COSAS QUE PASAN
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15/7/15

Algunas cuestiones sobre el poder y el miedo (1)

Tenemos tan interiorizado en nuestro código genético y cultural el miedo, que el ejercicio de poder y dominación que ejercemos los humanos, unos sobre otros, apenas lo vislumbramos, si es que lo llegamos a vislumbrar.

Hablar de esto ya sé que es tan antiguo como hablar de la historia de la humanidad, o, al menos, desde que el hombre (y la mujer) fue expulsado del paraíso, acudiendo a la narración mitico-simbólica.

Los modos y maneras en que hemos ejercido el poder han ido cambiando a lo largo de la historia. Se ha pasado de prácticas más a menos cruentas, de prácticas más visibles a más sutiles, de más generalizadas a más localizadas. Pero, de cualquier modo, siempre ha tenido, en cualquiera de sus formas, dos ingredientes básicos: uso de la violencia (física, material y/o simbólica) y miedo.

Pero, estos ingredientes están en todos los actores intervinientes. Quiero decir que no es que el uso de la violencia solo pertenezca a los dominadores y el miedo a los dominados, no. Tanto unos como otros participan de ambos aspectos; si bien, obviamente, lo hacen de modo e intensidad muy distintos. 

Los que ejercen el poder utilizan los resortes de que disponen para seguir teniéndolo, pero también tienen miedo. Si no lo tuvieran, si realmente estuvieran desprovistos plenamente de miedo, no sentirían ninguna necesidad de dominar, controlar y ejercer violencia sobre otros.

Los individuos y grupos que padecen el dominio, no solo tienen miedo, sino que ese miedo se sustenta, en gran medida, en la aceptación implícita o explícita de que hay otros que tienen capacidad para ejercer el poder y la dominación sobre ellos. Es decir, en la aceptación va implícito dar poder al poder.

En nuestro mundo actual, se ha ido constituyendo una forma de poder (y control) mucho más sutil. Ya no es necesario que existan vigilantes y controladores externos, con capacidad coercitiva. El vigilante y controlador se ha trasladado, en buena medida, al interior de cada individuo, a su plano mental e imaginal. Es decir, existe autocontrol y obediencia. Esto no quiere decir que se sea consciente de ello; es más, existe todo un proceso de justificación (racionalización), con despliegue lógico-racional, que niega tal autocontrol.

Todos tenemos ejemplos cercanos, sea en el plano individual o colectivo, sobre cómo operan el poder y el miedo en estos momentos. Conocemos la retórica que se pone en juego para maquillar los hechos, y para no decir lo que se ve, incluso para querer construir otro relato sobre lo que acontece.

Pero las preguntas del millón, al menos para mí, son: ¿se puede salir de este binomio poder-miedo?, ¿se quiere salir?, ¿qué hace falta para ello?

Cuando me planteo todo, no solo tengo la mirada puesta en lo que acontece en el plano social y político, sino, también, en el de las relaciones personales y con los próximos, incluso en la relación que mantenemos con nosotros mismos.




2/7/14

PIB vs. "PEN (Producto Emocional Neto)"

Escuchamos y leemos, de manera recurrente, la letanía de datos macroeconómicos, que nos informan si "vamos bien" o "vamos mal". Funciona ya a modo de mantra. El lenguaje económico inunda casi todo lo social, por no decir todo lo real. Es a través del dato como respiramos o suspiramos en función de la cifra y del signo (+ o -) que arroje.

Es innegable que son datos importantes, incluso fundamentales, para poder dilucidar "como van las cosas" y hacia donde apuntan. Pero resulta demoledor su hegemonía como cuasi único enfoque interpretativo de la realidad en que nos encontramos, dejando de lado otros ámbitos relevantes, que lo son no solo por su impacto en nuestras vidas, sino también por la correlación que mantienen con los datos económicos.

Estamos en un escenario impregnado de hiperrealismo económico; o, tal vez, mejor decir en el escenario economicista.

