El uso que hacemos del lenguaje nunca es ni neutral ni
casual. Cuando hablamos usamos palabras que denotan y connotan significados y
sentido, seamos o no conscientes de ello.
Asimismo, cuando pensamos lo que hacemos es entablar un
diálogo con nosotros mismos. Ese diálogo interno tampoco es ni neutral ni
casual.
El lenguaje es la herramienta fundamental para
comunicarnos con los otros y con nosotros mismos. Pero no solo es eso. Desde él
construimos nuestra forma de ver e interpretar la realidad y de vernos e
interpretarnos, además de crear mundos imaginarios. Es desde el lenguaje desde
donde nos conectamos con el mundo. Con él nos constituimos y, a su vez, nos
constituye.
Por tanto, es la materia prima con la que miramos. Y ese
mirar, esa forma concreta como miramos, condiciona nuestro actuar.
Ahora bien, el lenguaje es un conjunto de signos que nos
sirve para representar. Todo signo posee características de orden simbólico;
por tanto, nuestro mirar a través del lenguaje, se realiza mediante la
construcción de metáforas. De manera que todo conocimiento es metafórico en su
sentido más profundo.
Nuestro pensar y nuestro sentir guardan una estrechísima
relación, con lazos indisolubles, son como las dos caras de una misma moneda,
manteniendo un nexo estructural; nuestro pensar condiciona nuestro sentir y
viceversa (superadas las viejas posiciones obsoletas sobre cual es el que
inaugura el principio de causalidad).
Pero, obviamente, todo esto condiciona nuestro actuar. Lo que nos
contamos y la forma en como lo hacemos anticipa nuestra acción. No pretendo
caer en un subjetivismo peligroso de negar la realidad ni de creer que tan solo
se trata del color como se ve. Esa posición me parece ingenua e irreal. Lo que
planteo es que la realidad está ahí, tiene principios de suyo como señalaba
Zubiri, pero el tema no es solo ese, el tema que quiero aquí dejar como esbozo
es qué hacemos con ella y como nos relacionamos con ella. Y eso tiene mucho que
ver con nuestro diálogo interior.
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