveles de bienestar es necesario asociarlo a valores como la lucha y el esfuerzo.
Por ejemplo, por qué necesitamos considerar a los otros como potenciales adversarios para conseguir nosotros determinados objetivos.
Por ejemplo, por qué hay unos pocos que dicen lo que hay que hacer y el resto ha de obedecer, por qué tiene que haber mandadores y mandados.
Por ejemplo, por qué tener éxito se entiende socialmente como llegar a algún sitio que está destinado para unos pocos.
Por ejemplo, por qué para defender mi identidad es necesario que los otros sean los distintos.
Por ejemplo, por qué hay que expoliar al planeta tierra para conseguir mayores niveles de progreso.
Por ejemplo, por qué nos complicamos tanto la vida (o nos la complican).
En fin, estas y otras preguntas han aparecido hoy en mi cabeza. La novedad, la sensación de extrañeza, ha venido fundamentalmente por la percepción de que, más allá de cada uno de los porqués, hay algo global que debemos estar haciendo fatal.
Sé que pueden resultar interrogantes “naif”, y también sé que los expertos me darían respuesta a cada uno de ellos.
No solo se trata de ir resolviendo uno a uno los temas, me parece que se trata, sobre todo, de un cambio de posicionamiento global.
Alguien puede decir, pero qué es eso de un cambio de posicionamiento global y cómo se consigue. Y ese es precisamente para mi el principal problema. Me refiero no a ver qué es y como hacerlo, me estoy refiriendo al hecho de que alguien se haga la pregunta.

26/2/13


DIGRESIONES BRUTAS


La banalización deviene en pérdida de sentido.
La tendencia a tomar como referencia la banda baja, consecuencia de un democratismo zafio, genera mediocridad, cosa curiosa en un momento en que el término excelencia sufre una inflación galopante o, tal vez, ya sea pasado.