COSAS QUE PASAN
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11/10/19

Algunas formas de sentir insatisfacción

En muchas ocasiones el pasado se arrastra como un fardo pesado que dificulta el movimiento. Los fantasmas y las realidades se cargan a la espalda y nos doblan el espinazo.

Nos pasamos la vida sopesando qué es lo correcto y lo incorrecto, qué está bien y qué está mal. La narración siempre es la misma porque somos prisioneros del constante cotejo de lo que hay y de lo que podría haber, de lo hecho y lo omitido, de lo que se tiene y se podría tener; en último término de lo que "se es" y de lo que se podría ser, o, más exactamente, de lo que se podría haber sido.

Éste es un proceso estéril, pero nada infrecuente, que no conduce a ninguna parte. Y es así porque se ha partido de premisas inciertas, como que hay un puzzle por construir, cuando lo que sucede en realidad es que nunca se acaba de configurar, siempre faltan piezas. O, tal vez,  muy probablemente, no exista ningún puzzle, o ni tan siquiera sea necesario.

Todas estas creencias es frecuente que dejen un poso de falsedad, de inautenticidad, de estar en un doble plano (uno verdadero y otro falso). Pero esto también responde a la necesidad de acudir a las “tablas de la ley sagrada” para verificar el grado de cumplimiento de nuestras vidas con relación a lo que hay que hacer, a lo que se debe hacer, a lo preasignado desde instancias que se nos escapan, que pertenecen a lo incorporado al deber ser y a nuestro punto ciego, la sombra.

El sentimiento de pérdida es a veces más fuerte debido a que sentimos que con lo perdido se nos pierde una parte de nosotros. De nuevo está la historia, nuestro pasado. 

Y, lo más curioso, es que todo esto obedece a una construcción puramente mental, imaginal. Pero para nosotros las creencias tienen una base sólida, de consistencia, que nos impide ver, sentir, vivir y estar en lo real. De modo, que son esas mismas creencias las que tapan la realidad.

15/10/14

La felicidad: un sentimiento aplazado

El futuro funciona, en algunas ocasiones, como una "droga dura". Lo utilizamos, en esas ocasiones, para posponer y proyectar deseos, para imaginar cosas que haremos, para fabular con sentimientos que tendremos, momentos que viviremos.

Es, para este tipo de situaciones de las que hablo, el tótem, la eterna promesa, que nos "saca" del momento presente y nos evade del único momento real que existe, que no es otro que el momento presente, que se produce aquí y ahora.

No digo que no hay que mirar hacia adelante. Solo planteo que el dar el salto hacia ese próximo tiempo que aún no ha llegado, a veces, muchas veces, funciona como un escape de la única realidad que es, que se manifiesta y que se expresa, que no es otra que el ahora.

Porque lo que venga, su devenir, cuando llega es, se hace momento presente, vuelve a ser ahora. Porque siempre vivimos en el ahora. Sé que lo que aquí planteo es obvio, pero me consta que en nuestro vivir, a pesar de su obviedad, vivimos ajenos a ello. Mejor dicho, dejamos de vivir para anclarnos en el plano mental, imaginal y, a veces, fabulatorio. 

Suele suceder que, o bien nos instalamos en la nostalgia del pasado o en la promesa del futuro, ninguno está, salvo en nuestros pensamientos. Sin embargo, nos olvidamos de lo que tenemos justo delante, encima, debajo, en medio, dentro, fuera, ahora, que no es otra cosa que la única realidad que se manifiesta y con la que nos podemos entender (o desentender).

Todo esto lo digo porque escucho con mucha frecuencia la frase: yo seré feliz cuando...Les suena, verdad. Y siempre surge en mí la tentación de decir: y, ¿por qué no ahora?. Es cierto, que en algunas ocasiones la respuesta ha venido sola por parte de mis interlocutores: porque aún no tengo (o me falta) lo que necesito. 

Ya imagina el posible lector que esa respuesta se comenta por sí sola. Solo añadiré al comentario que cada uno quiera hacer, que en el momento que el futuro se torna presente, se vuelve a reproducir el guión: miramos al futuro como "droga dura", esperando que sea en ese tiempo por llegar cuando consigamos ser felices.


14/7/14

Sobre el amor y el presente

El pasado no está, el futuro aun no existe, tan solo tiene consistencia real el presente. Es más, apurando un poco el argumento, solo lo tiene el presente-presente.

En tiempos de mudanza, como el que nos ocupa, resulta complicado percibir, sentir y experienciar el presente. Además, somos deudores de una cultura, la occidental, muy volcada hacia el pasado y hacia el futuro, y poco ejercitada en situarse, en estar y ser (en estar siendo) en el presente. A pesar de que asistimos a una multitud de enfoques traídos de Oriente, que nos hablan del vacío, del no-ser, de la conciencia plena (mindfulness), etc., nos aproximamos a estos planteamientos todavía a la luz de una mirada marcadamente occidental. 

El ser humano tiene dos posibilidades de recorrido en su vida, a mi modo de ver y esquematizando al máximo: el camino del amor o el camino del miedo. El amor es apertura, oquedad, inclinación a los otros, a la vida y, por supuesto, a uno mismo. El miedo es cerrazón, repliegue, rechazo, opacidad, aislamiento, etc.

Pero, el amor solo se puede dar (y se da) en el presente. Lo demás es nostalgia del pasado o promesa de futuro; es decir, son construcciones mentales que hacemos sobre nuestro ayer o nuestro mañana. Se trata,  por tanto, de ámbitos que tienen que ver con el "pensarse", pero no con el "vivirse", y el amor es un hacer haciendo (viviendo) desde nosotros mismos, en cada momento presente, y que va desplegando posibilidades de elección/acción en el devenir del momento presente.

