COSAS QUE PASAN
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18/3/14

La pregunta sobre el hacer cambia el hacer: algunas ideas sueltas

Nuestro conocer siempre es interpretativo y experiencial.

Cuando buscamos, no encontramos.

Cuando oponemos resistencia, sentimos más presión.

La construcción de sentido es una necesidad humana, a la vez que una fabulación.

Tiene más el que más gasta.

Lo subjetivo lo es porque tiene en cuenta al objeto.

La certeza es lo que nos aleja del conocimiento.

Todo constructo racional se funda en premisas arracionales, aceptadas y originadas desde las emociones.

La vida y el funcionamiento de la vida no se basa en la certeza, se basa en la confianza: el recién nacido no nace en la certeza, nace en la confianza.

Los seres humanos hemos perdido la confianza, y como queremos control queremos certidumbre, y como queremos certidumbre no reflexionamos sobre lo que nos pasa.

La relación entre el observador y lo observado es indisociable, forman un todo: accedemos a lo real desde nosotros mismos.

Solo podemos conocer a través de la metáfora.

Conocer es generar metáforas que nos permiten explicar-nos la realidad metafóricamente.

La realidad siempre es n+1 respecto al modelo.

Somos un mix de herencia genética y aculturación metido en el flujo del tiempo, y algo más.

La pregunta sobre el hacer cambia el hacer.

10/3/14

"Todo el rato nos pasan cosas"

Todo el rato nos pasan cosas: buenas, malas y mediopensionistas. Si no nos pasaran cosas sería porque estamos muertos.

El tema no es que nos pasen cosas, sino cómo nos relacionamos con las cosas que nos pasan.

Creo que ese es el quid de la cuestión de cara a esto que nos traído aquí, que no es otra cosa que el vivir.

Escucho a veces a personas que depositan su estado de felicidad (tema éste cuasi metafísico) o de satisfacción, en su situación económica, en que su pareja le quiera o no, en que no tenga disgustos, en que...Escucho a personas que depositan todo el peso en el afuera, fuera de ellos mismos: escucho a personas que se sienten víctimas del mundo, y constato que sintiéndose víctimas siempre estarán expuestas a los avatares del afuera, y serán casi siempre éstos negativos, como no podría ser de otro modo. Es comprensible que alguien tan pendiente del afuera, que siente ese afuera como potencial amenaza de sí mismo, lo que provoca es justamente lo que teme; además de que, aunque vengan cosas "buenas", siempre serán susceptibles de mejora o algún fallo tendrán, seguro. 

No pretendo parodiar a estas personas que se posicionan ante el mundo de este modo, en absoluto. Además sé que sufren mucho, pero también sé que se trata, en buena medida, de un sufrimiento gratuito. Sí quiero quitar algo de peso e incorporar, si puedo, unas gotas de sentido del humor.

Para mí vivir consiste básicamente en enlazar con nuestros deseos (ese mundo inconsciente o zona oscura, que todos tenemos dentro), dotarlos de sentido y traducirlos en actos de vida. Ya sé que las palabras quedan bien, pero luego está la cruda realidad, lo sé. Pero también sé que lo que digo no son solo palabras, sino que son experiencias de personas que he conocido de primera mano y que es el camino que recorren y se han marcado.

¿Cual es el principal problema para materializar todo esto? Sin duda el miedo. El miedo nos hace buscar y depositar fuera de nosotros lo que está en nosotros: buscamos programas, recetas, rutas establecidas, cánones, etc.; de igual modo, responsabilizamos al afuera lo que nos pasa a nosotros, excluyéndonos de cualquier responsabilidad en lo que nos pasa (esto no solo no es real, que no lo es en absoluto, además es una fantasía que nos impide vivir).

El miedo nos paraliza, nos bloquea, nos aliena, nos impide vivir. Pero ese miedo, el que está dentro de nosotros, no el miedo biológico que nos hace reaccionar ante una amenaza exterior, tendemos a alejarlo o negarlo. Creemos que de este modo se va, y lo que hacemos con ello es justamente lo contrario, alimentarlo. Es la idea y/o acción contrafóbica que solemos poner en juego para actuar ante algo que nos genera fobia.

Pero ese miedo interno, que lo llevamos con nosotros allá donde vayamos, por eso las huídas hacia delante no sirven, solo se disuelve mediante dos premisas básicas: aceptarlo y enfrentarlo. La aceptación implica el reconocimiento de que está, de que nos impide hacer cosas, que no nos deja pensar o actuar como querríamos. Cuando se acepta, se empieza a enfrentarlo, y se comienza a sentir que va perdiendo peso en nosotros. ¿Por qué sucede esto?: sencillamente porque lo miramos de frente, es decir, lo sacamos fuera de nosotros, lo "objetivamos", y nos damos cuenta de que a "los fantasmas" solo podemos enfrentarlos fuera de su terreno, fuera de nuestro mundo fabulatorio interior.

Vivir la vida solo es posible desde una posición de libertad, y, para mí, ésta consiste en ausencia de miedo: son las dos caras de una misma moneda. Cuando se entiende esto, no sólo desde la razón sino desde la experiencia personal, se comprende que no hablo solo de palabras.