Sucede que si nuestra mirada está únicamente centrada en los datos, y nada más que en los datos, puede suceder que estemos en un proceso grave de pérdida de realidad y de pérdida de humanidad.

No se me enfaden los expertos y técnicos de la disciplina económica. Imagino que pueden estar pensando, si es que alguno lee estas líneas, que lo que buscan es precisamente solventar o paliar el desaguisado en el que estamos. Pero, paradójicamente, nuestra mirada unilateral provoca dos efectos perversos desde mi punto de vista: desatiende aspectos que tienen que ver con el sentir y padecer esta situación hombres y mujeres concretos y reales, y, en segundo lugar, nos enroca y ofusca en buscar solo las salidas que la economía contempla. Dejo de lado aquí cuestiones sobre las múltiples salidas que cada enfoque teórico-práctico de esta disciplina contempla, apoyado siempre en una posición ideológico/axiológica que lo sustenta, pero esta es otra historia.

Mientras estamos en este escenario, con los actores sujetos al mismo guión, reproduciendo el mismo texto, aunque sea con matices diferentes, pero dentro de la misma matriz, alimentando y reproduciendo los mismos discursos, con idéntica o parecida producción de significados y sentido, el animus colectivo y personal va en caída libre. Eso sí, buscando refugios cortoplacistas, sin que lo parezcan, que alivien el sufrimiento y anestesien la conciencia, que ya son unos cuantos los que van apareciendo.

Decir que toda resistencia es una persistencia puede entenderse muy mal si no se explica, pero es algo de lo que estoy plenamente convencido, y explicarlo me llevaría demasiado lejos aquí, pero es lo que estamos haciendo de forma reiterada. Seguimos en más de lo mismo, sabiendo que si buscamos de igual modo, mirando la realidad con las mismas gafas, y analizando con las mismas herramientas, incluso utilizando métodos y variables que pueden padecer cierta  obsolescencia, los resultados no van a variar mucho de lo que ya conocemos. 

Así que me parece que sería tal vez conveniente que atendiéramos al PIB para ver "cómo vamos", y también a lo que llamo el "Producto Emocional Neto" (PEN) para ver cómo nos sentimos. Si viéramos la conexión que existe entre ambos indicadores, el primero ya está muy configurado, el segundo es para mí algo más que una ocurrencia;y si trabajásemos en paralelo con ambos, tal vez pasaba algo distinto. 

Todo esto viene tras la sensación de que nos empeñamos en buscar cosas en la cesta inadecuada. Mientras, el PEN sigue creciendo, pero lo consideramos una consecuencia lógica de lo que hay.

1/5/14

No hay relato, de momento

Me invitaron el otro día a una tertulia, para dar una charla sobre el consumo actualmente, su significado y su práctica social. Más allá del contenido de la misma, lo que planteaba, y quiero traer aquí a colación, es que uno de los problemas fundamentales del momento socio-económico, político y cultural en que nos encontramos es que no existe relato.

Trataré de explicarme. Nos encontramos en una situación de cambios formidables e imprevisibles; de modo que toda la arquitectura en la que estábamos asentados se ha ido derrumbado como un castillo de naipes. De igual modo, nuestro mundo de vida se ha visto seriamente afectado por ello. 

Conocemos, o al menos en eso estamos, las causas básicas que han originado esta situación. Vemos, padecemos y experimentamos de qué manera nuestra vida está cambiando, o puede empezar a cambiar para aquellos que aún viven en "el viejo mundo". No se trata aquí de entrar en una descripción exhaustiva de todo lo que el nuevo escenario implica e implicará.

Pero lo que está haciendo que esta situación se prolongue más allá de lo necesario es, en buena medida, que nos encontramos sin relato, ni de presente ni, sobre todo, de futuro. Me refiero a un relato "fundacional" que opere como rito de paso entre dos momentos social y culturalmente diferentes. 

