El otro día arrojaban las encuestas del Centro de investigaciones Sociales (en adelante CIS) unos datos que
parecían difíciles de entender o cuando menos, paradójicos.
Se señalaba que el paro, la
corrupción y la crisis económica son los temas que más preocupan a los
españoles. Sin embargo, esos mismos ciudadanos mostraban mayoritariamente
sentirse bastante o muy felices.
Alguien que vea estos datos, si
no es experto en metodología social, puede quedarse sorprendido. No es para
menos.
Pero veamos qué pasa con las
encuestas (enfoque cuantitativo), cómo trabajan y qué tipo de información
aportan.
La encuesta se basa en la
recogida de información de un universo de estudio (en este caso ha sido la
población española), donde, a partir de la elaboración de una muestra
estadísticamente representativa, se puede obtener un grado de fiabilidad alto o
relativamente alto.
La muestra permite manejar
matemáticamente márgenes de error y niveles de confianza controlados.
Pero, detengámonos en varios
aspectos importantes en la construcción de toda encuesta.
En primer lugar, se trata de
recoger información sobre una batería de preguntas que forman el cuestionario,
a partir del cual, es esa información y no otra, la que considera relevante a
priori el investigador (formulación de
hipótesis y elección de variables que configuran la muestra), en función del
objeto de estudio y de los objetivos que busca conocer.
Además, el cuestionario lo
cumplimentan los entrevistados, (sea telefónico, personal o autocumplimentado),
respondiendo a las preguntas que se le plantean, sean éstas abiertas o
cerradas.
Con esta información se realiza
un plan de análisis, que consiste en el cruzamiento de variables sobre los
datos obtenidos, con el fin de conseguir la mayor y mejor capacidad para
entender la información bruta obtenida. Digamos, que es un proceso de filtraje
y depuración para establecer qué aspectos fundamentales nos aporta la encuesta
y las posibles correlaciones que existen entre las variables segmentadas en la
misma.
En definitiva, la encuesta
describe lo que los ciudadanos dicen, hacen y/o valoran, en un momento dado.
Por tanto, lo que obtiene es una foto fija de lo que mira, que le permite, a
veces, establecer tendencias y proyecciones de futuro, cuando se tienen secuencias
de distintas encuestas aplicando idénticos criterios en las mismas que las
hagan comparables.
Pero, veamos qué puntos débiles
tiene. El primero es que la información que se obtiene es acerca de lo que se
pregunta. Parece obvio lo que digo, y lo es. Pero sucede a veces que la
información de lo que se quiere conocer no está en lo preguntado.
Además, en la confección de un
cuestionario no solo es importante lo que se pregunta, sino como se hace, dónde
se establece cada pregunta o grupo de preguntas, así como la ponderación (peso
relativo) de cada una de ellas y la baremación de cada respuesta. Por tanto,
nos encontramos con un primer sesgo: la limitación de la información. En
ocasiones, lo significativo o lo relevante no entra dentro del campo de lo que
se pregunta.
Asimismo, la mayoría de las
respuestas son cerradas, lo que obliga al entrevistado a ceñirse a la
estructura de respuestas de la encuesta y no a su propia estructura discursiva,
lo que, a veces, impide que emerjan aspectos relevantes, tanto para el objeto
de estudio como para los objetivos perseguidos.
Además, se sabe que hay una
tendencia en todo entrevistado a dar respuestas acordes con lo que supone que
es correcto o lo que piensa que el entrevistador desea escuchar. Este
condicionamiento se puede paliar en alguna medida con contra-preguntas
estratégicamente planteadas. Aún así, no lo resuelve del todo. Por ello, se
dice que las encuestas son opináticas,
es decir, que las respuestas tienden a una posición central dentro del abanico
de posibilidades, o a una posición “correcta” (corrección entendida como
posición socialmente aceptada o dominante).
Por último, cuando se trata de
temas sobre actitudes o valores, no de hábitos, el encorsetamiento de tener que
ceñirse a las preguntas que se hacen, y el repertorio de respuestas ofrecidas
(cuando son cerradas o semiabiertas), constriñe y limita la información.
En definitiva, la encuesta
permite conocer una realidad social concreta. Puede ser de calidad y útil
cuando está bien planteada, bien realizado el trabajo de campo y se ha hecho un
buen plan de análisis de los datos. Pero lo que ofrece es una descripción de lo
que se ha preguntado a los entrevistados. Deja de lado la posibilidad, a veces
fundamental, de la interpretación de lo que dicen, el por qué dicen lo que
dicen, y desde dónde lo dicen, así como no permite (impedimento intrínseco a la
técnica utilizada) que sean los entrevistados los que de manera espontánea
construyan ellos sus ámbitos de respuesta, y menos aún ver qué tipo de
preguntas son importantes para ellos, a veces no presentes en el cuestionario.
¿Se puede compensar este
déficit? Se puede, mediante el uso de técnicas cualitativas, que pueden ser
complementarias de la encuesta, incluso a veces sirven de primer eslabón para
saber qué es necesario preguntar y de qué modo hacerlo; y, obviamente, se
pueden utilizar en exclusividad (y se debe), cuando se trata de investigaciones
relacionadas con valores, actitudes y creencias.
Por tanto, para entender en
profundidad la aparente paradoja respecto a la encuesta del CIS, más allá de lo
que ya se sabe de otras encuestas realizadas, y de los motivos de este decalaje
entre los temas de preocupación, su grado de importancia, y el nivel de
satisfacción personal, sería necesario utilizar técnicas de corte cualitativo
para una explicación de mayor calado.
El enfoque cualitativo no
trabaja sobre representaciones estadísticas, sino sobre representaciones
estructurales. No trabaja con datos, trabaja con discursos libres y espontáneos
de los sujetos, con la propia estructura que ellos construyen y desde su propia
manera de expresarse. Ello permite información tanto patente como latente,
aspectos no manifiestos, que no están de manera consciente en los
entrevistados, pero que puede ser auténtico motor de arrastre de lo que dicen y
hacen.
Analizar e interpretar toda esta
información es posible mediante la utilización de análisis del discurso,
estructural y semiótico.
Ambos
enfoques, el cuantitativo y el cualitativo, no son antagónicos; al contrario,
son complementarios, y su elección viene determinada por el grado de
pertinencia, en función del tipo de información que se quiere obtener del
objeto de estudio por investigar.
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