COSAS QUE PASAN
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5/12/13

Razón vs. realidad

La modernidad inaugura la escisión en una dualidad semántica: Dios-hombre, razón-fe, Estado-sociedad, sagrado-profano, real-imaginario, mundo material-mundo simbólico, consciente-inconsciente, individuo-sociedad, naturaleza-cultura, yo-el otro, ciencia-magia, determinación-indeterminación, ciencia-arte, real-ideal, sujeto-objeto...


El decurso de la modernidad ahonda en los pares semánticos. Su proceso se va configurando en un sistema que genera contradicciones importantes entre los ámbitos del pensar y del actuar, de manera que existe una fractura entre ambos cuya sutura se realiza, en gran medida, mediante el extrañamiento de lo real: el hombre accede a lo real básicamente desde el ámbito del pensar y no desde el experiencial. Esto es así debido a la preeminencia de lo simbólico sobre lo real.

Esta dualidad, sobre la que se han asentado las bases de nuestro mundo moderno, y todos los post que le queramos añadir, es la matriz de nuestra forma  de percibir, entender, interpretar y relacionarnos con la realidad y con nosotros mismos. Sobre ella se genera una grieta que no podemos suturar, ya que es la razón la herramienta que utilizamos para intentar hacerlo, y es esa razón la que alimenta, en su seno, la propia escisión.

Abordar y solucionar esto no es ni tarea fácil ni tiene corto recorrido. Pero, mientras llega la solución, es conveniente ser consciente al menos de que esa dualidad pertenece a nuestro abordaje del proceso de percibir y conocer, tal y como hoy lo hacemos, no al plano de eso que llamamos realidad.

24/6/13

El lenguaje y nuestro diálogo interior

El uso que hacemos del lenguaje nunca es ni neutral ni casual. Cuando hablamos usamos palabras que denotan y connotan significados y sentido, seamos o no conscientes de ello.
Asimismo, cuando pensamos lo que hacemos es entablar un diálogo con nosotros mismos. Ese diálogo interno tampoco es ni neutral ni casual.
El lenguaje es la herramienta fundamental para comunicarnos con los otros y con nosotros mismos. Pero no solo es eso. Desde él construimos nuestra forma de ver e interpretar la realidad y de vernos e interpretarnos, además de crear mundos imaginarios. Es desde el lenguaje desde donde nos conectamos con el mundo. Con él nos constituimos y, a su vez, nos constituye.
Por tanto, es la materia prima con la que miramos. Y ese mirar, esa forma concreta como miramos, condiciona nuestro actuar.
Ahora bien, el lenguaje es un conjunto de signos que nos sirve para representar. Todo signo posee características de orden simbólico; por tanto, nuestro mirar a través del lenguaje, se realiza mediante la construcción de metáforas. De manera que todo conocimiento es metafórico en su sentido más profundo.
Nuestro pensar y nuestro sentir guardan una estrechísima relación, con lazos indisolubles, son como las dos caras de una misma moneda, manteniendo un nexo estructural; nuestro pensar condiciona nuestro sentir y viceversa (superadas las viejas posiciones obsoletas sobre cual es el que inaugura el principio de causalidad).
Pero, obviamente, todo esto condiciona nuestro actuar. Lo que nos contamos y la forma en como lo hacemos anticipa nuestra acción. No pretendo caer en un subjetivismo peligroso de negar la realidad ni de creer que tan solo se trata del color como se ve. Esa posición me parece ingenua e irreal. Lo que planteo es que la realidad está ahí, tiene principios de suyo como señalaba Zubiri, pero el tema no es solo ese, el tema que quiero aquí dejar como esbozo es qué hacemos con ella y como nos relacionamos con ella. Y eso tiene mucho que ver con nuestro diálogo interior.

18/6/13

El ruido de las palabras

Las palabras hacen ruido, a veces resultan ensordecedoras. Son palabras de indignación, de protesta, de dolor, de justificación, de consuelo, de envanecimiento, de consejo.
Ese ruido rebota, genera confusión, empapa el ambiente, inunda el alma.
Pero, ¿ese ruido actúa más allá de nuestro interior?.
Creo que poco o muy poco. Las palabras apuntan, designan, señalan, explican, asustan, alegran, nada menos que todo eso y mucho más, pero no actúan, al menos no en el plano de los hechos, de lo que está más allá de nuestro “animus”. Si bien, es requisito previo y fundamental para el actuar.
Nos encontramos con una situación paradójica: nos pensamos, y mucho, pero no nos vivimos. No porque no  lo deseemos, intuyo que en parte porque no sabemos y en parte porque no nos atrevemos.
Estamos en ese momento en que creemos que con decir es suficiente, que los “decires” tienen un efecto y una incidencia automática en la realidad; operamos con un cierto pensamiento mágico, como cuando sacaban los santos a pasear para que cesase la lluvia.
Somos libres en el plano del pensar, pero no en el plano del hacer. ¿Se puede romper esta dinámica?, ¿cómo conseguirlo?. A la primera pregunta, diré que estoy convencido de que sí, que se puede; eso sí, se puede ir pudiendo, con las limitaciones propias que impone lo real. Ello no implica resignación. A la segunda pregunta, diré algo tal vez excesivamente vago y genérico, pero no por ello menos práctico: se puede desde la aceptación y el compromiso, tanto con nosotros mismos como con nuestro mundo de vida.