No existe, por el momento, una narración sobre nuestro futuro como sociedad, que sea creíble y genere confianza para el conjunto o la gran mayoría de los individuos. Existe, eso sí, fragmentación y atomización de relatos, muchos de ellos más basados en el deseo que en otra cosa. En paralelo, hay aún una gran cantidad de sujetos e instituciones que siguen en la espera de que todo vuelva a los senderos de antes, o al menos que se le parezcan. Estos últimos, sin duda, son los que más "sufrirán" con su actitud negadora de la realidad.

Por tanto, el mundo de vida que hemos vivido y sobre el que nos hemos socializado ya no es viable ni tiene posibilidad de encaje en el devenir; al menos será así para la gran mayoría de los individuos. 

Esta situación, que obviamente está trayendo mucho sufrimiento y está alimentando el miedo en dosis difícilmente gestionables, se nutre tanto de lo real y concreto de la situación socio-económica, como de la sensación de alta vulnerabilidad que nos genera proyectarnos en el futuro inmediato. Es decir, en lenguaje coloquial una gran parte de los sujetos perciben que el hoy es la descomposición del ayer y el mañana: mejor no pensarlo. 

Estamos digiriendo lo que sucede, intentando metabolizarlo, pero aún no somos capaces de mirar al futuro y proyectarnos en él desde este nuevo escenario.

Esta ausencia de relato es doble: el que ha venido siendo hasta ahora ha caducado, ya no tiene legitimidad social, ni genera cohesión, y el que ha de llegar aún no está. La pérdida de confianza en que se encuentran el ámbito de lo político y la política, la creciente demanda social de relación horizontal y la pérdida de credibilidad de la tradicional gobernanza vertical, las nuevas formas de relación social y personal que están surgiendo a la vez que la sensación de que las habituales/estandarizadas ya no se perciben igual (hay percepción de extrañeza), los nuevos escenarios laborales y profesionales (donde el status y el prestigio ya no están necesariamente asociados a los espacios del poder, el dinero y la situación profesional adscrita); todos estos aspectos y otros más están luchando por consolidarse o desaparecer en este hiato social en el que nos encontramos. 

Desde mi punto de vista, para que emerja un relato aglutinador, cohesionador, que dé sentido y significado a nuestro pensar, sentir y actuar futuro, ha de estar basado en la lucidez, mirando las cosas como son, sin edulcorar ni maquillar. Sólo desde ahí es posible luego actuar de manera eficiente y eficaz. Resulta muy poco rentable fabular sobre lo que sucede, además de ser enajenante personal y socialmente, nos aleja de la búsqueda de caminos transitables para generar el bien común. Porque de eso se trata, y ésta es otra premisa básica para generar un relato de futuro: ha de seguir un cauce de búsqueda de bien (en todos los planos) para el conjunto de los individuos; priorizando, obviamente, a los sectores más desfavorecidos.

Además, ha de estar asentado en un conjunto de ideas-fuerza que nazcan de una nueva mirada personal y colectiva, que aglutine actitudes y esfuerzos comunes, en el que participen el conjunto de los sectores sociales, organismos, instituciones y ciudadanía. Pero, para ello, es fundamental conocer qué queremos hacer, qué podemos hacer y qué estamos dispuestos a hacer colectiva e individualmente. 

Todo esto puede sonar a puro idealismo, y no niego que tenga una gran dosis de ello; es más, va contracorriente de lo que de momento está sucediendo. Pero ante un cambio de paradigma en el que nos encontramos, sólo cabe idear proyectos que sean ilusionantes, que generen esperanza, que cohesionen y sumen socialmente, que se visualicen escenarios posibles para realizarlos, y que todo ello sea consecuencia de la decisión de la inmensa mayoría de los actores sociales. Digo que sólo cabe en el sentido de que pueda constituirse y consolidarse como relato que vertebre al conjunto de la sociedad.

Por cierto, aunque pueda sonar todo esto muy idealista, nuestro mundo moderno reciente se ha apoyado en un relato de características similares, seamos conscientes de ello o no.

El futuro depende en buena medida de la capacidad entre todos para construir un nuevo relato.