Libertad, responsabilidad, aceptación y compromiso son las palabras clave, para mí, que hay que enlazar en nuestro vivir.

11/12/13

La gestión del miedo

Hay un miedo natural, funcional, que surge ante un peligro externo. Se trata de una emoción adaptativa que tenemos y que nos resulta útil para la supervivencia. Nos sirve para anticiparnos y superar el peligro real que se nos presenta.

Sin embargo, existe otro tipo de miedos que guarda relación con nuestro modo ver, interpretar y posicionarnos ante nuestro entorno y, en última instancia, ante nosotros mismos. Se trata de un miedo que no está ajustado al hecho o causa que lo produce. Es, por tanto, un miedo que nace, se consolida y retroalimenta en nuestro interior.

Éste segundo tipo es al que quiero referirme aquí. Es fuente de un plus de sufrimiento gratuito y, sobre todo, representa un obstáculo para nuestro vivir y relacionarnos con nuestro entorno y con nosotros mismos.

Existen dos miedos básicos, que tienen una estrecha conexión con otros dos más profundos, que son:
  • El miedo al fracaso, ya sea a no conseguir lo que se desea o a perder lo conseguido.
  • El miedo al rechazo: no ser querido, aceptado, valorado, reconocido, etc.
Ambos, como antes decía, tienen una vinculación estrecha con: el miedo a ser como soy, es decir, a ser yo mismo; y el miedo a ser libre, es decir, a enlazar con mis deseos, con lo que yo quiero, y traducirlos en actos de vida.

Sea cualesquiera las causas del miedo, el primer paso para poder manejarlo es ser consciente, tomar conciencia y consciencia de que está, de los efectos que tiene sobre nosotros y, si es posible, de las causas que lo generan. 

Ser consciente y ensanchar nuestra consciencia es el primer peldaño para poder manejarlos, canalizarlos y gobernarlos; de tal modo, que no sean ellos los que nos gobiernen a nosotros. Mirar nuestros miedos cara a cara, es, a su vez, el primer paso para mirarnos a nosotros, no al personaje que hemos creado y alimentado, sino a quien soy yo.

A partir de quien soy yo y cómo soy yo, cuales son mis deseos y el sentido (valor) que tienen para mí las cosas, cómo trazar y realizar el camino hacia lo que quiero conseguir, con quien/quienes deseo hacerlo, y ponerme a ello. 

El miedo al que he venido refiriéndome siempre surge en el plano del pensarse, y se disuelve en plano del vivir y vivirse. La vida no entiende de miedos, es nuestro modo de percibirla y pensarla la que lo incorpora.




1/10/13

Miedo vs. amor


Los seres humanos somos seres contradictorios. Esta afirmación no pretende ser un juicio valorativo, tan solo es una constatación de nuestra forma de funcionar, que se da en la inmensa mayoría de nosotros, yo el primero.
Veamos algunos ejemplos:

·        Queremos conseguir sentirnos felices, pero sin modificar actitudes y acciones que nos amarran a lo que nos hace sentirnos infelices.
·        Deseamos “cosas” de todo tipo, pero no actuamos para intentar conseguirlas, o nos justificamos bajo ideas como que son irrealizables, no son necesarias, son secundarias, o simplemente no tenemos capacidad para conseguirlas.
·        Nos sentimos mal, sabiendo la causa que lo origina, pero, o bien nos quedamos quietos, o actuamos alimentando aún más ese malestar.

Podríamos seguir, pero creo que es suficiente.
Si vemos con un mínimo detenimiento lo que es común a lo mostrado, y que seguiría siendo común a más situaciones que buscáramos, es fácil concluir que el denominador común en todos ellos es el miedo.
El miedo es el motor más potente que anida en los seres humanos, para ser causa, en última instancia, de un sufrimiento gratuito, que nos impide vivir, gozar, disfrutar; en definitiva, hacer vida en nuestro vivir. Tengo que matizar, por si no quedase claro, que existe un miedo instintivo, que es muy necesario, pero no es ése el uso que hago aquí del término.
Existe, por el contrario, otro  ámbito con capacidad para contrarrestar la fuerza de ese miedo, que está dotado de una potencia mayor: el amor.
Quiero aclarar que cuando hablo de amor, no lo circunscribo al amor de pareja, me refiero al amor en su sentido pleno, total.
Pero, ¿qué es para mí el amor? Sintetizándolo mucho, diré que la apertura y conexión plenas hacia el otro/los otros,  desde la confianza. Confianza como actitud básica vital.
¿Cómo enlazar con esa cosa tan fuerte que es el amor? Mediante la consciencia de que no somos algo sólido, duro, hecho de una pieza, sino que somos una oquedad, una abertura conectada inevitablemente, sea para bien o para mal, con los otros y con la vida.
En definitiva, lo que trato de mostrar muy brevemente aquí es que estoy plenamente convencido de que los seres humanos nos situamos en dos polos básicos y fundamentales: el miedo o el amor. Ambos son incompatibles. Ellos son los ejes fundamentales que sustancian nuestro vivir (o malvivir). El miedo paraliza, impide, obstaculiza, destruye, genera sufrimiento. El amor abre, conecta, enlaza, crece, ensancha la consciencia, promueve bienestar y felicidad.
Sólo una última puntualización. Lo que he traído aquí a colación no se trata ni de ideas, ni de ideales, ni de credos o creencias. Es algo que lo concretamos en nuestro vivir de cada día, mediante nuestro actuar en el día a día.

