COSAS QUE PASAN
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1/11/18

Sobre creencias, certezas y juegos



 Imaginemos que nada sucede, que todo es quietud y silencio, que no hay movimiento, ni agitación ni cambio. Imaginemos, además, que todo es perfecto en la quietud. Imaginemos que todo es uno, que la fragmentación y división no es más que una creencia que se ha perpetuado y se ha convertido en hábito (mental), y que cada uno de nosotros forma parte de esa unidad. Imaginemos que eso que percibimos y llamamos todo es todo y es nada, siendo ambas cosas la misma realidad.

Imaginemos que todo es eterno, sin principio ni fin, y que lo es porque es y está fuera del tiempo, en el no-tiempo. Imaginemos que yo y tú somos la misma realidad, plasmada en distintas manifestaciones y planos.

Ahora, imaginemos que la realidad está fragmentada, que el movimiento hace que las cosas cambien, que la realidad esté sujeta a las leyes del cambio, generando realidades distintas como consecuencia del transcurrir del tiempo y de los procesos transformadores que la acción impone. Imaginemos que yo soy diferente, distinto de ti, y que existe una separación de espacio, de consistencia, de estructura y de funcionamiento respecto de ti, de todos los demás y de todo lo demás.

Imaginemos que lo que empuja el cambio son las decisiones y acciones que llevamos a cabo en relación con eso que percibimos como realidad. Imaginemos que avanzamos o retrocedemos respeto a criterios generales y universales. Imaginemos que lo que percibimos enlaza con lo percibido.

Ambos ejes, paradigmas o como quiera llamárseles, pertenecen a un sistema de creencias.

6/8/14

En Ciencias Sociales el modelo no es la realidad

Puede parecer demasiado obvio recordar, sobre todo para algunos, ante los cuales pido disculpas, que los modelos (sean teóricos y/o metodológicos) en el campo de las Ciencias Sociales (en adelante CCSS) son eso: modelos. Pero no son la realidad; nos sirven para captar, interpretar y, llegado el caso, modificar la realidad. Como decía un sabio y entrañable profesor y maestro, la realidad es siempre n+1 respecto al modelo. 

Todo modelo en CCSS se construye a partir de hipótesis plausibles sobre la estructura y el funcionamiento del objeto de estudio, dotadas de un grado de coherencia y de rigor internas, que  resultan pertinentes, que ofrecen una plausible explicación del objeto de estudio, de la composición de los elementos que lo configuran y de la relaciones tanto estructural como funcional que poseen, que permiten evaluar el flujo de las dinámicas internas que se dan, así como las dinámicas con el entorno, y que su grado de vigencia están sometidas a la desaparición de las condiciones materiales o simbólicas del objeto de análisis. Por tanto, todo modelo es una representación de la realidad; es decir, una simplificación de la misma, que nos permite aproximarnos a ella de forma comprensiva a partir de unos esquemas/filtros de observación, desentrañando sus bases estructurales y funcionales, y con posibilidades de actuar/modificar dichas bases.

Hacer mención de esta obviedad ha surgido debido a que compruebo a diario que para muchas personas lo aquí planteado ni es obvio ni siquiera es conocido.

19/11/13

Nuestros discursos como generadores de significado y sentido

Nuestros actos de habla (y de escritura) generan discursos, nuestros discursos, que emitimos a alguien a quien nos dirigimos. Dichos discursos se constituyen con un propósito concreto y una carga emocional asociada, más allá del nivel de consciencia que tengamos sobre ello, y a partir de unas expectativas determinadas.

La generación de nuestros discursos se construyen básicamente por la interrelación de cuatro fuentes: 
  • los discursos de nuestros socializadores primarios (padres y maestros), que han sido la piedra angular de nuestra interiorización del mundo y de nuestro modo básico de percibir y de relacionarnos con la realidad. Dichos discursos se registran en nuestra conciencia en los dos niveles: inconsciente y consciente.
  • los discursos de nuestros próximos, con los que hemos tenido vínculos de relación (afectos y desafectos). 
  • los discursos más notorios y relevantes (dominantes o hegemónicos) que circulan social y culturalmente, que aportan significado y sentido al mundo de lo real. 
  • los discursos que han enlazado con nuestro mundo de valores e intereses (cultura, formación, ocio y relaciones sociales). 

Nuestra producción discursiva se articula y estructura a partir de estos cuatro niveles, siendo nuestro proceso de creación en los actos de habla y de escritura un resultado nuevo, como consecuencia de una nueva conjugación de ellos. 

Por tanto, nuestro proceso discursivo es, a la vez, efecto y creación de sentido. Efecto de sentido de lo aprehendido y creación de sentido de la nueva relación combinatoria que hacemos con lo ya incorporado, que deviene en un significado y sentido nuevos. 

Cuando nosotros generamos discursos, los "lanzamos" sociálmente, y entran a dialogar con los otros discursos circulantes. Esto provoca una nueva interacción, modificando la articulación y relación de los elementos que conforman la estructura global de significados y de sentido ya existente, lo sepamos o no, seamos conscientes de ello o no.

Este fluir, refluir y confluir de los discursos es la forma en cómo evoluciona y se transforma el mundo de representaciones y asignación de significación y sentido sobre el que todos estamos asentados, ya sea nuestra cultura, nuestro mundo de vida, nuestra clase social, nuestros grupos de pertenencia y de referencia, nuestras expectativas personales y sociales, los imaginarios colectivos e individuales, etc.

Por último, sólo un pequeño añadido a todo lo dicho. Si somos capaces de conocer y saber analizar adecuadamente los discursos hegemónicos o dominantes, será una herramienta potentísima para poder entender (ir más allá de lo aparente, de lo puesto en primer plano), y ello nos permitirá poner las bases idóneas para poder actuar (de acuerdo a lo que queremos y a partir del conocimiento en profundidad de lo que la realidad dicta).

30/8/13

Por qué escribo (escrito en 1999)

La necesidad fundamental de escribir para mí radica en buena medida en intentar organizar interiormente lo que se percibe y se siente como desorganizado, desestructurado y sin sentido. Es un esfuerzo de introspección, de búsqueda de equilibrio interno para resituarse y alcanzar una nueva mirada que permita descubrir la lógica que sustenta a “las cosas” y la relación que existe entre ellas y nosotros. 
El resultado de este esfuerzo es estéril con respecto a los objetivos que persigue por cuanto está basado en una premisa harto dudosa, cual es la de que el mundo ha de tener y tiene algún tipo de lógica que hace que las cosas sean como son. Nos encontramos con el viejo problema sobre el sentido: si este pertenece al mundo que observamos o si, más bien, lo construimos desde nosotros mismos, como necesidad adaptativa de supervivencia. Es obvio que especular sobre tarea tan ingente resulta inútil por irresoluble, ya que no existen criterios de verificación, y los argumentos a favor  y en contra de uno y otro planteamiento tienden al infinito, es decir, a un callejón sin salida.
Ahora bien, lo que sí se puede obtener cuando se escribe es una mayor y mejor conexión con “las cosas” y con nosotros mismos, al situarnos en el centro gravitatorio que nos permite sintonizar de forma más armónica con lo real, y, por ende, tener una mejor convivencia con el mundo que nos rodea y, en definitiva, con nosotros mismos.
Cuando se escribe se hace en soledad. Y es desde esa soledad, tan necesaria, como se consigue enlazar con el silencio, con ese silencio interior que nos permite escuchar todo aquello que el ruido de la vida cotidiana tapa, y nos permite no sólo mirar sino ver lo que hay en nosotros y en nuestro alrededor.