COSAS QUE PASAN
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24/7/13

Dónde estamos

Soy ciudadano español, he vivido la última etapa franquista, la transición y el desarrollo de nuestra democracia.
Viví la España gris, triste y rancia, del franquismo, aunque el “desarrollismo” de los años sesenta aportaron el arranque del consumismo, que le dio cierto barniz, no al régimen, pero sí a la sociedad. Fui testigo de la enorme esperanza que despertaba la posibilidad del advenimiento de la democracia, incluso algunos años antes de la muerte de Franco. Pude sentir, aunque yo no pude votar aún, el entusiasmo colectivo de las primeras elecciones preconstitucionales (1.977). Participé, ya como estudiante en la Universidad, de los primeros años democráticos, con la UCD en el Gobierno, posteriormente vino el fallido intento golpista. Y, tras el breve período de Calvo-Sotelo en la Presidencia, llegaron las elecciones de 1982, el inicio de Felipe Gonzalez y posteriormente el Felipismo. Anteriormente, se produjo en el seno del PSOE el debate teórico sobre el marxismo, que supuso la victoria de Gonzalez para abandonar esta ideología como seña de identidad del Partido. Este tipo de debates sería impensable en los momentos actuales.
Posteriormente, vino “el aburguesamiento” del PSOE, para dar paso a su declive, con corrupción incluida. Lo que permitió la llegada al poder de Aznar, y la bonanza económica que se produjo en su primera legislatura, así como su apertura al nacionalismo catalán. En su segunda etapa en la presidencia, se produjo un cambio hacia actitudes más derechistas, los aires de la situación económica empezaron a ser menos positivos, y su decisión de participar en la Guerra de Irak, y el manejo de comunicación de  los atentados de Atocha dilapidaron su rédito político. Esto puso en bandeja la llegada a la Presidencia de Rodríguez Zapatero. Donde reprodujo casi el mismo guión que su predecesor, una primera legislatura ilusionante y una segunda decepcionante, rozando lo “naif”.
Y ahora nos encontramos con Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno, que está consiguiendo hacer algo menos malo a Rodríguez Zapatero, considerado, por una notable mayoría, como el peor presidente de la democracia actual en España, tras su actuación en su segundo mandato.
Pero ¿qué sucede ahora?, ¿dónde estamos?, ¿qué hace distinta esta crisis de las anteriores vividas en nuestra democracia? Desde mi manera de verlo, la gran diferencia es que estamos ante un modelo económico y político que ha empezado a dar señales de fecha de caducidad. No solo por razones internas, nacionales, que desde luego que también, sino, además, porque el escenario mundial ha cambiado radicalmente. La globalización ha generado un nuevo panorama planetario, que a nuestro país le ha pillado con el pié cambiado.
Pero, más allá de explicaciones macro-económicas y de desequilibrios internacionales, mirando dentro de nuestras fronteras, que es lo que me ocupa aquí, lo que veo es una sociedad profundamente desanimada, desmoralizada, con una percepción de futuro como algo ilusionante que tiende a cero o menos uno. Con claros síntomas de riesgo de anomia social, una sociedad fracturada entre los que tienen trabajo y los que no lo tienen (sobre todo los parados estructurales), donde no existe respuestas auténticamente solidarias, más allá de las palabras; incluso, con dificultades para entenderse entre unos y otros, al sentirse en “mundos” reales y mentales completamente distintos.
Esta situación, de la que apenas se habla, no sé si porque es demasiado duro para algunos tenerla en cuenta o porque no se está entendiendo e interpretando correctamente, está generando un cultivo altamente tóxico, que puede llegar a ser letal.
He defendido en estos últimos años que no pueden hacernos responsables de lo que nos pasa, pretenderlo es hacer demagogia e intentar manipular maliciosamente. Pero, estoy convencido de que sí tenemos ahora una responsabilidad todos, insisto, todos, en cambiar el chip, y mantener una actitud realmente solidaria, no solo en nuestros “decires”, me refiero sobre todo a nuestros “haceres”.
Estamos en un proceso de pérdida de legitimidad de lo público, eso se ve, se sabe. Pero no se está viendo, al menos no se habla apenas de ello, de la fragmentación social que está surgiendo en los ciudadanos.
He dicho y reiterado que sólo si entendemos e incorporamos en nuestro mapa mental que el que le vaya bien al otro me beneficia siempre, y que solo con una mirada más colectiva, más de grupo, es como se puede afrontar esta situación; es decir, generando y haciendo “nostrismo”, es de este modo como se puede paliar la situación en que nos encontramos, y es la forma de crear futuro.
No son solo palabras, tenemos la constatación de que el individualismo extremo al que hemos llegado es justamente el que ha hecho que el sistema se obturase y llegase su caducidad.
Sé que quien lea esto puede pensar que quién da el primer paso o cómo darlo o si realmente sirve para algo, o si es mejor el “sálvese quien pueda”. Esta es justamente ahora nuestra responsabilidad como sociedad civil, nuestra responsabilidad como individuos que viven en sociedad, buscar formas nuevas para crear y diseñar espacios de solidaridad, con el convencimiento de que no hay posibilidad al “sálvense quien pueda”, porque se trata de una situación en la que o nos salvamos todos o, tarde o temprano, todo el mundo se ahoga.
Si me permiten, yo me pongo manos a la obra. 