8/3/14

Miedo vs. aceptación

El mundo ha cambiado de manera significativa, pero se insiste en esperar que todo vuelva a la situación anterior.
Esto ¿es torpeza, ceguera, falta de información? Es simplemente miedo.
La vida es constante movimiento y cambio, sin duda; pero existen saltos cualitativos, que modifican sustancialmente aspectos fundamentales de la realidad en la que nos movemos, al menos fundamentales para nuestro "mundo de vida".
Estamos ante uno de esos momentos cualitativamente diferentes. Sin embargo, por la actitud que percibo, parece que se está a la espera del retorno de lo anterior o, al menos, a que se produzca un cambio que se aproxime a nuestro reciente pasado. 
Este es el pensamiento mágico, que espera que mágicamente retorne lo que se fue, que se recupere lo que se desvaneció; de modo, que se produce una espera pasiva, en la que se confía en que el tiempo "juegue a favor", y que, por "justicia divina", todo vuelva a "su ser". 
Miedo y negación de realidad es lo que predomina. Se sigue mirando el presente con las gafas del pasado, aplicando categorías que han quedado obsoletas, utilizando variables que no son operativas, no incorporando las variables que son auténticamente representativas y que resultan discriminantes para manejarnos con la nueva realidad. Es cierto que en estos momentos existen más variables que fórmulas para resolverlas, pero ese es otro tema.
Ya he dicho en otros momentos que estamos asistiendo a una sociedad aquejada del síndrome postraumático y que aún sigue ahí. Miedo, parálisis, pensamiento mágico, posición pasiva, todo eso es lo dominante. 
Este golpetazo de realidad que nos han dado ha hecho que sea el miedo el que se haya apoderado de nosotros. Cuando esto pasa, intentamos alejarlo con la fantasía de que si lo tenemos lejos no existe o, al menos, no molesta. Sabemos que sucede todo lo contrario, esa actitud lo único que produce es más miedo.
Como he dicho en otras ocasiones no tengo soluciones para una situación de esta envergadura, aunque sí tengo una opinión formada sobre los motivos que la han generado; pero lo que sí sé es que del modo cómo se está enfrentando no nos encaminamos a solución alguna. Creo que la manera de afrontar todo esto pasa necesariamente por asumir lo que hay, y desde una mirada de frente a la situación, una mirada personal/individual y social/colectiva, ambas son necesarias, ponernos manos a la obra desde el momento presente. 
El bloqueo, la parálisis y la negación, que son consecuencia de ese miedo, nunca pueden ser un camino para construir nuestro presente. La aceptación y el compromiso son para mí los caminos que nos permiten manejarnos con lo que hay y diseñar y actuar sobre lo que queremos que haya. Además, es el arma más potente para erradicar el miedo y salir del repliegue en el que nos encontramos.
Pero, sobre todo, mirando de frente a lo que nos pasa, y actuando sobre ello, no sólo nos encamina a crear futuro, sino que desactiva nuestros miedos y crea presente. De esto estoy plenamente convencido.

24/2/14

Cambios

La perplejidad y el desconcierto van inundando el escenario social y personal. La sensación de vulnerabilidad es un sentimiento que se va haciendo presente en el animus colectivo e individual.

Se detecta una percepción de fragmentación del tradicional mundo de vida. Los significados y la producción de sentido se modifican de forma frenética, de forma que resulta complicado fijarlos.

El presente es difícil atraparlo porque su instantaneidad se volatiliza antes de poder tomar conciencia. El futuro directamente no existe, al menos de momento.

Las estrategias caducan por obsolescencia casi antes de nacer. Surgen nuevas variables a cada paso, de forma que hay más variables que fórmulas para resolverlas.

Los espacios tradicionalmente "sagrados" de cohesión social van perdiendo eficacia simbólica, apareciendo otros nuevos o emergiendo antiguos en desuso.

El dinero es el tótem, aglutina fuerza material y potencia simbólica de manera universal.

Los discursos sociales se han vuelto monotemáticos: todos parten y convergen en el mismo punto.

