Los seres humanos somos seres contradictorios. Esta
afirmación no pretende ser un juicio valorativo, tan solo es una constatación
de nuestra forma de funcionar, que se da en la inmensa mayoría de nosotros, yo
el primero.
Veamos algunos ejemplos:
·
Queremos conseguir sentirnos felices, pero sin modificar
actitudes y acciones que nos amarran a lo que nos hace sentirnos infelices.
·
Deseamos “cosas” de todo tipo, pero no actuamos para
intentar conseguirlas, o nos justificamos bajo ideas como que son
irrealizables, no son necesarias, son secundarias, o simplemente no tenemos
capacidad para conseguirlas.
·
Nos sentimos mal, sabiendo la causa que lo origina, pero,
o bien nos quedamos quietos, o actuamos alimentando aún más ese malestar.
Podríamos seguir, pero creo que
es suficiente.
Si vemos con un mínimo
detenimiento lo que es común a lo mostrado, y que seguiría siendo común a más
situaciones que buscáramos, es fácil concluir que el denominador común en todos
ellos es el miedo.
El miedo es el motor más potente
que anida en los seres humanos, para ser causa, en última instancia, de un
sufrimiento gratuito, que nos impide vivir, gozar, disfrutar; en definitiva, hacer
vida en nuestro vivir. Tengo que matizar, por si no quedase claro, que
existe un miedo instintivo, que es muy necesario, pero no es ése el uso que
hago aquí del término.
Existe, por el contrario,
otro ámbito con capacidad para
contrarrestar la fuerza de ese miedo, que está dotado de una potencia mayor: el
amor.
Quiero aclarar que cuando hablo
de amor, no lo circunscribo al amor de pareja, me refiero al amor en su sentido
pleno, total.
Pero, ¿qué es para mí el amor? Sintetizándolo mucho, diré
que la apertura y conexión plenas hacia el otro/los otros, desde la confianza. Confianza como actitud
básica vital.
¿Cómo enlazar con esa cosa tan fuerte que es el amor?
Mediante la consciencia de que no somos algo sólido, duro, hecho de una pieza,
sino que somos una oquedad, una abertura conectada inevitablemente, sea para
bien o para mal, con los otros y con la vida.
En definitiva, lo que trato de mostrar muy brevemente aquí
es que estoy plenamente convencido de que los seres humanos nos situamos en dos
polos básicos y fundamentales: el miedo o el amor. Ambos son incompatibles.
Ellos son los ejes fundamentales que sustancian nuestro vivir (o malvivir). El
miedo paraliza, impide, obstaculiza, destruye, genera sufrimiento. El amor
abre, conecta, enlaza, crece, ensancha la consciencia, promueve bienestar y
felicidad.
Sólo una última puntualización. Lo que he traído aquí a colación no se
trata ni de ideas, ni de ideales, ni de credos o creencias. Es algo que lo
concretamos en nuestro vivir de cada día, mediante nuestro actuar en el día a
día.
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