Hay días en que uno se levanta con sensaciones nuevas, no
sé si por efecto de la saturación de andar siempre en lo mismo o porque las
neuronas se han conectado de otro modo. El caso es que hoy me he levantado con
una cierta dosis de perplejidad ante el mundo en el que vivo.
Me explicaré. Viendo las cosas que acontecen y tal y como
acontecen, me he preguntado: ¿como es que nos lo montamos tal mal, realmente
merece la pena hacer las cosas que hacemos y del modo como las hacemos, qué
beneficios sacamos (o sacan) actuando así...?.
Tal vez por deformación profesional, ante estas preguntas
sin respuesta, o con una respuesta demasiado obvia, mis neuronas me han llevado
inmediatamente a preguntarme los porqués de esto, así como los paraqués. Y,
puf, me he encontrado que ni con tres vidas tendría suficiente para encontrar
respuestas plausibles y certeras.
El caso es que no sé ni dónde están las causas de todo
este desaguisado ni cuales son los beneficios.
Claro que se me podrá decir que mi perplejidad es tan
antigua como la propia humanidad, y que por eso llevan miles de años mis
antepasados dedicándose a intentar dar explicaciones de por qué nos comportamos
como lo hacemos. Y no pretendo aquí enmendar la plana a nadie, ni soy tan
narciso ni tengo un bagaje de conocimientos suficiente para pretenderlo. Pero,
no puedo dejar de interrogarme ante algo que hoy me ha resultado más asombroso
de lo habitual.
Por ejemplo, por qué hemos constituido la competitividad
como el valor fundamental casi en todo, en detrimento de la cooperación, que
me parece mucho menos conflictiva, más solidaria, incluso más cómoda para el
bien llevarnos entre los humanos.
Por ejemplo, por qué es necesario para salir de esta
crisis someter a una gran parte de los ciudadanos, y solo a una parte, a una
situación de penuria económica y social, para que se consiga el beneficio de
todos.
Por ejemplo, por qué para que algo sea más valorado ha de
ser necesariamente un bien escaso.
Por ejemplo, por qué para acceder a determinados niveles
de bienestar es necesario asociarlo a valores como la lucha y el esfuerzo.
Por ejemplo, por qué necesitamos considerar a los otros
como potenciales adversarios para conseguir nosotros determinados objetivos.
Por ejemplo, por qué hay unos pocos que dicen lo que hay
que hacer y el resto ha de obedecer, por qué tiene que haber mandadores y
mandados.
Por ejemplo, por qué tener éxito se entiende socialmente
como llegar a algún sitio que está destinado para unos pocos.
Por ejemplo, por qué para defender mi identidad es
necesario que los otros sean los distintos.
Por ejemplo, por qué hay que expoliar al planeta tierra
para conseguir mayores niveles de progreso.
Por ejemplo, por qué nos complicamos tanto la vida (o nos
la complican).
En fin, estas y otras preguntas han aparecido hoy en mi
cabeza. La novedad, la sensación de extrañeza, ha venido fundamentalmente por
la percepción de que, más allá de cada uno de los porqués, hay algo global que
debemos estar haciendo fatal.
Sé que pueden resultar interrogantes “naif”, y también sé
que los expertos me darían respuesta a cada uno de ellos.
No solo se trata de ir resolviendo uno a uno los temas, me
parece que se trata, sobre todo, de un cambio de posicionamiento global.
Alguien puede decir, pero qué es eso de un cambio de
posicionamiento global y cómo se consigue. Y ese es precisamente para mi el
principal problema. Me refiero no a ver qué es y como hacerlo, me estoy
refiriendo al hecho de que alguien se haga la pregunta.
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