11/6/13

Sobre el yo

Somos siendo con la realidad y con nosotros mismos.
Esta frase define lo que trataré de desarrollar a continuación.
Nuestra forma de conocer siempre es como mínimo de segundo orden. Mantenemos una relación con lo real y con nosotros mismos a partir de la elaboración que construimos en nuestro interior sobre lo que vemos. De forma, que nuestro acceso a “lo otro”, incluyendo nuestra forma de vernos e interpretarnos, está filtrada por quienes somos y como somos. Esto viene determinado por dos aspectos básicos que lo conforma: nuestra herencia genética y nuestro proceso de aculturación.
Por tanto, nosotros somos a partir de nuestros archivos de información que hemos adquirido en lo biológico (ADN) y en lo cultural. Pero, somos siendo, mediante la dinámica que vamos generando en nuestro vivir a lo largo de los años. Como consecuencia, hay un algo que es invariante y otro algo que es puro dinamismo: somos de un modo, y nuestro desplegar “de ser” va concretándose en su moverse en y con la vida. De manera metafórica, podemos decir que somos un terreno (nuestro ser), sobre el que vamos generando un territorio que vamos modulando y construyendo sobre él y a partir de él(nuestro “siendo”).
Por tanto, nuestro ser presente es el resultado de nuestros muchos ser siendo.
Detengámonos un instante sobre eso que llamamos el yo, nuestro yo. Yo puedo decir: yo hago, yo siento, yo pienso, etc. Es absurdo decir, aunque se dice, lo sé: mi yo hace, siente o piensa. Esto, ¿qué significa?. Que mi yo no puedo objetivarlo, porque si lo hago deja de ser mi yo, para pasar a ser una imagen o representación de él. Mi yo sujeto no puede ser objeto, solo lo es para los otros.
El yo es un señalador, como dicen los lingüistas, yo señalo, veo, percibo, lo que está fuera de mí, el objeto, (ob-jectum: delante de), no puedo ver mi yo, puedo ver tan solo una imagen, que no es lo mismo. Sin embargo, sí puedo verme, verme a mí (“mi” y “yo” obviamente no son equivalentes).
Ahora bien, puedo saber como me siento, lo que pienso, lo que hago. Ahí no miro mi yo, me miro a mí.
¿Por qué planteo todo esto?. Porque estamos asentados en una cultura que fomenta la creencia de que podemos modelar y diseñar nuestro yo; y, además, otorga al yo un protagonismo que provoca resultados perversos.
He dicho, en varias ocasiones, que hay que destruir mi yo, pero no destruirme yo.
Nuestra capacidad para estar y ser en la vida tiene una estrechísima relación con todo lo aquí esbozado. Zambullirse en el vivir es entrar en contacto con lo que se nos va apareciendo en nuestra vida, sin aplicar corsés enajenantes sobre lo que es y lo que somos. La planta respira, no se mira a sí misma para saber como es su yo para absorber la luz que le llega y metabolizarla.

En definitiva, tengo la certeza de que si dejásemos de incorporar tanto “manual de instrucciones” sobre cómo debemos pensar y actuar, nuestro vivir sería mucho más armónico y, en muchas ocasiones, menos sufriente.

14/5/13

Límites temporales



La lucha del hombre contra el tiempo, o, por mejor decir, por controlar y hacerse con el tiempo, es tarea de dioses, que deviene en esfuerzo estéril y frustración.
Posiblemente, el paso del tiempo, la conciencia de ser limitado, la aproximación al final, sea algo inexcusable y fundamental en cualquier reflexión del hombre sobre su acontecer en el mundo y la vida, al menos en esta vida. Pero no por ello, por saber que es una batalla con garantía de derrota de antemano, es posible dejarlo de lado o banalizarlo. Al contrario, se trata de conseguir esa lucidez mínima que viene dada desde la aceptación ante lo inevitable, pero también desde la comprensión de un aspecto nuclear, que permite vivir de manera más plena y más auténtica, a partir de asumir las reglas del juego innegociables sobre lo que representa el vivir.
La vida y la muerte son las dos caras de una misma moneda, de tal modo que el valor de cada una de ellas se sustenta en la otra, en una relación estructural de dependencia mutua. El valor que le damos a la vida, a la vida humana, viene dado por su finitud, por la certeza de su carácter efímero. De igual manera, la muerte adquiere su enorme importancia desde el valor que asignamos a la vida.
Ahora bien, ¿es posible abordar este tema sin la angustia asociada que suele implicar?. Responder a ello no es tarea fácil ni breve, ni siquiera sé si resulta factible.