COSAS QUE PASAN

11/10/19

Algunas formas de sentir insatisfacción

En muchas ocasiones el pasado se arrastra como un fardo pesado que dificulta el movimiento. Los fantasmas y las realidades se cargan a la espalda y nos doblan el espinazo.

Nos pasamos la vida sopesando qué es lo correcto y lo incorrecto, qué está bien y qué está mal. La narración siempre es la misma porque somos prisioneros del constante cotejo de lo que hay y de lo que podría haber, de lo hecho y lo omitido, de lo que se tiene y se podría tener; en último término de lo que "se es" y de lo que se podría ser, o, más exactamente, de lo que se podría haber sido.

Éste es un proceso estéril, pero nada infrecuente, que no conduce a ninguna parte. Y es así porque se ha partido de premisas inciertas, como que hay un puzzle por construir, cuando lo que sucede en realidad es que nunca se acaba de configurar, siempre faltan piezas. O, tal vez,  muy probablemente, no exista ningún puzzle, o ni tan siquiera sea necesario.

Todas estas creencias es frecuente que dejen un poso de falsedad, de inautenticidad, de estar en un doble plano (uno verdadero y otro falso). Pero esto también responde a la necesidad de acudir a las “tablas de la ley sagrada” para verificar el grado de cumplimiento de nuestras vidas con relación a lo que hay que hacer, a lo que se debe hacer, a lo preasignado desde instancias que se nos escapan, que pertenecen a lo incorporado al deber ser y a nuestro punto ciego, la sombra.

El sentimiento de pérdida es a veces más fuerte debido a que sentimos que con lo perdido se nos pierde una parte de nosotros. De nuevo está la historia, nuestro pasado. 

Y, lo más curioso, es que todo esto obedece a una construcción puramente mental, imaginal. Pero para nosotros las creencias tienen una base sólida, de consistencia, que nos impide ver, sentir, vivir y estar en lo real. De modo, que son esas mismas creencias las que tapan la realidad.

3/10/19

Algunos rasgos de la hipermodernidad (1)

Sustraerse a la estupidez imperante es necesario, aunque resulte tarea de dioses. El escaparate se ha convertido en el espacio central de esta sociedad, si bien este espacio no tiene una ubicación física determinada, ya que tiene una topología de índole eminentemente simbólica, sin posibilidad de fijación ni de concreción.

La realidad tiende a convertirse en un escenario que se ve, o, por mejor decir, que se mira. Todo se torna imagen y diseño (autodiseño, autorreferencialidad), es el mundo de la representación, es el mundo del espectáculo, donde nosotros, la gran mayoría, nos convertimos, o nos convierten, en voyers o, por ser más precisos, en autovoyers (los paradigmas son el selfie e instagram).

Esta situación es consecuencia del proceso de hipersimbolización que caracteriza a esta modernidad tardía en que nos encontramos. Estamos en una sociedad predominantemente icónica, donde lo real se disuelve o se esconde tras el símbolo, que es el protagonista principal, tal vez lo real hoy sea lo imaginario. De tal suerte que “las cosas” no son sino que representan, siendo esto último lo “importante”. Lo simbólico se desentiende de aquello a lo que se refiere, adquiriendo plena autonomía y presentándose como lo hegemónico, lo que posee valor, incluso lo que da carácter de realidad.

Asistimos a un mundo, nuestro mundo, donde la realidad, lo físico-material, adelgaza, disminuye, tendiendo a desaparecer, para que emerja lo simbólico, lo imaginario, aquello que no tiene materialidad, que es puro signo (la imagen, la foto, el relato metasimbólico...).

Todo ello afecta a los distintos ámbitos: el psicológico, el social, el económico, el político, el cultural, etc.