El cortoplacismo es lo único que vale. Las organizaciones y empresas se enfocan al resultadismo, no importa el medio y largo plazo, cae demasiado lejos. La política, más de lo mismo.

Este es el panorama con el que nos encontramos en estos momentos, al menos es el que predomina en nuestro mundo cercano.

Ahora bien, la pregunta del millón es: ¿qué hacemos o qué podemos hacer nosotros con todo esto?.

Obviamente no tengo soluciones, y menos soluciones globales; pero sí creo que una buena forma de iniciar la salida de este atolladero es hablar, compartir y escuchar, para conocer lo que piensan y sienten nuestros próximos y para que ellos conozcan lo que pensamos y sentimos. ¿Para qué hacer esto? Para poder empezar a construir objetivos comunes.

¿Para qué los objetivos comunes? Para generar dinámicas nuevas, que creen espacios de ilusión y de bienestar, que sólo se pueden diseñar y realizar colectivamente.

¿Por qué planteo algo tan aparentemente banal como esto, ante la envergadura del problema? Porque no nos comunicamos ni suficientemente ni de manera eficiente. Ya sé que decir esto en la sociedad interconectada en la que estamos puede parecer absurdo, pero es lo que constato a diario, tanto en el plano personal, como social, como profesional.

Algo está fallando en nuestra comunicación, en este mundo "socialmedia"; de manera, que no estamos pudiendo encontrar caminos compartidos y traducirlos en acción.

En un mundo caracterizado porque el cambio es su seña de identidad, es fundamental crear, entre todos, nuevos caminos que nos permitan recuperar el futuro.

2/1/14

¿Caminos para el cambio?

En momentos como el actual tendemos a sustituir la lucidez por el apremio, que toda situación vivida como urgente le suele acompañar.

Esta forma de proceder es comprensible y obedece, sin duda, a la sensación de riesgo y vulnerabilidad que acompaña nuestro vivir en los tiempos que corren actualmente.

Cuando leo y escucho la ingente cantidad de propuestas y cosas que "hay que hacer", confieso que tan sólo una minoría de ellas me parece que merezcan ser tenidas en cuenta. La inmensa mayoría las veo como ocurrencias surgidas del "sálvese quien pueda", sin que tengan un valor real en aquello que promulgan tras su puesta en práctica.

Tengo la sensación, cuando veo lo que está sucediendo, de que la mayoría de las veces actuamos a modo de hormigas a punto de entrar en el hormiguero, pero que ante una amenaza se descarrían, dando palos de ciego y moviéndose de manera descontrolada.

La situación que estamos viviendo se caracteriza por la ausencia de certezas, yo soy el primero que no las tiene. Así como por la sensación de vulnerabilidad creciente que va impregnando nuestras vidas y que va afectando cada vez a mayores capas sociales.

Pero, lo que sí sé es que ese no es el camino para poder afrontar todo esto que tenemos encima de la mesa.

También sé que enlazar con una posición lúcida pasa necesariamente por intentar entender qué está pasando, de qué manera nos afecta, y qué hacer a partir de lo anterior, tanto en el plano personal como en el social. Para ello es básico analizar lo que acontece con un mínimo de desapasionamiento, de manera que las acciones derivadas no sean producto de la urgencia sin más, sino de acciones que realmente vayan a tener un grado de eficiencia real y concreta. 

Sobre el qué está sucediendo, de momento conocemos las consecuencias que está teniendo en el presente, pero ni se sabe con certeza los motivos ni las consecuencias futuras, al menos no he conocido ningún artículo ni investigación rigurosos al respecto que dé explicaciones plausibles y certeras. Por poner solo un ejemplo de esto aún no hay acuerdo sobre si se trata de una crisis del funcionamiento del sistema económico, o si es el sistema económico el que ha dejado de funcionar, o si se trata de algo más complejo y amplio, como es que todo un modelo socio-económico (¿y cultural?)ha entrado en fase terminal. Sobre esta última posibilidad es obvio que no tenemos aún perspectiva histórica para aplicar herramientas de análisis verificables.