Pero, en la bifurcación entre ambos itinerarios, hay un aspecto que, al menos para mí, es fundamental: el amor enlaza con la libertad y el miedo la desactiva y la anula completamente.

Todo esto que traigo a colación no se trata ni de simples palabras, ni de ideas, ni mucho menos de ideales, sino de cosas tangibles y concretas que percibo, detecto y experimento en mi vivir diario.




24/7/13

Dónde estamos

Soy ciudadano español, he vivido la última etapa franquista, la transición y el desarrollo de nuestra democracia.
Viví la España gris, triste y rancia, del franquismo, aunque el “desarrollismo” de los años sesenta aportaron el arranque del consumismo, que le dio cierto barniz, no al régimen, pero sí a la sociedad. Fui testigo de la enorme esperanza que despertaba la posibilidad del advenimiento de la democracia, incluso algunos años antes de la muerte de Franco. Pude sentir, aunque yo no pude votar aún, el entusiasmo colectivo de las primeras elecciones preconstitucionales (1.977). Participé, ya como estudiante en la Universidad, de los primeros años democráticos, con la UCD en el Gobierno, posteriormente vino el fallido intento golpista. Y, tras el breve período de Calvo-Sotelo en la Presidencia, llegaron las elecciones de 1982, el inicio de Felipe Gonzalez y posteriormente el Felipismo. Anteriormente, se produjo en el seno del PSOE el debate teórico sobre el marxismo, que supuso la victoria de Gonzalez para abandonar esta ideología como seña de identidad del Partido. Este tipo de debates sería impensable en los momentos actuales.
Posteriormente, vino “el aburguesamiento” del PSOE, para dar paso a su declive, con corrupción incluida. Lo que permitió la llegada al poder de Aznar, y la bonanza económica que se produjo en su primera legislatura, así como su apertura al nacionalismo catalán. En su segunda etapa en la presidencia, se produjo un cambio hacia actitudes más derechistas, los aires de la situación económica empezaron a ser menos positivos, y su decisión de participar en la Guerra de Irak, y el manejo de comunicación de  los atentados de Atocha dilapidaron su rédito político. Esto puso en bandeja la llegada a la Presidencia de Rodríguez Zapatero. Donde reprodujo casi el mismo guión que su predecesor, una primera legislatura ilusionante y una segunda decepcionante, rozando lo “naif”.
Y ahora nos encontramos con Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno, que está consiguiendo hacer algo menos malo a Rodríguez Zapatero, considerado, por una notable mayoría, como el peor presidente de la democracia actual en España, tras su actuación en su segundo mandato.
Pero ¿qué sucede ahora?, ¿dónde estamos?, ¿qué hace distinta esta crisis de las anteriores vividas en nuestra democracia? Desde mi manera de verlo, la gran diferencia es que estamos ante un modelo económico y político que ha empezado a dar señales de fecha de caducidad. No solo por razones internas, nacionales, que desde luego que también, sino, además, porque el escenario mundial ha cambiado radicalmente. La globalización ha generado un nuevo panorama planetario, que a nuestro país le ha pillado con el pié cambiado.
Pero, más allá de explicaciones macro-económicas y de desequilibrios internacionales, mirando dentro de nuestras fronteras, que es lo que me ocupa aquí, lo que veo es una sociedad profundamente desanimada, desmoralizada, con una percepción de futuro como algo ilusionante que tiende a cero o menos uno. Con claros síntomas de riesgo de anomia social, una sociedad fracturada entre los que tienen trabajo y los que no lo tienen (sobre todo los parados estructurales), donde no existe respuestas auténticamente solidarias, más allá de las palabras; incluso, con dificultades para entenderse entre unos y otros, al sentirse en “mundos” reales y mentales completamente distintos.
Esta situación, de la que apenas se habla, no sé si porque es demasiado duro para algunos tenerla en cuenta o porque no se está entendiendo e interpretando correctamente, está generando un cultivo altamente tóxico, que puede llegar a ser letal.
He defendido en estos últimos años que no pueden hacernos responsables de lo que nos pasa, pretenderlo es hacer demagogia e intentar manipular maliciosamente. Pero, estoy convencido de que sí tenemos ahora una responsabilidad todos, insisto, todos, en cambiar el chip, y mantener una actitud realmente solidaria, no solo en nuestros “decires”, me refiero sobre todo a nuestros “haceres”.
Estamos en un proceso de pérdida de legitimidad de lo público, eso se ve, se sabe. Pero no se está viendo, al menos no se habla apenas de ello, de la fragmentación social que está surgiendo en los ciudadanos.
He dicho y reiterado que sólo si entendemos e incorporamos en nuestro mapa mental que el que le vaya bien al otro me beneficia siempre, y que solo con una mirada más colectiva, más de grupo, es como se puede afrontar esta situación; es decir, generando y haciendo “nostrismo”, es de este modo como se puede paliar la situación en que nos encontramos, y es la forma de crear futuro.
No son solo palabras, tenemos la constatación de que el individualismo extremo al que hemos llegado es justamente el que ha hecho que el sistema se obturase y llegase su caducidad.
Sé que quien lea esto puede pensar que quién da el primer paso o cómo darlo o si realmente sirve para algo, o si es mejor el “sálvese quien pueda”. Esta es justamente ahora nuestra responsabilidad como sociedad civil, nuestra responsabilidad como individuos que viven en sociedad, buscar formas nuevas para crear y diseñar espacios de solidaridad, con el convencimiento de que no hay posibilidad al “sálvense quien pueda”, porque se trata de una situación en la que o nos salvamos todos o, tarde o temprano, todo el mundo se ahoga.
Si me permiten, yo me pongo manos a la obra.