26/2/13


DIGRESIONES BRUTAS


La banalización deviene en pérdida de sentido.
La tendencia a tomar como referencia la banda baja, consecuencia de un democratismo zafio, genera mediocridad, cosa curiosa en un momento en que el término excelencia sufre una inflación galopante o, tal vez, ya sea pasado.

6/12/12

SOBRE LA CONDICIÓN HUMANA

¿De qué va esto?. Las cañerías del sistema se han atascado y el hedor empieza a emerger por el aire. Ya no hay forma de parar el reconocer que estábamos asentados sobre un modo de producción (k. Marx dixit) estructuralmente injusto.
No, no se trata de buscar chivos expiatorios, ni de culpabilizar a personas concretas, que haberlas haylas; se trata de que ahora somos más conscientes, vamos, que nos damos cuenta de que estábamos asentados sobre un modelo basado en la desigualdad como requisito básico para su mantenimiento y reproducción.
Y todo esto por qué ahora: pues sencillamente porque se han desenmascarado los relatos, que el sistema generaba y alimentaba constantemente, como consecuencia de la quiebra del mismo. Uno de ellos, por poner tan solo uno, es que la libertad y la democracia ha de ir asociada inevitablemente al modelo económico de mercado libre, mejor dicho libérrimo. Tan es así que hemos creído y participado en esta fábula que hemos vivido tras la iconografía y los valores que ello comporta: el desarrollo del individualismo insolidario, tras el camuflamiento retórico de la obtención de acceso a determinados estilos de vida y de que la consecución de un status económico placentero es tan solo cuestión de la acción de uno mismo.
Pero el modelo tenía, y aún tiene mientras dure, una estructura y una lógica implacables. Una de las fundamentales es que el mantenimiento de estándares de bienestar de determinadas sociedades y grupos sociales solo es posible conseguirlo en base a que existan otras sociedades y grupos sociales instalados en el malestar. Claro que no es ineludible que sea así, pero sí lo es dentro del sistema capitalista. Por cierto, palabra esta casi en desuso por sus connotaciones ideológico-políticas y, por tanto, mal vista y sospechosa.
Hasta que el sistema empezó a “hacer aguas”, todos, o al menos una gran mayoría, participamos en el juego y nos creímos la historia, porque era un relato que funcionaba, al menos en nuestro “primer mundo”. Además, se apoyaba y alimentaba de una liturgia coherente: en nuestro caso “España va bien”, crecíamos económicamente, teníamos, y tenemos, una democracia, aumentan los indicadores de bienestar social, etc.
Vamos, que había toda una serie de hechos que legitimaba la liturgia y potenciaba el relato mítico-simbólico del sistema.
Ahora, cuando vemos lo que está pasando, y que los mentores del modelo se empeñan en contar otra historia, nos damos cuenta de que lo que siempre ha pasado, y hemos dejado pasar, nos molesta, nos irrita, y ello deviene en eso que los pedantes llaman deslegitimación y pérdida de credibilidad de determinadas instituciones y estamentos que resultaban intocables y en estos momentos están bajo sospecha.
Por tanto, lo que quiero remarcar aquí es que todos somos responsables en alguna medida de haber mirado para otro lado mientras nos iban bien o razonablemente bien las cosas; si bien es cierto que no todos lo somos en la misma medida, claro está. Unos lo somos simplemente por dejar hacer y beneficiarnos y otros por apropiarse, a costa de terceros, ilegítima e indecentemente, que no ilegalmente, de la mayor parte de la tarta; y también tienen un altísimo grado de responsabilidad los creadores y los  voceadores del discurso/relato socialmente dominante y los vendedores de las fábulas que movilizaban en nosotros el deseo compulsivo de ir tras quimeras inalcanzables e irrealizables, como pensar y sentir que el acceso  a determinado tipo de consumo enlaza con la felicidad.
Así como el significado de  persona era para los griegos máscara (proposón), personaje, hoy asistimos al desmantelamiento de la máscara tras la que se ocultaba el sistema y los individuos que lo controlaban/controlan y lo fomentaban.
Lo que también quiero poner de manifiesto es que lo que está sucediendo tiene aspectos, al menos desde mi punto de vista, muy positivos. El relato apoyado en fabulaciones se desmorona, pierde credibilidad, ya no lo creemos, y ahora lo que toca es empezar a generar una nueva narración basada en aspectos más veraces, más justos y más solidarios, pero desde principios de libertad real y desde una base mucho más horizontal, rompiendo la verticalidad que nos obligaba a la obediencia y la sumisión. Es decir, puede ser la hora de que seamos más libres y responsables (en el sentido de responder, de dar respuesta a lo que sucede y nos sucede).
Claro que no estoy del todo convencido de que respondamos desde la libertad. Viejo problema este de la libertad, ya que actuar desde ella de manera auténtica sabemos que comporta miedo, tenemos miedo a ser libres, preferimos ser domeñados y domesticados, eso sí con amabilidad, por los otros, que sean los otros los que nos digan qué hemos de hacer, cómo hacerlo, que nos señalen el camino, que nos den el recetario de lo que es bueno y malo, lo que es correcto e incorrecto, que nosotros tan solo apliquemos los dictámenes ya establecidos. Toda acción libre implica decidir por nosotros mismos y desde nosotros mismos, y eso siempre nos saca de nuestra zona de confort y nos sitúa ante un posible rechazo de los demás. Es el secular tema del amo y el esclavo, que tan bien desarrolló primero Nietzsche y posteriormente Foucault, donde para que existan amos ha de haber alguien que se preste a ser esclavo.