Ante esa falta de conocimiento, hemos optado por reaccionar o quedarnos quietos. La reacción siempre va acompañada de premura y precipitación. La posición de no hacer nada puede deberse o al miedo o a una posición personal. En cualquier caso, ninguna de ellas son caminos que puedan ser fecundos, al menos para cambiar el estado de la cuestión.

Pero lo que más me interesa destacar es que esta forma de aproximarnos al problema, llamémoslo así, problema, nos aleja paradójicamente de su posible solución. Porque ante un tema complejo como éste sólo es posible soluciones complejas, y esto implica rigor, análisis, tiempo y desapasionamiento. 

Cuando lo que impera es el miedo, veo mucho miedo a mi alrededor, y lo comprendo perfectamente, como no voy a hacerlo; pero no veo que se sepa entender que por ahí no vamos bien, que al miedo hay que mirarlo de cara porque siempre genera distorsión, entonces me resulta más difícil imaginar que así podamos ganar este partido.

Creo que es indispensable pararse un momento y repensar entre todos qué está pasando, y qué hacemos. Es bueno recordar que al poder le interesa alimentar la falta de análisis, la falta de conocimiento, la falta de acción y el estado sumiso-depresivo de la ciudadanía.

Si no entendemos que los caminos han de ir tanto por lo personal como por lo social y colectivo, que no vale con solucionar lo mío, porque si no le va bien al otro a la larga no me irá bien a mí, si no abandonamos la sensación de miedo, entonces seguro que el partido lo perderemos. 

Es obvio que no tengo soluciones, pero sí estoy convencido que se pueden llegar a tener, y que las podemos conseguir entre todos. Sé que el tiempo para algunos, cada vez para más personas, vale oro. Pero es fundamental para construir soluciones de alcance, que generen cambios reales y éstos se consoliden en tendencias beneficiosas para el bien común. Y todo ello, a pesar de la modernidad líquida de mi querido Bauman.

Sólo añadir algo que me parece fundamental, y algunas veces parece que olvidamos: la forma más eficaz de combatir el miedo es mediante el conocimiento.

21/11/13

El cambio y sus consecuencias

Tras los rescoldos de los últimos incendios sociales y económicos ocurridos, nos movemos con inercias antañas para hacer frente a las consecuencias presentes. 

Aún no nos damos cuenta, pues estamos en fase de estrés postraumática, que no valen los criterios, la categorías y las soluciones de antes.

Nos hemos adentrado en un proceso social, económico (y seguramente cultural), del que no sabemos apenas nada. Sólo sabemos dos cosas con certeza: que nuestro mundo no es el de hace poco tiempo, y que la característica que domina esta  nueva situación es que está impregnada por el cambio vertiginoso.

Sobre la primera cuestión apenas podemos decir más que hemos de conocerla mejor, asimilarla y aprender a manejarla.

En relación con la segunda, nuestros métodos y herramientas tradicionales de análisis e interpretación han de cambiar y, además, ser capaces de captar, depurar y procesar los aspectos que son relevantes, desechar los que no lo son, y tener muy presente que las características más importantes que han de tener son: capacidad para generar modelos de análisis e interpretación veraces y rápidos, capacidad para saber autofagocitarse (obsolescencia rápida y ágil) y dar paso a modelos nuevos cuando la situación lo requiera, y tener capacidad predictiva (detectar lo inmediato y lo que puede acontecer en lo postinmediato).

En este escenario, intentar generar modelos a medio y largo plazo de momento resulta difícil imaginarlo, pero sin duda es un reto que habremos de intentar conseguir.

Respecto al plano de la acción, si somos capaces de establecer modelos adecuados que nos permitan entender las claves de las dinámicas nuevas y cambiantes, será la primera piedra para poder manejarnos idóneamente en nuestro hacer para conseguir los objetivos que nos proponemos.

Todo esto que aquí planteo es válido tanto en el plano personal como en el profesional (individuos, organizaciones y empresas). Pero, además, creo que ahora más que nunca, lo profesional y lo personal tienen una vinculación tan estrecha que acaba siendo casi una misma cosa. 

