Llevo la mayor parte de mi vida profesional escuchando e
interpretando los discursos sociales que las personas y colectivos reproducen
en su habla cotidiano. Mi tarea se ceñía al “texto” producido y el contexto en
el que se daba.
Ello me llevó a ocuparme, de
forma colateral, a intentar entender como se constituye la identidad en el
sujeto y cual es la urdimbre que la configura.
Desde ahí, desde el intento de
escudriñar qué es eso de la identidad y cual es su arquitectura, viejo problema
de la filosofía y de la psicología clínica, me interesé especialmente por
conocer como pasamos los humanos de la heteronomía a la autonomía en nuestro
desenvolvimiento en la vida; es decir, como es el proceso de maduración y
crecimiento.
Fue ahí, tras intentar ver qué
pasaba con la identidad, cuando se me planteó un tema apasionante, cual es,
como es posible que en un mundo abierto, donde la libertad está al alcance de
la mano, al menos, la libertad de pensamiento y de expresión, seguimos siendo
obedientes. Es más, incluso el anhelo de serlo no sufría variaciones
significativas respecto a períodos y situaciones donde la situación no lo
permitía o fomentaba.
No hace falta señalar que todo
proceso de maduración implica básicamente ir pasando de la heteronomía a la
autonomía como individuos; es decir, pasar de “nuestros padres sociales” como
fuente de criterio para pensar, sentir y vivir, a nuestros criterios
personales. Y ello implica necesariamente ganar espacios cada vez mayores de
libertad interior y de acción. En definitiva, crear y recorrer nuestro propio
camino, el que nosotros hemos decidido, no el dado social y culturalmente.
Es obvio que el tema de la
libertad es tremendamente complejo y tiene muchas aristas, pero sí se podía
constatar que el miedo es un factor determinante para explicar la posición de
obediencia, y, por tanto, de renuncia a conseguir mayores espacios de autonomía
personal (el plano social tiene otros elementos, que lo convierten en un tema
diferente).
Lo que se podía observar es que,
además del miedo, aspectos como el nivel de formación, los elementos
caracteriales y el proceso de socialización eran variables relevantes que
permitían entender, en parte, la posición personal adoptada.
Ahora, en un momento social y
económico caracterizado por una profunda crisis, lo que intuyo es que ese viejo
problema: libertad vs. obediencia, adquiere mayor protagonismo. Y sigo
refiriéndome aquí al nivel personal.
Lo que percibo es, de momento,
ambiguo, o tal vez contradictorio, no lo sé, ni conozco de ningún estudio
riguroso al respecto. Por cierto, es algo que sería muy necesario en estos
momentos.
Ese protagonismo que señalaba lo
adquiere porque estoy convencido de que, en una gran medida, la resolución de
este momento pasa por la respuesta que demos al tema y cual sea nuestro proceso
y posicionamiento personales.
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