Escuchamos y leemos, de manera recurrente, la letanía de datos macroeconómicos, que nos informan si "vamos bien" o "vamos mal". Funciona ya a modo de mantra. El lenguaje económico inunda casi todo lo social, por no decir todo lo real. Es a través del dato como respiramos o suspiramos en función de la cifra y del signo (+ o -) que arroje.
Es innegable que son datos importantes, incluso fundamentales, para poder dilucidar "como van las cosas" y hacia donde apuntan. Pero resulta demoledor su hegemonía como cuasi único enfoque interpretativo de la realidad en que nos encontramos, dejando de lado otros ámbitos relevantes, que lo son no solo por su impacto en nuestras vidas, sino también por la correlación que mantienen con los datos económicos.
Estamos en un escenario impregnado de hiperrealismo económico; o, tal vez, mejor decir en el escenario economicista.
Sucede que si nuestra mirada está únicamente centrada en los datos, y nada más que en los datos, puede suceder que estemos en un proceso grave de pérdida de realidad y de pérdida de humanidad.
No se me enfaden los expertos y técnicos de la disciplina económica. Imagino que pueden estar pensando, si es que alguno lee estas líneas, que lo que buscan es precisamente solventar o paliar el desaguisado en el que estamos. Pero, paradójicamente, nuestra mirada unilateral provoca dos efectos perversos desde mi punto de vista: desatiende aspectos que tienen que ver con el sentir y padecer esta situación hombres y mujeres concretos y reales, y, en segundo lugar, nos enroca y ofusca en buscar solo las salidas que la economía contempla. Dejo de lado aquí cuestiones sobre las múltiples salidas que cada enfoque teórico-práctico de esta disciplina contempla, apoyado siempre en una posición ideológico/axiológica que lo sustenta, pero esta es otra historia.
Mientras estamos en este escenario, con los actores sujetos al mismo guión, reproduciendo el mismo texto, aunque sea con matices diferentes, pero dentro de la misma matriz, alimentando y reproduciendo los mismos discursos, con idéntica o parecida producción de significados y sentido, el animus colectivo y personal va en caída libre. Eso sí, buscando refugios cortoplacistas, sin que lo parezcan, que alivien el sufrimiento y anestesien la conciencia, que ya son unos cuantos los que van apareciendo.
Decir que toda resistencia es una persistencia puede entenderse muy mal si no se explica, pero es algo de lo que estoy plenamente convencido, y explicarlo me llevaría demasiado lejos aquí, pero es lo que estamos haciendo de forma reiterada. Seguimos en más de lo mismo, sabiendo que si buscamos de igual modo, mirando la realidad con las mismas gafas, y analizando con las mismas herramientas, incluso utilizando métodos y variables que pueden padecer cierta obsolescencia, los resultados no van a variar mucho de lo que ya conocemos.
Así que me parece que sería tal vez conveniente que atendiéramos al PIB para ver "cómo vamos", y también a lo que llamo el "Producto Emocional Neto" (PEN) para ver cómo nos sentimos. Si viéramos la conexión que existe entre ambos indicadores, el primero ya está muy configurado, el segundo es para mí algo más que una ocurrencia;y si trabajásemos en paralelo con ambos, tal vez pasaba algo distinto.
Todo esto viene tras la sensación de que nos empeñamos en buscar cosas en la cesta inadecuada. Mientras, el PEN sigue creciendo, pero lo consideramos una consecuencia lógica de lo que hay.
Estamos en un escenario impregnado de hiperrealismo económico; o, tal vez, mejor decir en el escenario economicista.
Sucede que si nuestra mirada está únicamente centrada en los datos, y nada más que en los datos, puede suceder que estemos en un proceso grave de pérdida de realidad y de pérdida de humanidad.
No se me enfaden los expertos y técnicos de la disciplina económica. Imagino que pueden estar pensando, si es que alguno lee estas líneas, que lo que buscan es precisamente solventar o paliar el desaguisado en el que estamos. Pero, paradójicamente, nuestra mirada unilateral provoca dos efectos perversos desde mi punto de vista: desatiende aspectos que tienen que ver con el sentir y padecer esta situación hombres y mujeres concretos y reales, y, en segundo lugar, nos enroca y ofusca en buscar solo las salidas que la economía contempla. Dejo de lado aquí cuestiones sobre las múltiples salidas que cada enfoque teórico-práctico de esta disciplina contempla, apoyado siempre en una posición ideológico/axiológica que lo sustenta, pero esta es otra historia.
Mientras estamos en este escenario, con los actores sujetos al mismo guión, reproduciendo el mismo texto, aunque sea con matices diferentes, pero dentro de la misma matriz, alimentando y reproduciendo los mismos discursos, con idéntica o parecida producción de significados y sentido, el animus colectivo y personal va en caída libre. Eso sí, buscando refugios cortoplacistas, sin que lo parezcan, que alivien el sufrimiento y anestesien la conciencia, que ya son unos cuantos los que van apareciendo.
Decir que toda resistencia es una persistencia puede entenderse muy mal si no se explica, pero es algo de lo que estoy plenamente convencido, y explicarlo me llevaría demasiado lejos aquí, pero es lo que estamos haciendo de forma reiterada. Seguimos en más de lo mismo, sabiendo que si buscamos de igual modo, mirando la realidad con las mismas gafas, y analizando con las mismas herramientas, incluso utilizando métodos y variables que pueden padecer cierta obsolescencia, los resultados no van a variar mucho de lo que ya conocemos.
Así que me parece que sería tal vez conveniente que atendiéramos al PIB para ver "cómo vamos", y también a lo que llamo el "Producto Emocional Neto" (PEN) para ver cómo nos sentimos. Si viéramos la conexión que existe entre ambos indicadores, el primero ya está muy configurado, el segundo es para mí algo más que una ocurrencia;y si trabajásemos en paralelo con ambos, tal vez pasaba algo distinto.
Todo esto viene tras la sensación de que nos empeñamos en buscar cosas en la cesta inadecuada. Mientras, el PEN sigue creciendo, pero lo consideramos una consecuencia lógica de lo que hay.
Pues yo opino que el PEN es un indicador mucho más realista de la situación en la que se encuentra España y los españoles. Se observa que tanto micro como macro-sociológicamente nos sentimos impotentes ante las medidas económicas camufladas que sólo sirven para soliviantar de alguna manera nuestra moral.
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