COSAS QUE PASAN

3/4/13

CUANDO SE ADENTRA EL OTOÑO




El mundo que conozco, en el que he nacido, crecido y ya empiezo a mirar desde “el otro lado del tapiz”, está construido básicamente por pares semánticos (bueno/malo, bello/feo, verdadero/falso, justo/injusto, etc), los cuales otorgan una forma de percibir, entender e interpretar la realidad dentro de una estructura determinada, que sin duda tiene la ambivalencia de que es fecunda, por cuanto permite tener una forma de aproximarse a ella y de dotarla de un sentido, y a la vez es limitada, por mor de sus características concretas, sin olvidar que toda forma de conocimiento es en sí misma limitada. Pero lo relevante para mí no es solo esto, lo es más el hecho de que todo esto deviene en una forma de hacer y
actuar.

Cuando los orientales hablan de que el camino del conocimiento y la sabiduría pasa por la destrucción del yo (del ego) y lo traducimos en nuestros esquemas occidentales, confundimos esta destrucción del yo con destruirme yo, o al menos nos resulta complicado vislumbrar que una y otra cosa no tienen nada que ver.

Hago alusión a este ejemplo que ahora viene a mi memoria, por la dificultad y los límites que nos impone tener una manera, o por mejor decir, una estructura, de ver y mirar el mundo, lo cual es inherente a cualquier cultura y a la propia condición humana, tanto de una perspectiva filogenética como ontogenética.

Ahora bien, tener conciencia del límite (cultural, lingüístico, social y personal), no implica que no sea posible conocer; lo que sí implica es que todo conocimiento está basado en una traducción, en una metaforización de eso que llamamos lo real. Pero precisamente esa conciencia de límite nos permite ver, al menos intuir, que lo que está más allá, aquello a lo que no tenemos acceso, es eso que muchos autores han denominado el misterio.

A estas alturas de mi vida, cuando ya no miro hacia delante, o al menos mi mirada adelante está constreñida por un tiempo corto, cuando miro lo que he vivido, conocido y experimentado, es cuando puedo entender, al menos de manera vaga e intuitiva, algunos aspectos fundamentales de lo que es esto del vivir y del sentido que para mí tiene la vida. Sin embargo, esta mirada no está exenta de capacidad de sorpresa. En absoluto. Aún mantengo esa mirada que espera que la vida me sorprenda. Es esa parte de niño que todos llevamos dentro, incluso en el otoño de nuestro ciclo vital, la que me hace sentirme vivo y con ganas de seguir sintiéndome explorador. Tal vez, de una manera más calmada, menos explosiva, con paso más lento, pero no menos intensa.



Por otro lado, los años hacen que entienda mejor que la vida es simultáneamente constante cambio y  permanencia. Este par semántico no se muestra como cuestiones antitéticas, sino como realidades que se dan a la vez como ejes que sustancian y vertebran el vivir. La vida es un proceso caracterizado por su constante dinamismo, si no hay movimiento no hay vida, pero es un movimiento atravesado por una permanencia, la cual guarda una relación muy directa con eso que llamamos identidad, o si se me permite la extrapolación tal vez algo pretenciosa, lo que en la filosofía llaman el ser. 

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