Somos siendo con la realidad y
con nosotros mismos.
Esta frase define lo que trataré
de desarrollar a continuación.
Nuestra forma de conocer siempre
es como mínimo de segundo orden. Mantenemos una relación con lo real y con
nosotros mismos a partir de la elaboración que construimos en nuestro interior
sobre lo que vemos. De forma, que nuestro acceso a “lo otro”, incluyendo
nuestra forma de vernos e interpretarnos, está filtrada por quienes somos y
como somos. Esto viene determinado por dos aspectos básicos que lo conforma:
nuestra herencia genética y nuestro proceso de aculturación.
Por tanto, nosotros somos a
partir de nuestros archivos de información que hemos adquirido en lo biológico
(ADN) y en lo cultural. Pero, somos siendo, mediante la dinámica que vamos
generando en nuestro vivir a lo largo de los años. Como consecuencia, hay un
algo que es invariante y otro algo que es puro dinamismo: somos de un modo, y
nuestro desplegar “de ser” va concretándose en su moverse en y con la vida. De manera
metafórica, podemos decir que somos un terreno (nuestro ser), sobre el que
vamos generando un territorio que vamos modulando y construyendo sobre él y a
partir de él(nuestro “siendo”).
Por tanto, nuestro ser presente
es el resultado de nuestros muchos ser siendo.
Detengámonos un instante sobre
eso que llamamos el yo, nuestro yo. Yo puedo decir: yo hago, yo siento, yo
pienso, etc. Es absurdo decir, aunque se dice, lo sé: mi yo hace, siente o
piensa. Esto, ¿qué significa?. Que mi yo no puedo objetivarlo, porque si lo
hago deja de ser mi yo, para pasar a ser una imagen o representación de él. Mi
yo sujeto no puede ser objeto, solo lo es para los otros.
El yo es un señalador, como
dicen los lingüistas, yo señalo, veo, percibo, lo que está fuera de mí, el objeto,
(ob-jectum: delante de), no puedo ver mi yo, puedo ver tan solo una imagen, que
no es lo mismo. Sin embargo, sí puedo verme, verme a mí (“mi” y “yo” obviamente
no son equivalentes).
Ahora bien, puedo saber como me
siento, lo que pienso, lo que hago. Ahí no miro mi yo, me miro a mí.
¿Por qué planteo todo esto?.
Porque estamos asentados en una cultura que fomenta la creencia de que podemos
modelar y diseñar nuestro yo; y, además, otorga al yo un protagonismo que
provoca resultados perversos.
He dicho, en varias ocasiones,
que hay que destruir mi yo, pero no destruirme yo.
Nuestra capacidad para estar y
ser en la vida tiene una estrechísima relación con todo lo aquí esbozado.
Zambullirse en el vivir es entrar en contacto con lo que se nos va apareciendo en
nuestra vida, sin aplicar corsés enajenantes sobre lo que es y lo que somos. La
planta respira, no se mira a sí misma para saber como es su yo para absorber la
luz que le llega y metabolizarla.
En definitiva, tengo la certeza
de que si dejásemos de incorporar tanto “manual de instrucciones” sobre cómo
debemos pensar y actuar, nuestro vivir sería mucho más armónico y, en muchas
ocasiones, menos sufriente.
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