Ni los planteamientos que usábamos en la consultoría y en la investigación social y de mercado son ya válidos, ni la forma con que nos planteábamos y gestionábamos nuestro ámbito privado y personal van a ser ya idénticos.

Los retos individual/personal, social/colectivo, organizativo, político y económico (y está por ver que también cultural) pueden seguir bajo los planteamientos que teníamos hasta hace bien poco.

Saberlo, entenderlo, procesarlo, interiorizarlo y traducirlo en nuevos paradigmas y nuevos modos de acción es de lo que depende nuestro devenir.



14/11/13

¿Hay vida fuera del mercado?

Hemos interiorizado el mercado en nuestro imaginario colectivo e individual, hasta tal punto que casi nada está fuera ya de ser etiquetado como mercancía; todo y todos somos mercancía y objeto de compra y de venta en el escenario del mercado.

Estamos ante la necesidad de hacernos visibles, no para entendernos, acercarnos, interesarnos, solidarizándonos con los otros, sino para mostrarnos como marca que está en el lineal adecuado para ser visto y comprado.

Este es el paradigma en el que estamos inmersos, y es el modelo que todos reproducimos día a día, no sólo desde las acciones colectivas, también, y esto es lo más preocupante porque no somos conscientes del todo, desde nuestros esquemas mentales.

Si pertenecemos a redes sociales o estamos en algún debate on-line, la razón de ello obedece, en más del 75%, a hacernos presentes y visibles en espacios donde podamos "exponernos".

Quiero dejar claro que no trato aquí de plantear un dilema moral o ético al respecto; es más, considero que es lo que en estos momentos se puede hacer para poder salir adelante. Intento dejar constancia de un hecho, cuyas consecuencias sí me parece que deban ser analizadas con mayor profundidad de lo que se suele hacer, e intentar ver hacia dónde apunta todo ello.

Sólo me gustaría dejar aquí una pequeña reflexión al respecto. Estamos en un mundo caracterizado porque el mercado ha canibalizado la casi totalidad de nuestro mundo, donde éste, el mercado, no es un espacio físico, tangible, tampoco un espacio simbólico acotado; más bien, se ha convertido en un escenario total, donde nosotros no estamos fuera de él, sino que formamos parte de él.

El mercado y las mercancías se han convertido en el gran paradigma, que impregna todo lo real y se legitima mediante un discurso total (mítico-simbólico), que condiciona todos los demás ámbitos de realidad (¿hay vida fuera del mercado?).

Sólo mediante el análisis lúcido y en profundidad, y mediante un cambio de actitud personal y colectivo, podemos empezar a modificar este modelo totalizador y omniabarcante (del mundo y de nuestro mundo).

24/7/13

Dónde estamos

Soy ciudadano español, he vivido la última etapa franquista, la transición y el desarrollo de nuestra democracia.
Viví la España gris, triste y rancia, del franquismo, aunque el “desarrollismo” de los años sesenta aportaron el arranque del consumismo, que le dio cierto barniz, no al régimen, pero sí a la sociedad. Fui testigo de la enorme esperanza que despertaba la posibilidad del advenimiento de la democracia, incluso algunos años antes de la muerte de Franco. Pude sentir, aunque yo no pude votar aún, el entusiasmo colectivo de las primeras elecciones preconstitucionales (1.977). Participé, ya como estudiante en la Universidad, de los primeros años democráticos, con la UCD en el Gobierno, posteriormente vino el fallido intento golpista. Y, tras el breve período de Calvo-Sotelo en la Presidencia, llegaron las elecciones de 1982, el inicio de Felipe Gonzalez y posteriormente el Felipismo. Anteriormente, se produjo en el seno del PSOE el debate teórico sobre el marxismo, que supuso la victoria de Gonzalez para abandonar esta ideología como seña de identidad del Partido. Este tipo de debates sería impensable en los momentos actuales.
Posteriormente, vino “el aburguesamiento” del PSOE, para dar paso a su declive, con corrupción incluida. Lo que permitió la llegada al poder de Aznar, y la bonanza económica que se produjo en su primera legislatura, así como su apertura al nacionalismo catalán. En su segunda etapa en la presidencia, se produjo un cambio hacia actitudes más derechistas, los aires de la situación económica empezaron a ser menos positivos, y su decisión de participar en la Guerra de Irak, y el manejo de comunicación de  los atentados de Atocha dilapidaron su rédito político. Esto puso en bandeja la llegada a la Presidencia de Rodríguez Zapatero. Donde reprodujo casi el mismo guión que su predecesor, una primera legislatura ilusionante y una segunda decepcionante, rozando lo “naif”.
Y ahora nos encontramos con Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno, que está consiguiendo hacer algo menos malo a Rodríguez Zapatero, considerado, por una notable mayoría, como el peor presidente de la democracia actual en España, tras su actuación en su segundo mandato.
Pero ¿qué sucede ahora?, ¿dónde estamos?, ¿qué hace distinta esta crisis de las anteriores vividas en nuestra democracia? Desde mi manera de verlo, la gran diferencia es que estamos ante un modelo económico y político que ha empezado a dar señales de fecha de caducidad. No solo por razones internas, nacionales, que desde luego que también, sino, además, porque el escenario mundial ha cambiado radicalmente. La globalización ha generado un nuevo panorama planetario, que a nuestro país le ha pillado con el pié cambiado.
Pero, más allá de explicaciones macro-económicas y de desequilibrios internacionales, mirando dentro de nuestras fronteras, que es lo que me ocupa aquí, lo que veo es una sociedad profundamente desanimada, desmoralizada, con una percepción de futuro como algo ilusionante que tiende a cero o menos uno. Con claros síntomas de riesgo de anomia social, una sociedad fracturada entre los que tienen trabajo y los que no lo tienen (sobre todo los parados estructurales), donde no existe respuestas auténticamente solidarias, más allá de las palabras; incluso, con dificultades para entenderse entre unos y otros, al sentirse en “mundos” reales y mentales completamente distintos.
Esta situación, de la que apenas se habla, no sé si porque es demasiado duro para algunos tenerla en cuenta o porque no se está entendiendo e interpretando correctamente, está generando un cultivo altamente tóxico, que puede llegar a ser letal.
He defendido en estos últimos años que no pueden hacernos responsables de lo que nos pasa, pretenderlo es hacer demagogia e intentar manipular maliciosamente. Pero, estoy convencido de que sí tenemos ahora una responsabilidad todos, insisto, todos, en cambiar el chip, y mantener una actitud realmente solidaria, no solo en nuestros “decires”, me refiero sobre todo a nuestros “haceres”.
Estamos en un proceso de pérdida de legitimidad de lo público, eso se ve, se sabe. Pero no se está viendo, al menos no se habla apenas de ello, de la fragmentación social que está surgiendo en los ciudadanos.
He dicho y reiterado que sólo si entendemos e incorporamos en nuestro mapa mental que el que le vaya bien al otro me beneficia siempre, y que solo con una mirada más colectiva, más de grupo, es como se puede afrontar esta situación; es decir, generando y haciendo “nostrismo”, es de este modo como se puede paliar la situación en que nos encontramos, y es la forma de crear futuro.
No son solo palabras, tenemos la constatación de que el individualismo extremo al que hemos llegado es justamente el que ha hecho que el sistema se obturase y llegase su caducidad.
Sé que quien lea esto puede pensar que quién da el primer paso o cómo darlo o si realmente sirve para algo, o si es mejor el “sálvese quien pueda”. Esta es justamente ahora nuestra responsabilidad como sociedad civil, nuestra responsabilidad como individuos que viven en sociedad, buscar formas nuevas para crear y diseñar espacios de solidaridad, con el convencimiento de que no hay posibilidad al “sálvense quien pueda”, porque se trata de una situación en la que o nos salvamos todos o, tarde o temprano, todo el mundo se ahoga.
Si me permiten, yo me pongo manos a la obra.